A pesar de la profunda relación entre destrucción de la naturaleza y pandemias, este año de coronavirus ha dejado en España inesperados beneficios temporales reflejados en la mejora del aire y en un descenso de las emisiones contaminantes, pero también perjuicios como millones de mascarillas tiradas en la naturaleza y cuya degradación alcanza 400 años.
Aunque el alivio sea momentáneo y no resuelva la crisis climática actual, sí se puede aseverar que durante el 2020, y sobre todo en los momento más duros de la crisis sanitaria, el aire y el agua fueron mucho más limpios en todo el país, el tráfico se redujo de manera importante, la bicicleta resurgió y los ciudadanos volvieron a escuchar los sonidos de la naturaleza.
Primero por los confinamientos y luego por el teletrabajo, la drástica caída del tráfico desde el comienzo de la pandemia propició una mejora sin precedentes de la calidad del aire en las ciudades españolas, para al menos 18,6 millones de españoles.
Entre marzo y octubre de 2020, las mediciones oficiales de 26 urbes españolas arrojaron que los niveles de dióxido de nitrógeno (NO2) en este periodo se situaba un 38 % por debajo de la media de los últimos 10 años.
Reducción del tráfico
En Madrid, una de las ciudades que sobrepasa los limites legales contaminantes, la polución atmosférica se redujo entre marzo y octubre de 2020 un 41% con respecto a los datos -en ese mismo periodo- en la última década, mientras que los niveles de dióxido de nitrógeno (NO2) bajaron un 60 % en la segunda quincena de marzo, el mínimo histórico en los últimos 19 años.
Respecto a las emisiones de gases invernadero, España fue uno de los países que más redujo sus emisiones de CO2 durante la primera ola de la pandemia, y según los expertos la caída fue de un 13,8 %, una reducción récord desde que hay registros (1990) siendo los meses de abril y mayo los de mayores descensos, el 31 y 22 por ciento, respectivamente.
El descenso estuvo vinculado a una menor actividad por la pandemia que repercutió en un descenso en el uso de carburantes en carretera y a la notable bajada en emisiones asociadas a la aviación, ya que el tráfico aéreo se redujo también en un 80 %.
La vicepresidenta cuarta y ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Ribera calificó de "extraordinaria" la reducción de las emisiones de CO2 durante el periodo más duro de la pandemia, aunque observó la alta probabilidad de que el descenso no se pudiera sostener en el tiempo.
Ciudades para las personas
Otro aspecto que la pandemia favoreció fue la demanda ciudadana en favor de ciudades pensadas en las persona con aceras más anchas y un incremento de las zonas verdes y peatonales donde la bicicleta disfrute de un espacio propio como medio de transporte sostenible, eficiente, y, sobre todo, no contaminante.
En la actualidad, la bicicleta vive un pequeño boom en España donde más de 20 millones de ciudadanos, casi la mitad de su población, usan la bici con frecuencia como transporte, mientras que casi 8 millones se suben a ella al menos una vez al mes como parte de su rutina de actividad física, según datos oficiales.
Acercamiento de la fauna
Una de las inesperadas situaciones que dejó la pandemia fue la recolonización de la ciudad por la fauna, y así grandes mamíferos, como los jabalíes, que ya se encontraban de manera habitual en entornos peri-urbanos, irrumpieron en el centro de múltiples urbes; pavos reales, patos e incluso hasta algún oso en zonas de montaña también gozaron de una tranquilidad inimaginable.
Asimismo, en los ecosistemas marinos la ausencia humana ayudó a una mayor presencia de aves marinas, peces y mamíferos en playas o en zonas de escasa profundidad, que en épocas previas al confinamiento se sentían amenazadas por el ser humano.
Mascarillas, nuevo residuo
La pandemia condujo a un repentino aumento de la demanda en España, y todo el mundo, de equipos de protección individual (EPI), como máscaras, guantes, botellas de desinfectante, generalizando su uso y con ello la aparición de un nuevo residuo plástico.
Según datos de la Fundación Ecomar, cada mes aparecen como residuo en las playas española alrededor de seis millones de mascarillas usadas y tiradas al suelo, lo que supone un peligroso repunte de la mala costumbre del usar y tirar.
Los ecologistas han alertado del "riesgo para la salud pública", que supone la "avalancha de residuos" generados ya que cada mes se usan hasta 129.000 millones de mascarillas y 65.000 millones de guantes de un solo uso, algo perjudicial para la salud planetaria.
En su lugar, urgen usar mascarillas reutilizables, lavadas y desinfectadas "de forma rutinaria" en los hogares de la población y apelan a la responsabilidad de los ciudadanos para que los depositen en las papeleras o en el contenedor de restos de sus casas y no en el suelo.