Un recurso frecuente en el arsenal de los escépticos frente al calentamiento global es el de recordar que, hace unos 50 años, la idea popular con respecto al cambio climático es que el mundo se estaba volviendo más frío, no más cálido. Un artículo sobre el Global Cooling en la revista Newsweek y una presunta portada de Time -desmentida como un montaje por la propia publicación- sirven a los negacionistas para argumentar que la ciencia climática dice una cosa y la contraria. Pero temporales históricos como la borrasca Filomena reaniman el debate estos días: ¿y si nos dirigimos a una nueva Edad de Hielo?
Lo cierto es que el planeta ha atravesado glaciaciones de forma cíclica: la 'pequeña Edad de Hielo' apenas data de unos siglos atrás, de 1650 a 1715 en el Hemisferio Norte según la NASA. Era la época en la que los londinenses celebraban ferias y patinaban sobre el Támesis congelado, y coincidió con un fenómeno astronómico: un Gran Mínimo Solar, un periodo de baja actividad del Sol, pobre en llamaradas y manchas solares, que precisamente se está reproduciendo en estos momentos. Estos ciclos solares tienden a ir del Máximo al Mínimo en periodos de 11 años, pero otro de los legados aciagos de 2020 es que el letargo del astro rey no se está recuperando como previsto.
Si el Gran Mínimo Solar provocó una glaciación antes de que la mano humana comenzase a afectar al clima, en época de la Ilustración, ¿no habría que tener en cuenta ahora sus efectos? Es una teoría minoritaria entre los propios científicos climáticos, que incluso plantean, si no una 'nueva Edad de Hielo', al menos un 'efecto de compensación' que ayude a cumplir el objetivo fijado por el Acuerdo de París de limitar el aumento de temperaturas a 1,5 ºC. Pero lo cierto es que sí existía contaminación ambiental en aquella época, fruto del vulcanismo: las partículas proyectadas a la atmósfera bloquearon la radiación solar, causando enfriamiento.
Este es el fenómeno que llevó a los medios a hablar de 'Global Cooling' en los setenta: según explica el profesor James Renwick en The Conversation, en aquella década la emisión de CO2 y gases contaminantes estaba en plena expansión y tenía como efecto a corto plazo el bloqueo de la radiación solar, con la consiguiente bajada de temperaturas. Es en la década siguiente cuando la acumulación de contaminantes desencadenó efectos como el efecto invernadero antropogénico y el agujero en la capa de ozono.
Cualquier variación en los ciclos solares empalidece frente a la crisis climática que azota en estos momentos a la Tierra, zanja la NASA: "El calentamiento provocado por las emisiones de efecto invernadero producidos por la quema de combustibles fósiles por parte de los seres humanos es seis veces superior a cualquier posible enfriamiento provocado por un Gran Mínimo Solar". "Incluso si este Gran Mínimo Solar durase un siglo, las temperaturas globales seguirían aumentando", prosigue la Agencia Espacial.
"La razón es que hay multitud de factores que influyen en las variaciones de temperatura en la Tierra que van más allá de los ciclos solares, y la más dominante de todas ellas es la emisión de gases de efecto invernadero por parte del ser humano". El profesor Renwick añade que las acumulaciones de dióxido de carbono nos acompañarán durante "miles de años", por lo que en realidad "la próxima Edad de Hielo ha quedado pospuesta para dentro de mucho tiempo".
Si la tendencia inequívoca es al calentamiento, ¿por qué se producen efectos de frío extremo y nevadas inéditas como la provocada por Filomena? Esta pregunta fue abordada en un artículo anterior: el aumento de temperaturas en los polos empuja a las borrascas con aire ártico a latitudes más bajas que no alcanzarían en circunstancias normales. La previsión por tanto es de una acentuación de los extremos: años cada vez más cálidos con episodios invernales puntuales cada vez más crudos.