La isla de La Palma vuelve a vivir días de incertidumbre, pero esta vez de una manera distinta. El volcán parece dormido. La erupción se ha parado de repente. Ni lava ni deformación del terreno ni apenas sismicidad o emisión de gases. A punto de cumplir tres meses, los palmeros prestan más atención a la cuenta atrás que dan los expertos. Si el 24 de diciembre los niveles siguen igual, se confirmará que la erupción está llegando a su fin.
Los pulsos del Cumbre Vieja parecen haber entrado en parada. Al menos desde el pasado 13 de diciembre, cuando los principales indicadores comenzaron a hundirse. Durante estos meses de erupción los científicos han prestado especial vigilancia a la sismicidad, la deformación del terreno y la emisión de dióxido de azufre (SO2). Todos ellos en niveles, ahora, casi inexistentes.
"Parece que por fin se acaba ya la pesadilla del volcán", comenta Rosa Mateos, geóloga del Instituto Geológico y Minero de España (IGME). Cuenta que el pasado domingo, 12 de diciembre, los científicos que observaban la erupción se asustaron al ver la fuerte explosividad que alcanzó aquel día el volcán. La columna de piroclastos superó los 4 kilómetros de altura y la emisión de bombas volcánicas "fue tremenda".
Ocurrió después de otro pequeño parón en la actividad volcánica, aunque no como el que se vive estos días. Como explica Mateos, la fuerte explosividad hizo pensar "que se trataba de otra reactivación importante", pero resultó ser "una especie de traca final" antes de la parada que esperan sea definitiva: "El volcán está en coma, y si todo sigue así, el día de Nochebuena se dará por muerto".
Después de arrasar más de 1.100 hectáreas de terreno y destruir en su totalidad 2.988 construcciones, el rugido del volcán ha desaparecido. No hay, por el momento, tremor volcánico, esa señal propia de una erupción. La emisión de dióxido de azufre, que ha llegado a mostrar niveles de 50.000 toneladas diarias, ahora se mantiene en unas 50 toneladas. La deformación del terreno tampoco crece, se mantiene estable, lo que quiere decir que no hay magma en superficie empujando con fuerza.
Sismicidad y un cono que se desmorona
Uno de los indicadores que sí se está percibiendo en mayor medida es la sismicidad. Itahiza Domínguez, sismólogo del Instituto Geográfico Nacional (IGN), explica que al haber desaparecido el tremor volcánico, hay más sensibilidad y perciben con mayor nitidez terremotos débiles en profundidad.
El movimiento sísmico que están midiendo desde el IGN es lo que denominan como de largo de período o de baja frecuencia. Son las que están relacionadas con el movimiento de fluidos, que bien pueden ser gases y magma. Como señala Domínguez, "es normal que ocurra", pero aún "hay que estar atentos por si hay algún pulso". En otros momentos, la sismicidad tenía relación con el aporte de magma, por lo que estos temblores pueden tener relación con esto o que pueda estar recolocándose y llenando espacios vacíos.
El magma sigue ahí, bajo la isla. Lo que ocurre es que la presión que integra el volcán es menor que la exterior y el material no encuentra fuerza suficiente para escapar a la superficie. Por este motivo, lo que se observa estos días es una desgasificación en forma de fumarolas blancas y un cono volcánico que se está comenzando a desmoronar. Así lo asegura Mateos, que explica que "el cono ha ido creciendo por depósitos de piroclastos, y al no haber presión ni emisión del magma, se está cayendo". Esto, asegura, es algo habitual cuando finalizan las erupciones.
De momento, la seguridad en la zona de exclusión seguirá igual durante un tiempo, porque las coladas y el cono todavía se están enfriando. Esto quiere decir que, además de la situación en el cono principal, "podría haber desprendimientos en los bordes de coladas" y "todavía hay peligros por desgasificación, lo que puede generar concentraciones importantes y peligrosas en las zonas cercanas a la erupción", comenta Domínguez.
Aún así, la parada del volcán parece inminente. Los científicos de momento se mantienen cautos y le dan un margen de algunos días más para ver cómo se comporta el volcán. Sobre todo, tras los pulsos e intermitencias que ha mostrado el Cumbre Vieja en estos meses.
No obstante, los expertos consultados coinciden en que nada tiene que ver con la parada que mostró el Cumbre Vieja el día 27 de septiembre, días después de entrar en erupción. En aquel momento, aunque también desapareció la señal de tremor volcánico, sólo se interrumpió durante dos horas, había magma empujando en superficie y una emisión a pulsos de gases y ceniza. "Ahora ya estamos hablando de que llevamos casi una semana de parón", cuenta Mateos.
La devastación que deja ahora la erupción al suroeste de la isla "es terrible", asegura Mateos, y "la lava que ha quedado aún estará caliente durante mucho tiempo". Domínguez y sus compañeros del IGN serán los responsables a nivel nacional de continuar con la vigilancia volcánica, como ya ocurría antes de la erupción de La Palma. La observación más constante durará aún varios meses, aunque el volcán se dé por muerto, porque cabe la posibilidad de que haya más enjambres sísmicos en la isla.
No obstante, los volcanes propios de las Islas Canarias son monogenéticos. Es decir, nacen y mueren, y no se vuelven a reactivar, como sí ocurre con otros conocidos como el Etna, en Italia, que siempre se mantiene activo y entra en erupción cada cierto tiempo. Eso sí, tanto Mateos como Domínguez recuerdan que dentro de ciertos años La Palma volverá a tener una erupción por su propia naturaleza volcánica, pero ocurrirá en otra zona.