Saber si un alimento es bueno o malo para la salud es cada vez más difícil. La industria alimentaria estira al máximo la legislación y utiliza atractivos reclamos (permitidos por la ley, eso sí) para intentar hacernos creer que estamos ante productos más saludables de lo que realmente son. Ocurre cuando estampan en un zumo la palabra "natural", cuando utilizan en unas galletas el reclamo "artesano" o "digestive", o cuando dicen que un chorizo es "sin gluten" (¿alguna vez el chorizo llevó gluten?).
La fibra, que cumple una función fundamental en nuestro organismo y que se encuentra en alimentos tan variopintos como los frutos secos, la verdura, los cereales o la fruta, es un nutriente que suele ser utilizado a la hora de captar la atención de los más crédulos consumidores. Es habitual encontrar leche ricas en fibra, yogures con fibra, galletas con fibra, y todo un sinfín de productos vendidos bajo este tipo de anzuelos. Pero, ¿unas galletas con fibra, por ejemplo, son unas galletas saludables? ¿Y si dice que son integrales? La respuesta rápida: un alimento puede ser perfectamente insano incluso incluyendo fibra entre sus componentes.
Lo cierto es que existe una ley (de 2006) que regula las declaraciones nutricionales de los productos que podemos encontrar en el supermercado. Sin embargo, en ella no se pone coto al término integral. Así, según la norma, "solamente podrá declararse que un alimento es fuente de fibra, así como efectuarse cualquier otra declaración que pueda tener el mismo significado para el consumidor, si el producto contiene como mínimo 3 gramos de fibra por 100 gramos o, como mínimo, 1,5 gramos de fibra por 100 kilocalorías".
De igual forma, la normativa también regula cuáles son los productos que pueden etiquetarse con "alto contenido en fibra". Sólo podrán llevar esta declaración nutricional "así como efectuarse cualquier otra declaración que pueda tener el mismo significado para el consumidor, si el producto contiene un mínimo de 6 gramos de fibra por 100 gramos o 3 gramos de fibra por 100 kilocalorías".
Pero hasta ahí. Como señalábamos antes, cualquier fabricante puede estampar en unas galletas el reclamo integral, sea cual sea su composición, porque no hay ley que delimite con exactitud qué es y qué no es integral. De hecho, hasta hace unos meses, en el pan, otro de los alimentos más populares en nuestra cesta de la compra, también se utilizaban este tipo de señuelos. Desde el pasado 1 de julio, la normativa establece que sólo podrá ser etiquetado como pan integral aquel que esté elaborado al 100% con harina integral. Y aquellos que no estén fabricados de forma exclusiva con este tipo de harinas deberán indicar el porcentaje en la etiqueta.
Entonces, ¿unas galletas integrales no son mejores que unas normales? Podríamos decir que son menos malas. Así lo advirtió el dietista-nutricionista Carlos Ríos, mente pensante tras el movimiento realfooding, en una entrevista con este mismo medio hace algunos meses. "Puede haber galletas menos malas. La industria está reformulándose, utilizando menos azúcares, harinas más integrales, cambiando el aceite de girasol por el oleico… Pero la galleta, por definición, es un producto de bollería que se hacía antaño de forma ocasional, que tenías que cocinarlo tú y que, por supuesto, no llevaba las cantidades de azúcar, de aceites vegetales, sal y aditivos que llevan ahora", decía el nutricionista. "No hay en el mercado galletas saludables y la gran mayoría intentan convencerte de que lo son".
Así, si acudimos a la etiqueta de distintos tipos de galletas integrales podemos encontrar contenidos de fibra de lo más variopinto. Éstas, por ejemplo, tienen 4,3 gramos de fibra por cada 100 gramos; estas otras tienen 13 gramos, y éstas, 7 gramos. En cambio, pese a que el contenido de fibra puede ser mayor, el resto de ingredientes que incorporan hacen de ellas un alimento poco saludable. Esto es: aceite de girasol alto oleico, jarabe de glucosa, grasa de palma, sal o emulgentes. Por supuesto, el azúcar está también presente de forma importantísima en esta variedad.
Entonces, ¿cuál es la mejor alternativa? Los especialistas recomiendan reducir al máximo el consumo de estos alimentos tan populares en los desayunos de todos y cada uno de nosotros desde hace años. Si queremos incorporar fibra a nuestra alimentación, la fruta y la verdura son es una estupenda alternativa que, por qué no, podemos incorporar también en el desayuno, esa comida que la industria alimentaria convirtió en "la más importante del día", pero que realmente no lo es.