En un mundo numérico como éste, en el que los datos y los algoritmos dominan nuestra vida de una forma casi perversa, las básculas, esos aparatejos que muestran en una pantallita nuestro peso, se están volviendo cada vez más sofisticadas. Ya no sólo reflejan los kilos que acumulamos, sino que ahora también nos dicen cuál es nuestro índice de masa corporal, cuál es el porcentaje de grasa, la masa muscular, la masa ósea y hasta te leen el futuro si se lo pides. Sin embargo, hay dietistas-nutricionistas que piden a sus pacientes que intenten evitarlas. Y lo cierto es que tienen buenas razones para ello.
La obesidad se ha convertido en un problema de salud mundial que la OMS relaciona con el "crecimiento de suministro de energía alimentaria", esto es, con el aumento del consumo de calorías malsanas que ingerimos a través del consumo habitual de bebidas azucaradas y productos ultraprocesados de todo tipo. "Durante décadas, una gran parte del aumento en calorías disponibles ha provenido de los productos alimenticios altamente procesados, que son muy apetecibles, relativamente baratos y muy anunciados, lo que hace que el consumo excesivo de calorías sea algo muy sencillo", advertía en 2015 Stefanie Vandevijvere, investigadora principal de salud mundial y política alimentaria de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda).
Realmente, las cifras son alarmantes. Según un estudio publicado en la Revista Española de Cardiología este mismo año, alertaba de que, en 2016, había alrededor de 24 millones de personas adultas con exceso de peso en nuestro país. De mantenerse la tendencia actual, la cifra podría elevarse hasta los 27 millones en 2030. Y tal y como advirtió en una entrevista a EL ESPAÑOL el epidemiólogo Miguel Ángel Martínez-González, catedrático de Medicina de la Universidad de Navarra, "no hay sistema sanitario que aguante una proporción tan alta de población con sobrepeso".
Entonces, ¿cómo arreglamos esta situación? ¿No hacemos dieta? ¿No intentamos perder peso ni analizar cuantitativamente si engordamos o adelgazamos? Los especialistas señalan que más que en los kilos, deberíamos centrar nuestros esfuerzos en realizar un cambio de hábitos alimentarios. "Si centramos el objetivo de nuestra dieta en la pérdida de peso, lo estamos haciendo en algo que no depende totalmente de nosotros. Hay otros factores como la genética o el metabolismo que influyen directamente en el peso y no dependen de nosotros", explica Daniel Ursúa, dietista-nutricionista, divulgador y autor del blog Nutrihabits. "El objetivo de cambiar nuestra alimentación debe ser ganar salud, no perder peso. Si durante ese proceso se da una pérdida de peso, perfecto, pero si no se da, eso no quiere decir que estemos haciendo las cosas mal", añade.
Bárbara Sánchez, dietista-nutricionista especializada en nutrición clínica y deportiva, también se muestra contraria a la dictadura de la báscula porque "mide el éxito o fracaso de un cambio de hábitos" en función del numerito que vemos en la pantalla, "y no tiene nada que ver". Además, el hecho de subirte diariamente, semanalmente o quincenalmente a una báscula suele ser fuente de frustración habitual entre las personas que quieren perder peso. "Ocurre tanto en personas que quieren perder peso como en los que quieren ganarlo. Esa variación nunca va a ser lineal, habrá semanas que el cambio sea mayor y otras menor, pero además influyen otros factores", señala la especialista. "La obsesión por ese número es muy peligrosa puesto que nos puede llevar a intentar realizar dietas extremas que, además de ser perjudiciales, pueden causarnos un trastorno de conducta alimentaria", advierte Ursúa.
¿Hacer dieta engorda?
La realidad es que existen cada vez más evidencias científicas que apuntan que hacer dieta no es una estrategia tan efectiva como podríamos pensar a priori. Como lo leen. En 2011, un estudio publicado en la revista International Journal of Obesity, quiso analizar si el aumento de peso asociado a la dieta tenía más que ver con la genética o con el ejercicio de pérdida de peso realizado en sí mismo. Los resultados, grosso modo, venían a confirmar la segunda teoría: las personas que hacen dieta son más propensas a engordar en un futuro.
Estas conclusiones no son descabelladas si tenemos en cuenta que vivimos obsesionados con el aquí y ahora: nos encomendamos a dietas milagro, buscamos la pérdida de peso casi a cualquier precio, mediante regímenes excesivamente restrictivos o hipocalóricos, y acaba produciéndose el tan temido efecto rebote o efecto yo-yo. Así lo explicaba el también dietista-nutricionista Pablo Ojeda en este artículo: "Se incurre en un déficit nutricional severo y, con la pérdida de líquido, se pierden cinco o seis kilos de forma rápida. Al tener seis kilos menos, el gasto metabólico es mucho menor y basta con tomar cuatro o cinco bocados para que se recupere el peso inmediatamente".
Los especialistas también desmienten que exista un peso ideal -tal y como siempre hemos pensado- ya que éste depende de la edad, la constitución o la actividad física de cada sujeto. "Para mí, el peso ideal es aquel que somos capaces de mantener cuando llevamos una dieta saludable. Si te pones un objetivo de peso y luego no eres capaz de mantenerlo con hábitos saludables y tienes que vivir permanentemente en restricción calórica, es que no es tu peso ideal", dice Bárbara Sánchez.
El índice de masa corporal (IMC) tampoco es una referencia en la que podamos fijarnos para saber si estamos delgados o tenemos sobrepeso. Este indicador, que es la resultante de dividir el peso por la altura al cuadrado hace tiempo que se quedó obsoleto ya que puede dar lugar a equívocos. "El IMC sólo tiene en cuenta el peso en relación a la altura. ¿Y si es hombre o mujer? ¿Y si tiene 20 o 60 años? ¿Y si practica deporte?", se pregunta la especialista.
Entonces, ¿cómo valoramos nuestra evolución si pasamos de la báscula? Según Sánchez, es mucho más útil utilizar otro tipo de medidas como el índice cintura/cadera, que "permite ver una evolución positiva en pérdida de peso a la vez que está muy relacionada con factores de riesgo cardiovascular". Ursúa, por su parte, apunta que conviene tener muy en cuenta la propia percepción del paciente. "El éxito del proceso también se puede valorar en función de los cambios que se van manteniendo en cuanto a hábitos saludables. De qué punto partía el paciente en cuanto a sus hábitos y en cuál está. Lo más importante es conseguir que el paciente entienda la importancia de que el objetivo es conseguir mejorar la salud a largo plazo", añade. Y la báscula, en este caso, no suele ser una buena consejera.
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