Desde cualquier punto del planeta, Pablo Rodríguez Ros (Cartagena, 1990) ha estado pendiente de la actualidad de la Región de Murcia (España) y, especialmente, de la crítica situación del Mar Menor, lugar en el que comenzó su carrera científica y al que seguirá vinculado siempre.
Tal es así, que uno de los primeros capítulos de Argonauta. Peripecias modernas entre el océano y el cambio climático (Raspabook), que habla de esta albufera de agua salada, tuvo que reescribirlo hasta cuatro veces: "Esto refleja que es un sistema tensionado, cambiante y con una complejidad que hay que explicarla bien".
Argonauta, su primer libro, es una narración personal de sus expediciones científicas por los océanos Atlántico, Pacífico, Índico y Antártico, y sus estancias de investigación en instituciones de Reino Unido, Suiza, Canadá y Estados Unidos. El recién doctorado no tiene intención publicar un libro de divulgación al uso, sino que se apoya en sus experiencias para reflexionar sobre la crisis climática y desmitificar la investigación oceanográfica.
Ha definido Argonauta como un "viaje literario", a medio camino entre narración y divulgación. ¿Con qué intención lo escribiste?
Cuando empecé el proyecto tenía claro que no quería hacer un libro de divulgación científica al uso. Lo más obvio para mí era escribir sobre ciencias del mar con una editorial dedicada a ello, explicar cómo funcionan las corrientes marinas, la interacción entre el clima, el tiempo meteorológico y el océano o el impacto de los plásticos en el mar. Pero, desde mi punto de vista, esa información es accesible en muchísimos sitios y hay gente que ya ha escrito sobre ello. Lo que pretendo es usar mi experiencia personal con aquellos temas en los que he trabajado para divulgar ciencia, incluso si estos temas no son mainstream.
¿Me puede dar algún ejemplo?
Un tema que los medios de ciencia están hartos de escribir es sobre plásticos marinos. ¿Cómo vas a escribir un libro de ciencias del mar en 2020 sin hablar de ellos? Pues yo lo he hecho. No porque no sea importante, sino porque lo que pretendo es hacer ver que la ciencia es mucho más que los artículos científicos. Hay aspectos negativos o reflexivos sobre la ciencia. Cosas que, a priori, parecen bastante épicas, en la realidad son mucho más cutres.
¿Qué sentido tiene hacer una expedición científica en el siglo XXI, con todas las tecnologías satelitales y de comunicaciones que existen?
El libro va precisamente de cómo son las expediciones en el siglo XXI, que han cambiado mucho. Lo que más destaco son las comunicaciones. En la Antártida, por ejemplo, teníamos WIFI y me podía meter en Twitter desde allí, incluso en el océano. Hace 50 años, si querías saber la temperatura del Atlántico, mandabas un barco. Ahora podemos hacerlo, no solo con seres humanos jugándose la vida, sino con satélites, planeadores submarinos u otros sistemas de exploración remota. La oceanografía manual está decayendo y la operacional la está superando. Las expediciones científicas siguen y seguirán existiendo, pero cada vez van a ir más enfocadas más a mantener estas infraestructuras que a describir sitios que ya están descubiertos.
¿Acabarán yendo más técnicos que investigadores a las expediciones?
Es una cosa que ya se está notando en bastantes países. Yo he participado en estudios en los que los grupos de investigación enviaban a técnicos, no a estudiantes de doctorado ni investigadores posdoctorales. Mandan a gente que sepa manejar un aparato para tirar al agua y empezar a medir. Profesiones como la ingeniería se están metiendo muy fuerte en las ciencias del mar y la oceanografía debido a esto.
En la sinopsis del libro declara que aún estamos a tiempo de cambiar las cosas respecto a la crisis climática. ¿No es una postura muy optimista?
Creo que sí se está a tiempo. Es como si fuera un camino por el que cada vez se va haciendo más estrecho y difícil caminar. Los efectos del calentamiento global, a día de hoy y si cesaran todas las emisiones de CO2 y gases de efecto invernadero, seguirían su curso. Por eso también hay que hablar de mitigación y adaptación. Es un cambio inevitable, lo que es evitable son los efectos más nocivos.
Entre estas dos cuestiones, desde un punto de vista comunicativo, hay un poco de lío, como si el calentamiento global fuese evitable haciéndolo todo bien al 100 % para volver al curso natural, y muy entrecomillado esto último, porque habría que definir qué es natural. Luego tienes a gente que, bajo un punto de vista catastrofista, comenta que no se puede hacer nada. Este es un tipo más de negacionismo. Estamos acostumbrados al de Trump y otros políticos, que niegan la crisis climática, sus efectos o que el ser humano tenga un papel. Pero también existen científicos o lobbies que defienden esta vía, que no merece la pena el esfuerzo.
No esforzarse en mitigar o reducir efectos de la crisis climática, sino dejar que sigan su curso.
Esta gente manifiesta que el cambio climático antropogénico es una realidad, ya no cuela decir lo contrario, pero comenta que no se puede hacer nada. Después está otro tipo un poco más subversivo, que es el que propugna, por ejemplo, el escritor Bjørn Lomborg, que defiende que hay cuestiones ambientales más importantes, desviando la atención. Pero estas personas están involucradas en escándalos y lobbies negacionistas.
Los beneficios del autor de Argonauta irán destinados a proyectos de recuperación del Mar Menor. ¿Qué le ha motivado a hacer este gesto?
Los destinaré a una iniciativa que se llama Proyecto de recuperación de las Salinas de Marchamalo coordinada por la Asociación de Naturalistas del Sureste, que es una organización icónica del sureste español y de Cartagena. Soy de la Región de Murcia y me fui de allí hace ocho o nueve años, pero siempre he estado muy vinculado a ella. Toda mi familia vive allí y yo empecé a hacer ciencia en el Mar Menor y en la Universidad de Murcia, que es donde he estudiado la licenciatura.
De hecho el libro parte de esta albufera, es el inicio de todo el recorrido de mi carrera. Al fin y al cabo, como la editorial es de allí, quería basarme un poco en la experiencia y que repercutiera positivamente sobre la propia sociedad murciana y su medio. Por eso decidí destinarlo a esta asociación.
Sobre el Mar Menor, precisamente, ¿cree que es posible haber comunicado mejor su situación crítica?
Sí, totalmente. Desde un punto de vista de concienciación, es el mayor desastre ecológico que hay activo en España, no se me ocurre otro más grande. La sociedad española debe ser consciente de ello, se está haciendo una comunicación pésima. Esto deriva también de la cultura científica. A escala regional se ha entendido, y algunos políticos siguen fomentando esta creencia, que si el agua está transparente, el Mar Menor ya está sano y su salud sistémica es perfecta. No se entiende su complejidad. Ha habido mucho sensacionalismo.
Es crítica, compleja y cambiante. Cuando un sistema está sometido a tales tensiones, cualquier perturbación lo lleva a un punto distinto. Yo tuve que reescribir el primer capítulo cuatro veces. La primera vez no había sucedido la DANA. Esto refleja que es un sistema tensionado y cambiante. Existe un vacío histórico en la divulgación científica de esta albufera que han llenado asociaciones ecologistas y ambientalistas. Eso tiene un problema, cuando dejas un vacío se pueden meter instituciones como estas, que lo han hecho muy bien desde mi punto de vista en la última década, pero también oportunistas y 'opinólogos' a crear ruido.