Los terremotos que han ocurrido recientemente en el sur de España y en el este de Japón tienen su origen en el choque de las placas tectónicas, de Eurasia y África en el primer caso, y de Filipinas y Pacífico en el segundo.
Sin embargo, en el noroeste de la península ibérica, que está alejado del borde de las placas, de vez en cuando también se producen movimientos sísmicos, que han llegado a superar la magnitud 5 en localidades como Puebla de Sanabria (Zamora) en 1961 y Lugo en 1997, con daños y alarma entre la población.
Detrás de estos terremotos están las fracturas que se formaron y reactivaron en la corteza terrestre durante la orogenia Alpina (la misma que levantó las cordilleras Pirenaica, Cantábrica y Béticas), pero los mecanismos exactos que los desencadenan no están nada claros.
Para resolver el problema, geólogos de las universidades de León, Rey Juan Carlos y Complutense de Madrid han ideado un original modelo que simula lo que ha ocurrido bajo ese territorio con la ayuda de una ‘caja’ en la que depositan tres elementos: silicona para representar la corteza inferior y media (20 km=2 cm), arena blanca coloreada por capas como corteza superior (15 km= 1,5 cm) y partículas de café espolvoreadas por encima para seguir sus movimientos. Una de las paredes de esta sandbox es móvil.
“A medida que en la caja generamos una deformación como la que ocurrió durante la orogenia alpina, registramos todo lo que sucede mediante un escáner láser, y así obtenemos un modelo digital para analizar la topografía y los cambios que se producen en el relieve”, explica uno los autores, Javier Fernández Lozano, de la Universidad de León.
El equipo, que publica su estudio en la revista Tectonics, utiliza un algoritmo matemático para medir los desplazamientos que generan las fracturas sobre la superficie del modelo. De esta forma se puede observar dónde se concentran las deformaciones y, por tanto, dónde es más probable que se produzcan terremotos.
Según el estudio, su origen está en la presencia de fluidos que circulan a grandes profundidades y con elevados gradientes térmicos, lo que facilita la rotura de las fracturas en la corteza e incrementa así la actividad sísmica en determinadas zonas del noroeste peninsular.
“Este fenómeno explicaría las importantes variaciones de sismicidad observadas en el extremo occidental de la Cordillera Cantábrica y los Montes Galaico-Leoneses, en la llamada zona de transición frágil-dúctil (donde las rocas de la corteza terrestre pasan de ser más duras y frágiles a más maleables al elevarse la temperatura con la profundidad)”, detalla Fernández Lozano, “y en esa zona el aumento de la presión de los poros facilita la apertura de las fracturas y la circulación de los fluidos calientes, reduciendo la resistencia de la corteza y la profundidad a la que se producen los terremotos”.
Yacimientos auríferos
Además, el geólogo destaca que este estudio tiene implicaciones importantes sobre la formación de los yacimientos auríferos en el noroeste de España: “Las fracturas actúan como válvulas de escape de los fluidos calientes, y cuando su presión sobrepasa un determinado umbral, la roca se rompe y circulan hacia zonas someras donde precipitan elementos minerales de gran interés, como el oro, el estaño y el wolframio”.
“Por tanto –concluye–, con los nuevos terremotos se abre la posibilidad de que un nuevo yacimiento se pueda estar gestando bajo esas zonas de Castilla y León y Galicia, es decir, yacimientos primarios (donde el mineral se forma en las fracturas de la roca madre) tan importantes como los que luego, por transporte y sedimentación, han dado lugar a los secundarios de Las Médulas (antiguas minas de oro romanas) podrían estar hoy en formación en todo el noroeste de la Península”.