Una mayor cantidad de CO2 en la atmósfera no implica invariablemente una mayor captación de carbono por parte de los árboles, compensando así parte del aumento de dióxido de carbono que producimos en la Tierra, contrariamente a lo que se pensaba hasta ahora. Así lo demuestra un estudio publicado en la revista Nature, que revela dónde irá realmente ese CO2 de más que van a recibir nuestros bosques maduros.
El equipo internacional, liderado por el Instituto para el Medioambiente de la Universidad Western Sydney en Hawkesbury (Australia) y que ha contado con participación española, realizó un experimento en un bosque nativo de eucaliptos en Australia, aumentando de manera artificial la cantidad de CO2 que suele recibir.
Vista aérea del experimento realizado en el bosque australiano.
Se incrementó en concreto la concentración en 150 partes por millón, lo que corresponde a un aumento del 38 % por encima de las 400 partes por millón de la atmósfera actual. Tras este aumento del CO2 los científicos monitorizaron el destino de ese carbono dentro del bosque de eucaliptos.
Los resultados mostraron que las plantaciones forestales en crecimiento y con fertilización secuestran más dióxido de carbono para obtener un crecimiento más rápido de los árboles jóvenes. Sin embargo, los efectos no son tan positivos cuando el experimento se lleva a cabo en bosques maduros.
En árboles adultos, este aumento experimental del CO2 no se vio reflejado en un mayor crecimiento ni en una mayor acumulación en los árboles o en el suelo, en forma de materia orgánica, por ejemplo. Lo que sí aumentó fue la "respiración" del propio suelo, lo que resultó en una mayor liberación del carbono captado o acumulado previamente.
"Un aumento del CO2 atmosférico no tiene por qué resultar en una mayor acumulación de carbono en las plantas o en el suelo. Incluso, podría pasar que al acelerarse la actividad de las comunidades del suelo debido a un mayor aporte de azúcares por parte de las plantas se liberara parte del carbono acumulado en el ecosistema", explica Raúl Ochoa-Hueso, investigador Ramón y Cajal de la Universidad de Cádiz y uno de los autores de esta investigación.
Junto a él, han participado Teresa E. Gimeno del Centro Vasco de Cambio Climático y del Ikerbasque y Juan Piñeiro de la Universidad de West Virginia.
Cómo respira el suelo
La respiración del suelo es la suma de lo que respiran todos los animales, plantas, hongos y bacterias, entre otros. Muchos de estos organismos viven directa o indirectamente de la descomposición de la materia orgánica del suelo así como de los aportes de azúcares que liberan las raíces de las plantas.
La función de estos azúcares es favorecer el crecimiento y la actividad de microorganismos que contribuyen a liberar del suelo nutrientes que son esenciales para las plantas, como el fósforo o el nitrógeno. Estos procesos de descomposición de materia orgánica y respiración de azúcares liberan CO2 a la atmósfera.
"La exposición a largo plazo a elevados niveles de dióxido de carbono solo puede aumentar el almacenamiento de carbono en ecosistemas con árboles jóvenes o suelos muy fértiles" subraya Mingkai Jiang, autor principal del trabajo e investigador en la universidad australiana.
En la actualidad solo dependemos de bosques maduros para absorber parte del dióxido de carbono adicional que estamos emitiendo. "Nuestros hallazgos sugieren que tenemos incluso menos tiempo del que pensamos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero", apunta Jiang.
Aunque los bosques maduros sean importantes reservorio de carbono a nivel global, los resultados de este estudio confirman que "la principal estrategia para limitar el calentamiento de la Tierra, dentro de los objetivos previstos en el Acuerdo de París, debe ser la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera", concluye Ochoa-Hueso.