Hay muchos motivos saludables para tomar alimentos probióticos, pero tratar de resolver un problema gastrointestinal médico no es uno de ellos. Esa es la conclusión de la Asociación Gastrointestinal Americana (AGA) tras una revisión de casos que han culminado en un guía publicada en su revista oficial, Gastroenterology.
El asunto no es baladí, explican: en Estados Unidos, 3,9 millones de personas toman algún tipo de probiótico y muchos de ellos esperan obtener mejoras de sus trastornos digestivos, pero no hay evidencias según la AGA de que vayan a encontrar alivio en esta forma de alimentación más allá de algunos casos muy específicos.
Los probióticos han formado parte de la dieta de la humanidad desde tiempos inmemoriales: se trata de microorganismos vivos -generalmente bacterias y levaduras- que se encuentran en productos fermentados, como los yogures y derivados o los encurtidos, o en suplementos alimentarios.
El principal beneficio asociado a su consumo es la mejora de la microbiota intestinal, la comunidad de bacterias que habita en nuestro tracto gastrointestinal y cuyo equilibrio se relaciona con un buen estado de salud general, incluida la prevención de las enfermedades cardiovasculares, del cáncer e incluso de determinados problemas mentales.
Sin embargo, señala la AGA, los especialistas consideran que los probióticos pueden acompañar pero no suprimir los tratamientos farmacológicos para problemas gástricos. Además, no todas las cepas de microorganismos tienen los mismos efectos, por lo que cualquier enfoque terapéutico debería ser discutido primero con el médico.
Así, la nueva guía recoge tres supuestos en los que el uso de fórmulas probióticas está aconsejado: para prevenir la infección por Clostridioides difficile (C. difficile) en adultos y niños que están tomando antibióticos; para proteger de la enterocolitis necrotizante a bebés prematuros; y para tratar la reservoritis o pouchitis, una complicación del tratamiento quirúrgico de la inflamación intestinal.
Sin embargo, no se hallaron evidencias de eficacia para tratar la colitis ulcerosa, la enfermedad de Crohn, el síndrome del intestino irritable (IBS por sus siglas en inglés) y la propia infección por C. difficile una vez se ha producido. En el caso específico de la gastroenteritis infecciosa aguda en niños, la AGA aconseja específicamente no usar probióticos.
"Los pacientes que toman probióticos para la enfermedad de Crohn, la colitis ulcerosa o el IBS deberían plantearse parar", concluye la presidenta del panel, Grace L. Su de la Universidad de Michigan. "Los suplementos pueden ser caros y no hay pruebas suficientes que respalden sus beneficios o que descarten posibles daños".
"Pese a que nuestra guía destaca unos cuantos casos exitosos de uso de probióticos, ilustra de forma más importante todavía que la percepción entre el público de los beneficios de los probióticos no están basados en evidencias, y que hay una gran variación en los resultados basados en la formulación del producto probiótico", añade.
Las claves que destacan de las guía son que, para bebés prematuros (nacidos antes de las 37 semanas de gestación) o nacidos con bajo peso (menos de 2,5 kilos), los probióticos específicos pueden, además de proteger contra la enterocolitis necrotizante, limitar el riesgo de muerte, facilitar la maduración del sistema gastrointestinal del neonato para que pueda alimentarse por sí mismo antes, y reducir la duración de la hospitalización.
Para cualquier otro caso no contemplado en las excepciones mencionados, la AGA insta a los propios médicos a no recomendar probióticos a sus pacientes sin informarles primero de las lagunas en la investigación de sus efectos.