La dieta occidental, predominante en los países desarrollados, es rica en grasa, sal, azúcares y alimentos ultraprocesados, además de dejar para su producción una huella medioambiental ingente. La comisión EAT-Lancet abogó recientemente por la 'dieta basada en plantas' como recurso sostenible y saludable: los expertos internacionales invitaban a fijarse en las culturas preindustriales que obtienen multitud de nutrientes de vegetales, frutas y cereales, con un gasto mínimo en proteína animal.
Sin embargo, un nuevo trabajo realizado por neurotoxicólogos de la Oregon Health & Science University (EEUU) lanza un mensaje sencillo pero potente: "No todas las plantas son buenas para ti". Previenen contra la mitificación de la alimentación tradicional: a menudo, estas sociedades dependen de una sola planta que puede no ser nutricionalmente completa y cuya carestía, especialmente a raíz de los efectos extremos propiciados por el cambio climático, es motivo de hambrunas.
El hambre lleva a las poblaciones a buscar otros productos del campo con los que llenar la barriga, y a caer en otro riesgo: el de los alimentos tradicionales de origen vegetal con potencial neurotóxico, que también han llegado a estar en las mesas de los españoles. "La idea es que las plantas y los hongos no está aquí para que nos las comamos. Tienen que defenderse", explica Peter Spencer, profesor de neurología en la Escuela de Medicina de la OHSU. "Sus sistemas de defensa química le pintarían la cara al Pentágono".
En su trabajo, publicado en la revista Environmental Neurology, los investigadores identifican los cuatro alimentos de origen vegetal que provocan el mayor daño al ser humano. La primera es la grasspea o almorta (Lathyrus sativus), conocida como "las gachas de los pobres" en la posguerra española. Su consumo, en harina o con sus granos tostados ('titos'), puede desembocar en el latirismo, una parálisis muscular. El franquismo prohibió su venta en 1967 y hoy se cuela en los estantes de alimentación tras su recalificación como ingrediente de pienso animal.
¿Qué peligro supone consumir productos a base de almortas? La Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) realizó una revisión de estudios en 2018 y concluyó que el riesgo de latirismo por consumir unas gachas de almorta en la población general sería "despreciable" siempre que no se superen los 25 g. de esta harina por ración. No obstante, hay personas que tienen mayor dificultad para metabolizar el aminoácido neurotóxico beta-ODAP, por lo que se expondrían a un mayor riesgo sin saberlo.
La siguiente en la lista es la cassava (Manihot esculenta), más conocida ente los hispanohablantes como yuca o mandioca. La yuca es la base de la alimentación para millones de personas que se ven obligadas a cultivar suelos áridos, pero bajo condiciones de sequía, la concentración de defensas químicas de la planta aumenta al tiempo que disminuye el agua disponible para lavar los componentes tóxicos y producir la harina. Por acumulación, estos compuestos también provocan parálisis muscular.
"Incluso si es una baja dosis de un producto tóxico, la exposición acumulada tiene efectos a largo plazo", explica otra de las investigadoras, Desiré Tshala-Katumbay. Ella creció en la República Democrática del Congo como el resto de niños de su generación, alimentándose a base de raíz de mandioca, y ha dedicado las últimas dos décadas a tratar de limitar la exposición a los compuestos tóxicos en la dieta de su país de origen. La cocina puede reducir las concentraciones, pero no eliminar el riesgo absoluto.
El tercero y cuarto de la lista son frutos: el del árbol ackee (Blighia sapida), árbol nacional de Jamaica; y de uno de los postres predilectos de los restaurantes chinos, el lichi (Litchi chinensis). Hasta 2017, no se logró trazar el vínculo entre esta fruta pulposa y la enfermedad neurológica que ha causado estragos entre los niños de estados empobrecidos de la India, con una mortalidad del 40%. Ambos frutos provocan hipoglucemia cuando se consumen en grandes cantidades con el estómago vacío, como les ocurría a los pequeños, lo que deriva en encefalitis.
"Los efectos neurológicos adversos de la dependencia alimentaria de componentes de plantas con potencial tóxico constituye un problema de salud mundial significativo", explican los autores. En este caso, se trata de una conjunción de factores que incluyen la cantidad de la planta consumida, la mala salud de base de las personas que se alimentan de ella, y la disponibilidad relativa de la planta en un contexto de pobreza, hambruna y cambio climático.
La realidad es que, a medida que aumente la presión demográfica y se extreme el clima, "vamos a tener que depender cada vez más de estos cultivos", advierten. Por tanto, el poder procesar estos alimentos de manera que no causen daños acumulativos al ser humano debe ser una prioridad para la investigación, concluyen. "Evitar los daños cerebrales es nuestro objetivo principal: buscar y entender las causas químicas de la enfermedad y minimizar la exposición".
[Más información: El peligro oculto del alimento más común: causa más intoxicaciones que ninguno]