Son muchos los alimentos naturales a los que se le han atribuido propiedades cuasi milagrosas a lo largo de la historia. De hecho, pese a que la ciencia ha evolucionado de forma asombrosa y hemos conseguido desarrollar tratamientos para combatir enfermedades que en otro tiempo mataban a cientos de miles de personas, hay quien se empeña en seguir creyendo que un vasito de agua con limón en ayunas ayuda a depurar nuestro organismo, que beber una cucharadita de aceite de oliva virgen es buenísimo para el corazón, o que beber agua caliente nada más levantarnos nos ayuda a adelgazar, por ejemplo.
El último bulo que circula por la red en este otoño de gripes y catarros habla de un brebaje, la miel de ajo, que en teoría actuaría como "antibiótico natural" frente a distintas dolencias. "Un eficaz medicamento en tu botiquín natural [...] Esta miel nos la daba mi madre cuando nos resfriábamos, nos dolía la garganta, teníamos tos… Siempre tenía en el armario un bote y siempre nos hacía efecto", se puede leer en la publicación de un grupo de Facebook que ha sido compartida más de 2.000 veces en apenas una semana. El remedio en cuestión se elabora troceando 15 ajos y mezclandolos en un tarro de cristal hasta arriba de miel. Después habría que tomar "una cucharadita de postre cada hora". Et voilà: mano de santo. O, en realidad, no.
Pero vayamos por partes. El ajo es uno de los alimentos que gozan de una mayor popularidad entre el común de los mortales debido al aura salutífera que siempre le ha rodeado. De hecho, existen innumerables remedios caseros que tienen al ajo como protagonista. De él siempre se ha dicho que ayuda a adelgazar, que tiene efectos antibióticos, que ayuda a prevenir el cáncer y que es un gran aliado contra las enfermedades cardíacas. Con la miel ocurre tanto o más de lo mismo. De hecho, nuestras abuelas nos la daban años ha para combatir el catarro o para calmar el dolor de garganta. Ya saben: "Esto es todo natural, no te va a hacer ningún daño". Y no es así.
"Tenemos tendencia a pensar que los remedios caseros no tienen efectos secundarios. Como conocemos los ingredientes’, y los identificamos de forma más sencilla que elementos químicos que 'vaya usted a saber', la percepción es que no nos hará ningún mal. La realidad es que es justo lo contrario", explica Gemma del Caño, farmacéutica y divulgadora especializada en seguridad alimentaria. "La realidad es justo la contraria. Cuando elaboramos un 'remedio' en casa, no controlamos la cantidades, las dosis, los controles de seguridad… Por suerte, la mayoría no tienen efectos secundarios porque tampoco tienen los primarios", añade.
Sin evidencia científica
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) analizó en 2009 las supuestas propiedades antibióticas, antioxidantes y antitusivas que tradicionalmente se atribuyen a la miel. La conclusión es meridianamente clara: no existen evidencias al respecto. De la misma forma, una revisión de estudios también intentó arrojar algo de luz sobre las supuestas propiedades cardiosaludables del ajo. En las conclusiones se puede leer: "No hay pruebas suficientes para determinar que el ajo proporciona una ventaja terapéutica respecto al placebo en términos de reducción del riesgo de mortalidad y morbilidad cardiovascular en pacientes diagnosticados con hipertensión”.
Así, otro ensayo clínico publicado en la revista The Cochrane Database Systematic Review sobre las propiedades antimicrobianas y antivirales del ajo frente al resfriado común concluye que no hay "pruebas suficientes" para considerar que este alimento puede ejercer algún efecto "en la prevención o el tratamiento del resfriado común".
"Es cierto que el ajo tiene sustancias que podrían considerarse antibióticas, pero no en cantidad suficiente como para curar un resfriado", apunta Del Caño. "La miel es emulgente, suaviza la garganta y puede hacer que nos sintamos mejor, pero tampoco cura. Ambas cosas no tienen más efecto que un paracetamol, pero claro, como todos sabemos de dónde viene el ajo o dónde viene la miel, es mucho más sencillo de identificar que un paracetamol, que es un medicamento sintetizado".
Lo que este brebaje sí consigue aportar a nuestro organismo es una cantidad ingente de azúcar, ya que la miel, por muy natural que sea, está compuesta principalmente de esta sustancia relacionada con la obesidad, la diabetes y la caries, entre otras enfermedades. Según las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los azúcares libres no deben suponer más del 10% de la ingesta calórica total. Esto es: en una dieta de 2.000 calorías diarias, nunca más de 50 gramos (25 gramos en el caso de que se deseen obtener beneficios para la salud). Tal y como ilustran desde Sinazucar.org, una sola cucharada de miel contiene ya 30 gramos de azúcar.
De esta forma, recomendar "una cucharadita de postre cada hora" sería, tal y como explica Del Caño, como "recomendar una onza de chocolate pero con más elaboración". O lo que es lo mismo: semejante cantidad de azúcar jamás estaría justificado incluso si fueran ciertas las supuestas bondades de este remedio. Así, tal y como explican los expertos, conviene desconfiar de cualquier remedio de estas características que se elabore con ingredientes naturales. Si fuese tan sencillo (y tan barato) las organizaciones médicas de todo el mundo hace tiempo que lo habrían recomendado por el bien de la salud pública de la humanidad.