Después de una primavera bastante húmeda, Dennis Arp, un apicultor estadounidense, se sentía el pasado verano bastante optimista, algo poco usual entre los de su oficio. Gracias a las condiciones climáticas, sus cientos de colmenas de abejas, esparcidas por el desierto central de Arizona, produjeron una generosa cantidad de miel. Esto traía dos buenas noticias: tendría mucho producto para vender a los comercios y la excelente cosecha fortalecería a las abejas de cara a su tarea más notable: la polinización de almendros.
La mayoría de los almendros necesitan de la polinización cruzada para producir su fruto, es decir, necesitan un gránulo de polen de otra variedad compatible y las abejas son el único insecto que puede facilitar esta tarea.
Como la mayoría de los apicultores comerciales en Estados Unidos, al menos la mitad de los ingresos de Arp actualmente provienen de esta tarea necesaria para la producción de almendras. La venta de miel genera ingresos mucho menores que alquilar colonias de abejas a las mega granjas del Valle Central de California, de donde sale el 80% del suministro mundial de almendras.
Pero a medida que se acercaba el invierno, a solo unos meses de que Arp llevara sus colmenas a California, sus abejas comenzaron a enfermarse. En octubre, los ácaros habían acabado con 150 colmenas, el 12% de su inventario en solo unos meses. "Mi patio actualmente está lleno de montones de cajas vacías que solían contener colmenas saludables", cuenta el apicultor al diario The Guardian.
Pero la historia de Arp no es la única. Los apicultores que envían sus colmenas a las granjas de almendras están registrando números récord de abejas muertas y nada de lo que hacen parece detener esta situación.
Un reciente estudio señala que 50.000 millones de abejas, más de siete veces la población humana mundial, fueron exterminadas en unos pocos meses del invierno de 2018-19. Esto es más de un tercio de las colonias comerciales de abejas estadounidenses, el número más alto desde que comenzó esta encuesta anual a mediados de la década de 2000.
La agricultura industrial como causa
Los apicultores atribuyen la alta tasa de mortalidad a la exposición a pesticidas, enfermedades causadas por parásitos y la destrucción del hábitat. Sin embargo, los ambientalistas sostienen que el verdadero culpable es más sistémico: la dependencia de Estados Unidos de los métodos de agricultura industrial (producción masiva), especialmente los utilizados por la industria de la almendra, que exige una mecanización a gran escala de uno de los procesos naturales más delicados de la naturaleza.
Los defensores del medio ambiente sostienen que la enorme proliferación comercial de abejas europeas, utilizadas en las granjas de almendras, está minando el ecosistema. Estas abejas, también llamadas melíferas, superan a las diversas especies nativas y amenazan a las especies en peligro de extinción que ya luchan por sobrevivir al cambio climático. Los ambientalistas argumentan que la mejor solución es transformar la forma en que se lleva a cabo la agricultura a gran escala en Estados Unidos.
Las abejas se desarrollan bien en un entorno biodiverso, pero la industria de la almendra de California las coloca en monocultivos donde los productores esperan que sean rentables año tras año.
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos considera "ganado" a las abejas comerciales debido al papel vital que juegan en la producción de alimentos. Pero ninguna otra clase de ganado se enfrenta a las circunstancias de tierra quemada que viven las abejas melíferas. Cada año mueren más abejas en EE. UU. que todos los peces y animales criados para la matanza.
"La alta tasa de mortalidad crea un triste modelo de negocio para los apicultores", dice al diario británico Nate Donley, científico del Centro para la Diversidad Biológica. "Es como enviar a las abejas a la guerra. Muchas no regresan", añade.
El negocio de la leche vegetal
La industria de la almendra de California, valorada en 11.000 millones de dólares, ha crecido a un ritmo extraordinario. En 2000, los huertos de almendros ocupaban 500,000 acres. En 2018, la cifra se había duplicado: los almendros en el Valle Central ahora ocupan un área del tamaño de Delaware, con 1 millón de toneladas de almendras vendidas al año en todo el mundo.
El estadounidense medio come 900 gramos de almendras al año, más que en cualquier otro país. Las ventas de leche de almendras en este país han crecido un 250% en los últimos cinco años hasta alcanzar los 1,2 mil millones, cuatro veces más que cualquier otra leche de origen vegetal, según un informe de Nielsen de 2018.
"No vemos límite al crecimiento en este momento, especialmente con la increíble versatilidad de las almendras en los alimentos", dice Richard Waycott, presidente y CEO de Almond Board of California, una organización sin fines de lucro que representa a la mayoría de los agricultores. Pero estos enormes huertos no podrán funcionar sin abejas.
Arp, de 67 años, entró en la apicultura hace cuatro décadas, cuando abrió su compañía Mountain Top Honey en Flagstaff, Arizona. Cuando en la década de los 80 la miel barata importada comenzó a reducir sus ganancias, decidió enviar algunas de sus colmenas con un amigo apicultor para polinizar las almendras en California.
Una década después, este llegó a un acuerdo con un productor de almendras en el condado de Kern, en California. Con ese movimiento estratégico, Arp se unió a las crecientes filas de apicultores que todavía venden miel, pero que en su mayoría viajan por el país de un sitio de polinización al siguiente con montones de cajas de abejas a cuestas.
Abuso de los pesticidas
A principios de los 80, cuando Arp solo vendía miel, perdía alrededor del 5% de sus colmenas al año debido a enfermedades o condiciones climáticas. En los 2000, sus abejas comenzaron a morir en un número más alto. Lo que según él ha sido la ruina de su negocio, es un ácaro parásito llamado Varroa destructor. Este se alimenta del cuerpo de la abeja, destruyendo el sistema inmune del insecto y otras funciones vitales.
Ahora se encuentra en un círculo vicioso: lucha constantemente para mantener suficientes abejas vivas para cumplir con su contrato de almendras. Pero si no estuviera polinizando almendros, tal vez sus abejas estarían más sanas.
Este febrero, las abejas de Arp, como más de dos tercios de las abejas melíferas de Estados Unidos, pasarán el mes en "una sopa química tóxica" en el Valle Central de California, fertilizando las almendras. Los pesticidas se usan para todo tipo de cultivos en el estado, pero la almendra se rocía con cantidades absolutas mayores que cualquier otro.
Uno de los pesticidas más usados es el herbicida glifosato (también conocido como Roundup), un elemento básico para los productores de almendras a gran escala. Se ha demostrado que es letal para las abejas y que causa cáncer en los humanos. El fabricante, Monsanto, propiedad de Bayer, niega el vínculo con el cáncer cuando se usan la dosis prescrita. En lo que va del año, tres tribunales estadounidenses se han pronunciado a favor de los usuarios de glifosato que desarrollaron linfomas; todavía hay miles de casos pendientes.