La vacuna. Llevamos desde el inicio de esta pesadilla pensando en la vacuna porque solo la vacuna nos puede permitir lograr una inmunidad de grupo suficiente como para volver a una vida que recuerde a la normalidad.
El asunto es que todos tenemos la sensación de que el proceso va demasiado lento en España y que no va a llegar a tiempo para evitar un número considerable de muertes a corto plazo.
Aquí habría que matizar algo: pese a las apariencias, en España se está vacunando a una velocidad aceptable en comparación con otros países del mundo: a 9 de enero, nuestro país era el noveno del mundo con mayor población vacunada, solo por detrás de China, EEUU, Israel, Reino Unido, Emiratos Árabes Unidos, Rusia, Italia y Alemania.
Nos puede desesperar -y nos desespera- cierta improvisación innecesaria. Efectivamente, lo ideal es que estuviéramos vacunando los siete días de la semana, mañana, tarde y noche, como se ha dicho.
Ahora bien, aquí nos tropezamos con dos factores: la burocracia y la tecnología. No solo hace falta comprarle a Pfizer o a Moderna o a Astra Zeneca millones de dosis, sino que hay que transportarlas, repartirlas, mantenerlas congeladas, formar a los profesionales en la aplicación correcta de esta vacuna en concreto -no, no la puede aplicar cualquiera, ya lo siento-, convocar a los vacunados potenciales, repartirlos por horas y días, y todo ese proceso cuando hablamos de millones de habitantes es agotador.
Cierto, en Israel se está consiguiendo, pero Israel es un país con una larga tradición estatalista y un sentido de la comunidad que no es el nuestro. En muchos lugares de España, cuando alrededor de Reyes se previó vacunar en residencias, no eran pocos los residentes que se habían ido a pasar el día fuera.
El pasado viernes, el Ministerio publicó la cifra de 277.976 dosis administradas en todo el país, un 37% del total entregado. Mientras Asturias ya ha administrado el 75,2% de las dosis recibidas, Madrid está encontrando problemas para vacunar en condiciones: solo el 14,3% se habrían aplicado en tiempo y forma.
El resto de las comunidades ronda el 30-40%. No me parece un porcentaje ridículo, ni mucho menos, simplemente el reflejo de lo complicado que es un proceso de este tipo. A todos nos gustaría que todo funcionara como la seda y tiempo ha habido para agilizar recursos y concienciar de la necesidad de un proceso más rápido, pero no es tan fácil. Nunca es tan fácil. ¿Lo sería con más gente y más medios? Sin duda, pero no los tenemos. Y, como se ve, tampoco lo tienen muchos otros países. Magro consuelo, lo sé.
Visto lo visto, ¿qué podemos esperar de la vacunación masiva en España? De entrada, es muy posible que haya una aceleración inmediata de la administración de dosis ahora que ha pasado el desconcierto inicial y ya no hay festivos de por medio.
Si en once días se han administrado 277.976 dosis, habrá que estar atentos a ver si en los próximos once esa cifra puede superar el millón. Es muy probable. La duda es si eso bastará para la tercera ola que está ganando y ganando fuerza. A corto plazo, no me parece probable.
No contaría con un efecto muy marcado de cara a enero y febrero, quizá sí a partir de marzo. De entrada, la propia vacuna tarda un tiempo en actuar: el famoso gráfico que se hizo tan popular en su momento y que pueden ver en lo alto de este párrafo, deja claro que la diferencia de inmunidad entre los grupos vacunados y los grupos con placebo se empieza a observar a partir del décimo día de la segunda dosis. Eso es bastante tiempo si tenemos en cuenta que solo estamos administrando las primeras.
Tendríamos que completar esta primera fase de vacunación, empezar la segunda y, a partir de ahí, los afortunados aún tendrían que esperar diez días para ser totalmente inmunes al virus.
Eso nos pone en febrero y en una cantidad muy reducida de población. Por supuesto, siempre se puede optar por la vía de poner una sola dosis a mucha gente y aplazar la segunda, confiando en que al menos algo de inmunidad tengan y ese algo les proteja.
Ahí, como entenderán, tienen que entrar los virólogos y no los divulgadores. En principio, todos los estudios hechos y toda la información que poseemos acerca de la eficacia de la vacuna parte de la idea de la doble dosis, pero, por supuesto, hay expertos que dicen que el experimento puede funcionar.
