No la llaman la Isla Bonita por casualidad. La Palma no es solo sus espectaculares paisajes: se trata de un punto caliente de biodiversidad, con numerosas especies endémicas (que no viven en ninguna otra parte del mundo) que han evolucionado aisladas durante cientos de miles de años. Por eso la erupción del Cumbre Vieja ha puesto en alerta a los biólogos, que veían peligrar algunas de las especies más emblemáticas de la más noroccidental de todas las islas del archipiélago canario.
"Estamos hablando de más de 5.000 especies en total, entre animales y plantas", calcula para EL ESPAÑOL Félix Manuel Medina, biólogo del Servicio de Medio Ambiente del Cabildo Insular de La Palma. "De ellos, aproximadamente un 20% de las plantas son endémicas, y un 10% de los animales".
De entre todas esas especies había una que preocupaba especialmente, ya que se encuentra amenazada. A pesar de su tamaño, el saltamontes gigante de El Remo sabe esconderse como nadie en las procelosas ramas de las tabaibas, arbustos típicos de las islas. "Es tan críptico que, si no te lo señalan, no lo ves. Además, tiene la costumbre de moverse según tú lo haces, para que no le veas: solo lo distingues por las tres patitas que sobresalen a cada lado de las ramas".
En un primer momento, la erupción del Cumbre Vieja alarmó a los conservacionistas palmeros, que esperaban con el corazón en un puño ver hacia dónde se vertía el caudal de lava que no ha dejado de fluir desde hace 20 días. Las laderas de Tamanca y El Remo, donde vive y toma su nombre común –el científico es Acrostira euphorbiae– se sitúan a un par de kilómetros al sur de Todoque, localidad arrasada por la colada magmática.
El canal abierto por el volcán hace que, de momento, la lava haya encontrado una vía abierta hacia el mar y no extienda mucho más su destrucción hacia los laterales de la dañina manga, que ha arrasado unas 420 hectáreas (casi un centenar de ellas, tierras de cultivo) y varios centenares de hogares.
Con un tamaño de la hembra de 9 nueve centímetros (el macho mide poco menos de la mitad y es de color rojizo y negro frente al gris de la hembra), el destino del saltamontes estaba ligado al de las tabaibas donde vive: solo tiene unos vestigios de alas que no le servirían para escapar de la lava. "No se alimenta de otra cosa, aunque se han hecho experimentos para ver si es capaz de cambiar de dieta y parece poder modificar sus hábitos", comenta Medina.
Alfombras de ceniza
En sus salidas para rastrear los efectos del volcán en la fauna y la flora del lugar, el biólogo suele ir acompañado de Manuel Nogales, delegado del CSIC en Canarias. Las tabaibas han quedado cubiertas por una espesa ceniza y todavía no han visto ningún ejemplar de saltamontes, pero no se muestran preocupados. "Es normal en esta época porque coincide con el final del verano y el agostamiento de la vegetación".
Preocupa más la ceniza, que se ha extendido por la isla dejando una capa gris en el suelo en kilómetros a la redonda. "Ahí es donde las hembras ponen los huevos, pero con un espesor [de la ceniza] de un centímetro y medio más o menos, no deberían de tener problemas".
Por lo general, los animales de la isla pudieron huir de la colada, solo los lagartos pueden haberse visto más afectados, si bien algunos de ellos ya han regresado al lugar y se colocan sobre las rocas de las primeras lavas, que ya han reducido su temperatura lo suficiente para no achicharrarse, y calentar su cuerpo. "Les están sirviendo de baterías", comenta Nogales.
A la vuelta de los lagartos le ha seguido la de las rapaces que los cazan. "Ya se han visto cernícalos sobrevolando la zona, que desaparecieron la primera semana. Hemos visto búhos chicos cerca del cráter", que no ha dejado de expulsar ceniza y hacer un ruido ensordecedor, por lo que a Nogales le parece "alucinante" que se hayan acercado tan pronto. "Los animales vuelven a comportarse como en los tiempos previos al periodo eruptivo en poco más de una semana".
Sin embargo, todavía se desconoce el efecto que puede estar teniendo la ceniza en la fauna del lugar. "No sabemos qué connotaciones fisiológicas tendrá en los animales". Después de todo, los herbívoros están engullendo una notable cantidad de restos de la erupción con cada bocado a las plantas.
Félix Medina señala que además se han visto "palomas, cernícalos y cuervos completamente impregnados en cenizas, limpiándose las alas, pero no hemos detectado bichos enfermos. Nosotros llevamos el Centro de Rehabilitación de Fauna Silvestre del Cabildo de La Palma y no hemos tenido grandes avisos de fauna afectada".
Tampoco se sabe el efecto que pueda tener en las propias plantas. "No me extrañaría que hayan cambiado sus pautas de fotosíntesis", indica Manuel Nogales.
Seis nuevas especies al año
En los alrededores de Cumbre Vieja se acumula una planta endémica que contiene otro de los insectos que preocupaban a los científicos. Parolinia aridanae o dama palmera es un arbusto que todavía no ha sido descrito por la ciencia y del que solo hay 234 ejemplares. En ellos vive un pequeño escarabajo, de 2 milímetros de longitud, Ceutorhynchus castroi.
Al igual que el saltamontes gigante de El Remo y las tabaibas, el pequeño gorgojo vive exclusivamente sobre esta planta. "Si la Parolinia está en peligro de extinción, el escarabajo también", comenta Félix Medina. Afortunadamente, los 234 ejemplares han quedado intactos, han podido comprobar los científicos que, previsores, ya recogieron semillas y las trasladaron al vivero de flora autóctona para asegurar su conservación.
Ceutorhynchus castroi ha sido un desconocido para los biólogos hasta hace algo menos de dos años. No se trata de algo raro, pues nuevas especies son descubiertas continuamente en la isla. "Un amigo entomólogo describe unas seis al año", señala el palmero. "Se está especializando en escarabajos que apenas tienen 2 milímetros".
¿Qué pasa si surge una nueva colada que amenace a estas especies? "Tendremos que buscar machos y hembras del saltamontes e intentar reproducirlos, ya se hicieron trabajos preliminares en la Universidad de la Laguna".
En cuanto al escarabajo será más difícil. No obstante, y pese a que en tierra firme los efectos del volcán sobre el ecosistema no parece que vayan a ser tan (finalmente) positivos como en el mar, los biólogos parecen aceptar las eventualidades que ello suponga. Después de todo, el drama no es comparable con el de las personas que han perdido su casa. Eso es lo principal, y el corazón de los científicos está con ellas.