Éste es el peligro oculto de la langosta y la cigala, dos manjares no tan seguros
Las langostas y las cigalas son considerados una exquisitez en la mesa, pero un nuevo estudio pone en duda su seguridad alimentaria.
14 abril, 2020 02:36Noticias relacionadas
Una curiosidad histórica como aperitivo: la fama de la langosta como bocado exclusivo es relativamente reciente. Durante siglos, los pescadores la consideraron como un alimento inferior, un subproducto de las redes de arrastre que pululaba al pie de los acantilados y los muelles, bueno solo para pobres y marginados como los presos. No fue hasta la primera mitad del siglo XIX cuando la industrialización conservera popularizó esta carne por Europa y EEUU, y la demanda por el producto fresco creció hasta convertirlo en producto de lujo.
El motivo del desprecio por la langosta estribaba en parte por su aspecto -llegó a recibir el mote de "cucaracha del océano"- y en parte por su condición de bottom feeder, una expresión anglosajona que define a las criaturas que se alimentan del sedimento del fondo marino y que era consideradas, por tanto, lo más bajo de la cadena alimentaria. A día de hoy, este aspecto peyorativo adquiere una dimensión nueva con el problema de los microplásticos: diminutas partículas de plástico presentes en una enorme cantidad de artículos, de los envases a la ropa, y que entran en el ciclo del agua mediante por ejemplo el lavado.
Estas partículas de contaminación por plástico se dispersan por el medio ambiente, océanos incluidos, en donde los organismos marinos los pueden consumir. Sin embargo, no está enteramente claro qué ocurre con los habitantes del fondo marino, donde se estarían acumulando estos microplásticos. Un estudio publicado en la revista Environmental Science & Technology de la ACS arroja luz sobre un circulo vicioso: las langostas las comen y las fragmentan todavía más hasta el punto de que otras especies más pequeñas acaban ingiriendo los restos, con lo que la intoxicación de toda la cadena trófica se amplifica.
Efectivamente, los plásticos arrastrados por la corriente o directamente fruto de los desperdicios mal reciclados terminan hundiéndose hasta el lecho. La langosta noruega (Nephrops norvegicus), es decir, la cigala, fue tomado como testigo para el estudio sobre la especie al residir a altas profundidades oceánicas. Las investigaciones previas sobre los contenidos de los estómagos o los tractos digestivos de los ejemplares habían demostrado que pueden consumir microplásticos. Y experimentos de laboratorio anteriores habían demostrado que otro tipo de crustáceo que vive a mayor altura en la denominada 'columna de agua' puede descomponer el plástico en fragmentos menores durante la digestión.
El equipo del Dr. Alessandro Cau se planteó entonces comprobar si esta fragmentación se daba de forma natural en el lecho marino. Para ello, recogieron cigalas en el mar Mediterráneo cerca de Cerdeña. Descubrieron que había grandes partículas de plástico atrapadas en los estómagos de los crustáceos. Sin embargo, algunas de estas piezas habían llegado hasta el 'molinillo gástrico', un complejo sistema de dientes quitinosos que trituran la comida en el interior del estómago de estas criaturas. Es ahí donde el plástico es despiezado en partículas más pequeñas, y aunque una parte se quedará en el organismo, otra pasa a los intestinos, de donde será excretada de vuelta al océano.
Esto significa, por tanto, que existe otra forma de microplásticos, de tipo "secundario", introducido en el medio ambiente por organismos vivos que puede representar una forma significativa de degradación de la contaminación por plásticos en el océano profundo. Los autores apuntan, como conclusión adicional, el riesgo que suponen estas partículas aún más pequeñas que presentan una mayor biodisponibilidad para las criaturas más pequeñas de la cadena alimentaria, lo que redunda en una mayor contaminación de los crustáceos, mariscos y pescados que comemos.
¿Se soluciona este problema consumiendo langosta y cigala de vivero en lugar de la pescada en mar abierto? Como en el caso del pescado de piscifactoria, hay pros y contras nutricionales en función de dónde se haya criado el animal que consumimos. La acuicultura controlará que los ejemplares estén menos expuestos a la contaminación, pero, por otra parte, la vida salvaje hace que presenten mejores niveles de los muy necesarios ácidos omega-3 en su carne.