La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) define los microplásticos como pequeñas partículas y fibras de plástico inferiores a cinco milímetros. Su presencia en el mundo ha aumentado a la par que se ha incrementado su producción. De hecho, para 2050 se prevee que su demanda alcance las 1.000 millones de toneladas, a pesar de las muchas medidas que tratan de limitarlos.
Los microplásticos, invisibles a simple vista, afectan principalmente a pequeños peces, organismos invertebrados y otros animales filtradores que tienen el potencial de entrar en nuestra cadena alimentaria.
Ahora, un equipo internacional liderado por investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (MNCN-CSIC) ha demostrado que estos microplásticos también están presentes en la dieta de los pingüinos antárticos. Y es que el análisis de las heces de tres especies distintas -en diferentes lugares y años- han revelado una amplia presencia de poliéster y polietileno, entre otras partículas de origen humano como las fibras de celulosa.
El estudio, publicado en la revista Science of the Total Environment, incide sobre la necesidad de conocer los efectos de estas partículas y de establecer medidas más efectivas para controlar la contaminación por plásticos y otras partículas de origen humano en el continente antártico.
Los microplásticos están cada vez más extendidas en los ecosistemas marinos, algo preocupante dada su persistencia en el ambiente y su acumulación en las cadenas tróficas.
"Estos contaminantes llegan a mares y océanos principalmente a través de la basura y los desechos procedentes de las actividades antrópicas", explica Andrés Barbosa, científico del MNCN-CSIC y autor del trabajo.
Según asegura José Xavier, investigador de la Universidad de Coímbra (Portugal), dada la baja presencia humana en el océano antártico y en la Antártida, cabría esperar una baja contaminación por microplásticos en estas áreas, sin embargo, "las estaciones de investigación, los barcos pesqueros y turísticos y las corrientes marinas hacen que estas partículas lleguen a estos hábitats, pudiendo provocar una alta concentración a nivel local".
Los resultados del estudio
El objetivo del estudio, en el que han participado investigadores de Portugal, Reino Unido y España, fue analizar la presencia de microplásticos en la península antártica y en el mar de Scotia, dada la importancia ecológica de estos hábitats.
Para ello, analizaron las heces de tres especies de pingüinos: el pingüino de Adelia ('Pygoscelis adeliae'), el barbijo ('Pygoscelis antarcticus') y el papúa ('Pygoscelis papua'). "Los pingüinos se utilizan para muchos estudios porque su biología y ecología son bien conocidas y el hecho de que sean depredadores les convierten en buenos indicadores de la salud de los ecosistemas en los que viven", aclara Barbosa.
"Los resultados muestran que la dieta de las tres especies está compuesta por distintas proporciones de krill antártico ('Euphausia superba'), en un 85% en el caso del pingüino de Adelia; un 66% en el del barbijo y, finalmente, un 54% en el papúa. Y, según revela Joana Fragão, investigadora de la Universidad de Coímbra, se encontraron microplásticos en un 15%, un 28% y un 29% de las muestras, respectivamente, en las tres especies estudiadas.
"La frecuencia de aparición de estas sustancias fue similar en todas las colonias, lo que nos induce a pensar que no hay un punto de origen concreto de contaminación dentro del mar de Scotia. Es necesario seguir estudiando en esta línea para comprender mejor la dinámica de estas sustancias y sus efectos en estos ecosistemas para guiar nuevas políticas de gestión en el continente antártico", concluye Filipa Bessa, también de la Universidad de Coímbra.