Nuestro país no es, lamentablemente, el fortín irreductible de la dieta mediterránea que querríamos creer. Los malos hábitos asociados a la alimentación al estilo occidental -abundante en grasas e hidratos como los que se encuentran en el pan blanco- se han venido infiltrando en nuestras cocinas en las últimas décadas. Consumimos productos ultraprocesados, ricos en sales y azúcares, y ello ha conducido a la triste estadística de tener los mayores índices de obesidad infantil de Europa.
Hay motivos, por otra parte, para pensar que no lo estamos haciendo del todo mal. España tiene la tasa más baja de muertes por accidentes cardiovasculares provocados por la dieta del continente, que también es la mínima en el mundo industrializado, a la par con Israel. ¿Cómo es posible conciliar estas dos realidades? ¿Tiene nuestra rica y variada gastronomía, tan distinta de norte a sur, un papel que jugar? ¿O son los motivos menos culturales y más apegados a una cruda realidad socioeconómica: que las regiones con menor renta per cápita se alimentan peor?
Esto es lo que se propusieron determinar los investigadores del Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CIBEROBN) de la Universidad CEU San Pablo, en un trabajo coordinado por la Fundación Española de Nutrición (FEN) y publicado en Nutrients. Para ello contaron con el material del estudio científico ANIBES, que desde 2013 monitoriza los datos antropométricos, la ingesta de macronutrientes y micronutrientes, y los hábitos de vida de los españoles.
¿Tienen los habitantes de los pueblos pequeños el mismo acceso a comida variada y saludable que los de la ciudad? Y, por el contrario, ¿tienen las regiones costeras o agrícolas mejores productos al alcance que las zonas industriales? Para ello, los investigadores se centraron en las nueve áreas geográficas para el consumo que establece Nielsen: noreste, noroeste, norte-central, central, levante o este, sur, Islas Canarias y las zonas metropolitanas de Madrid y Barcelona.
La muestra consistió en 2009 personas de ambos sexos entre los 9 y los 75 años, residentes en zonas urbanas, semiurbanas y rurales de al menos 2.000 habitantes. Los sujetos debían registrar su alimentación en base a 16 tipos de productos diferentes: cereales; verduras; frutas; aceites y otras grasas; leche y lácteos; pescado y mariscos; carnes; huevos; legumbres; azúcar y dulces; aperitivos; comida precocinada; salsas y condimentos; bebidas no alcohólicas; bebidas alcohólicas y suplementos alimentarios.
La principal conclusión del trabajo es que tus hábitos alimenticios no dependen de dónde vives. "Nuestros resultados indican que el lugar de residencia y el tamaño del hábitat tienen una influencia limitada en la elección de alimentos, independientemente de la edad y el sexo en la población del estudio ANIBES"- explica una de las autoras principales del estudio, María de Lourdes Samaniego Vaesken. El ambiente, el modo de vida y la cultura no dan muestras de influenciar significativamente la cesta de la compra: los supermercados y grandes distribuidores han homogeneizado nuestra forma de comer.
Las diferencias, al detalle
No obstante, el trabajo sí que permite detectar indicios de hábitos más o menos saludables de una región a la otra. Tomando las bebidas alcohólicas, cuyo consumo recomendado es cero, encontramos que son las mujeres del área metropolitana de Barcelona las que menos alcohol beben. Las bebidas no alcohólicas, por otro lado, abarcan de líquidos neutros como el agua, los refrescos 'sin' y el café a otros desaconsejados: de los zumos a los refrescos azucarados pasando por las bebidas energéticas. Los niños de la región este, y las mujeres del noroeste y sur, las toman en mayor cantidad.
¿Qué hay de los hombres? En el noroeste se consumen menos 'aperitivos' (aceitunas, patatas fritas... altamente calóricos) que en el sur de España, pero por otra parte, su ingesta de azúcar y dulces es "significativamente mayor". Comen menos carne, sin embargo, que quienes viven en el centro-norte. Y los del centro toman menos leche y productos lácteos que los del área metropolitana de Madrid, que a su vez toman menos aperitivos. "Además, los adultos que habitaban áreas rurales consumían mayores cantidades de grasas y aceites que aquellos de densidades de población más altas, las urbanas"- precisa Samaniego. La mujeres del sur también las toman más.
Este dato es menos preocupante, sin embargo, gracias a un ingrediente que sí es típicamente mediterráneo. "El consumo actual de aceite de oliva como principal grasa de la dieta se encuentra extendido en toda nuestra geografía y nos ayuda a mantener un perfil lipídico rico en ácidos grasos monoinsaturados, beneficiosos en la prevención de la enfermedad cardiovascular"- explica Samaniego. "Sin embargo, hay que poner cierta señal de alarma, por la tendencia a disminuir el consumo y sustituirlo por otros tipos de grasa, principalmente entre los más jóvenes".
La sufrida dieta mediterránea, citan los autores, estaría no solo perviviendo, sino en cierta medida recuperándose en Baleares. Pero un elemento clave, los productos del mar, hace tiempo que no están constreñidos al litoral y las islas: "Cabe destacar la ingesta de pescados, moluscos y crustáceos que si bien históricamente era superior en áreas costeras, hoy en día muestra un elevado consumo incluso en áreas urbanas a lo largo de todo nuestro país. A pesar de lo anterior, el consumo de pescado se está resintiendo, de nuevo, entre los más jóvenes".
Al aceite de oliva y los pescados se suman dos alertas: por un lado, el bajo consumo de fruta y verduras, "uno de los factores que influyen en el aumento de la obesidad y sobrepeso", señala Samaniego. Y por otro, el consumo de legumbres, las "proteínas del pobre", que aunque se mantiene consistente según regiones, habría descendido según otros estudios de generación en generación. "Sería deseable un aumento en su consumo al formar parte esencial de la dieta mediterránea tradicional. Es una buena decisión para nuestra salud"- concluye.
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