Hace ya más de una década que un estudio a nivel mundial ponía en alerta a la comunidad científica sobre el estado de salud de los bosques. El trabajo documentaba hasta 88 eventos de decaimiento forestal y mortalidad arbórea en masa localizados en todos los continentes, salvo la Antártida (donde no hay árboles).
Todos los casos estaban asociados al estrés fisiológico provocado por el clima y otras causas relacionadas con el mismo, como las plagas y los incendios forestales. La península ibérica no quedaba exenta de participar en este preocupante mapa de puntos.
Siendo uno de los paisajes ibéricos más relevantes de los últimos siglos, no se le escapa a casi nadie que las dehesas son los bosques huecos por donde campea el cerdo ibérico en montanera. La búsqueda proactiva de bellotas maduras que han caído al suelo es, en parte, la responsable de la grasa entreverada, que le da fama y éxito mundial al jamón ibérico. Pero seríamos muy injustos con las dehesas, y con nosotros mismos, si solo le reconociéramos este valor.
La dehesa aporta un singular equilibrio entre biodiversidad y múltiples funciones, esto es, una gran capacidad de proveer bienes y servicios a la sociedad sin romper las reglas de la sostenibilidad.
Las encinas, los principales árboles de este ecosistema, se están viendo afectadas por una enfermedad, la seca, también llamada podredumbre radical, originada por el patógeno Phytophthora cinnamomi Rands. Este microbio parecido a un hongo, vive en el suelo y devora las raíces finas de la encina, aquellas con las que bebe y come.
Las encinas han evolucionado a lo largo de su historia natural para tolerar las sequías veraniegas propias del clima mediterráneo, pero sin estas raíces finas pierden su fortaleza de vivir. Como apuntaba Antonio Machado en su poema Las encinas:
Brotas derecha o torcida
con esa humildad que cede
sólo a la ley de la vida,
que es vivir como se puede.
Además, el cambio climático acuciante colabora en esta fatalidad.
¿Cómo podemos afrontarla?
La detección temprana es el primer paso. Fitóftora crece sigilosamente en el suelo de la dehesa, de tal forma que cuando los síntomas son manifiestos, como la defoliación y la pérdida de vigor del arbolado, el microbio está ya tan extendido por la rizosfera de la encina, que difícilmente podrá salvarse.
Recientes investigaciones han conseguido detectar con dos años de antelación síntomas de la enfermedad árbol a árbol mediante fotografías aéreas de alta resolución, tomadas con sensores que van más allá de lo que el ojo humano puede ver. La idea subyacente es detectar prematuramente, por medio de estos sensores, cambios en variables fisiológicas, indicativos de la llegada del patógeno, como el contenido de pigmentos de la hoja o la fluorescencia de la clorofila.
El siguiente reto es conseguirlo extensivamente con el uso de drones y sensores más accesibles comercialmente, e incluso con imágenes satelitales, algo que está por desarrollar, aunque ya se están dando los primeros pasos. La detección temprana permitirá que los posibles tratamientos se realicen con antelación y por tanto sean más eficaces.
Por otro lado, se están investigando residuos que puedan ser tóxicos para matar al patógeno, más allá del aporte de fertilizantes de calcio en el suelo, también efectivos. Otra línea de acción consiste en investigar las comunidades de microorganismos del suelo que conviven con Phytophthora, como el hongo Trichoderma, especie antagonista del patógeno que limita su crecimiento en la raíz de la encina.
Por último, se ha observado que en focos en decaimiento donde se ha confirmado la presencia de Phytophthora existen encinas que no muestran los síntomas aparentes de la enfermedad. Estudiar la biología molecular de estas encinas puede llevarnos a comprender los mecanismos de resistencia al patógeno.
En cualquier caso, y por encima del mapa de soluciones que la ciencia trata de aportar, los planes de gestión integral de las dehesas en las fincas, que incluyan un diagnóstico de la explotación, sus recursos naturales, la ordenación de usos y regulación de aprovechamientos, compatibles con la renovación del arbolado y la conservación de la biodiversidad son, sin duda, la mejor prevención para mitigar los fenómenos de decaimiento forestal en estos singulares ecosistemas de alto valor económico y socioecológico.
*Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
*José Luis Quero, autor del artículo y profesor titular de Ingeniería Agroforestal en la Universidad de Córdoba.