Aun así, insisto, pensar en unos dos-tres millones de vacunados -con una dosis- para finales de enero parece lo máximo a lo que podemos aspirar. Eso, al ritmo de 100.000 al día que creo que alcanzaremos.
¿Cortaría eso la tercera ola? En absoluto. Tres millones de vacunados -la gran mayoría de ellos con una dosis y aún en el período de adaptación de los anticuerpos- suponen apenas el 7,5% de la población total del país.
El virus seguirá extendiéndose, transmitiéndose con facilidad y provocando numerosos contagios, hospitalizaciones e ingresos en unidades UCI. Eso no cambiaría demasiado. De hecho, Israel, pese a su rapidez a la hora de vacunar, está entre los países con mayor incidencia y con mayor crecimiento del mundo ahora mismo.
Algo parecido pasa, ya lo sabemos, con Reino Unido, aunque a otra escala. A la tercera ola, o a lo más duro de la tercera ola, ya llegamos tarde. No pararemos los contagios y no conseguiremos aliviar la presión hospitalaria más que de una manera muy leve.
Otra cosa son las defunciones. Lo primero que se verá una vez empiece la vacunación a todo ritmo será un descenso de los fallecidos por Covid si se sigue el principio de vacunar cuanto antes a las poblaciones de riesgo.
Aproximadamente, el 85% de los fallecidos con clínica Covid en España son mayores de 75 años. Si conseguimos vacunar este segmento de la población cuanto antes, reduciremos muchísimo la previsión de fallecidos. ¿Cuántas personas mayores de 75 años hay en España? Aproximadamente cinco millones. Si consiguiéramos que tres millones estuvieran vacunados con sus dos dosis para mediados de febrero -optimista, sí, pero no imposible- ya tendríamos el 60% de la población objetivo y a lo largo del mes podríamos conseguir una inmunización casi total.
Las consecuencias de esa inmunización grupal apenas se verían, como ya digo, en el número de casos detectados en el total del país. No afectarían demasiado a las hospitalizaciones a corto plazo, aunque obviamente se notaría, ya que los cuadros más graves suelen estar relacionados con el estado físico previo del paciente.
Las UCI seguirían casi como están, pues pocos mayores de 80 años suelen entrar en las mismas. La amenaza del caos asistencial seguiría ahí en marzo, abril, mayo… reduciéndose conforme vayamos consiguiendo ampliar el abanico de vacunación a otras franjas de edad. Ahora bien, habría menos muertos. No podemos confiarnos porque es evidente que un colapso asistencial provocaría un incremento de mortalidad en otras patologías, pero sería un comienzo.
Lo que no tengo claro es que lo vayamos a ver nítidamente antes de mediados de febrero. Parece complicado y no tenemos escenarios con los que compararnos así que es todo una cuestión de intuición. Nos seguiremos contagiando lo que queda de enero y durante medio febrero y entre esos contagios habrá población de riesgo y un porcentaje alto acabará falleciendo. A partir de marzo, veríamos.
Incluso teniendo en cuenta un posible efecto a la baja en las previsiones de fallecidos de los dos primeros meses del año, siguiendo el volumen actual de detecciones -unas 25.000 al día- es casi imposible no encontrarnos en breve con 400 muertos diarios.
Eso, en el mejor de los casos, porque no tiene ninguna pinta de que estemos cerca del pico de contagios. En condiciones normales, pensar en 25.000 o incluso 30.000 muertos a lo largo de enero y febrero no sería una locura.
Si hay un confinamiento absoluto, la cifra bajaría automáticamente, aunque difícilmente por debajo de los 20.000. Ahora bien, si conseguimos vacunar a la gente que peor pronóstico tiene, igual podemos bajar a 15.000, los mismos fallecidos que vimos entre noviembre y diciembre.
Todo esto son escenarios que han de servirnos para tomar conciencia de la gravedad de la situación. No son una necesidad científica ni mucho menos. Nadie sabe lo que va a pasar ni cómo cambiarán los ritmos de vacunación. La situación pinta lo suficientemente mal como para que nos preocupemos mucho y cuando vean el número de vacunados de un día recuerden que les quedan diez días para empezar a adquirir algo de inmunidad.
El objetivo ha de ser la primavera: dejar de contar los muertos por decenas de miles y empezar a ver bajadas drásticas de cara al verano. Ese es el objetivo y todo lo que se adelante bienvenido será. Mientras tanto, precaución y paciencia.
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