La mayoría de la gente que se maneja en su peso ideal no mira -aunque quizás deberia hacerlo- el etiquetado de los alimentos que consume. Es esta una acción más habitual en las personas que quieren adelgazar, que se guían así sobre lo que deben comer para intentar perder peso.
Desde que el Reglamento (UE) 1169/2011 hizo obligatorio incluir el etiquetado nutricional en los alimentos envasados, algo que tuvo que implantarse en España en 2016, no hay -salvo los productos frescos- casi ningún producto que se comercialice sin su etiqueta.
Pero existe cierta polémica sobre si esta medida mejora la salud de los consumidores o les ayuda a perder peso. Y estas dudas tienen que ver sobre todo con la interpretación de esa información nutricional, no siempre tan fácil como parece.
"Yo las eliminaría", dice medio en broma el dietista-nutricionista Juan Revenga a EL ESPAÑOL al ser preguntado por el asunto. El especialista cree que, para leer algunas de estas informaciónes, como el etiquetado nutricional de ciertos productos solubles, hay que "tener un máster".
En cualquier caso, Revenga no cree que este sea el principal problema a la hora de responder a la cuestión de si el etiquetado nutricional ayuda o no a comer con salud. Si lo es sin embargo, tenerlo en cuenta antes que otros parámetros. "Es un error conceptual antes que metodológico", apunta.
Lo primero en lo que hay que fijarse antes de ponerse las gafas de cerca para mirar la etiqueta es la gama a la que pertenece el alimento en cuestión. "Por ejemplo, si hablamos de una galleta, ya sabemos que no vamos a encontrar la esencia de la salubridad", comenta.
Lo siguiente que habría que mirar, ya en el envase, es algo mucho más básico que el contenido nutricional: sus ingredientes. Si bien no hay que caer en la quimiofobia, es importante no dejarse engañar.
"Hay alimentos que tienen que tener muy pocos ingredientes para ser saludables; por ejemplo, el yogur", comenta Revenga. Todo lo que vaya más allá de la leche y los fermentos lácticos en este alimento, no supone un plus de salubridad ni ayuda, por lo tanto, a adelgazar.
También a la hora de ver los ingredientes, hay que andarse con ojo. El fabricante, recuerda el dietista-nutricionista, está obligado por ley a declarar todos los ingredientes que hay en su producto, pero puede presentarlos con distintas nomenclaturas.
Por poner un ejemplo, se puede eludir la denominación con E y sustituirla por el componente al que representan. Un ejemplo: escribir como ingrediente ácido cítrico en vez de E-330, con el objetivo de que suene a algo "más natural".
Una vez tenidos en cuenta la gama y los ingredientes del producto que se quiere consumir, es hora de acudir al etiquetado nutricional. Y ahí hay varios errores que podemos cometer sin saberlo -y que pueden afectar a nuestra salud-.
La obligación de los fabricantes es informar del contenido nutricional por cada 100 gramos de producto, pero ofrece la posibilidad de informar también de dicho contenido en una ración, algo que haría más fácil de entender al consumidor lo que está ingiriendo.
Esto puede confundir tanto si se consume más de esos 100 gramos -que el usuario pueda pensar que está tomando menos azúcar, por ejemplo-, como si se consume menos -lo que pasa con alimentos solubles poco saludables como el cacao en polvo-.
Pero incluso si el fabricante se toma la molestia de hacer una etiqueta por ración, tampoco hay que confiarse. La razón: lo que es una ración es un concepto no estandarizado, cada fabricante puede poner lo que quiera.
"Volviendo a las galletas, hay quien te pone el contenido nutricional por porción, considerando una porción seis o cuatro galletas, según sus preferencias", destaca Revenga.
El experto comenta que hay listados de sociedades científicas que te informan de lo que es la ración estándar, pero sin "oficialidad". "Lo que las autoridades sanitarias consideran una ración suele ser menos de lo que la gente cree que es una ración", añade.
Así, es vital ser muy consciente de la cantidad de producto que se va a consumir -ya sea por adaptarse a la sugerencia del fabricante o sencillamente por querer comer más cantidad de lo que sea-. A partir de ahí, empezarán las sumas.
Un ejemplo fácil de lo que puede engordar -y dañar- la mala lectura de una etiqueta lo ofrece la palmera de chocolate gigante que ha protagonizado una polémica en las redes por su elevado contenido calórico.
En la etiqueta se ve claramente que el bollo tiene 540 kilocalorías, pero no. Si se lee la línea de arriba, se verá que esa cantidad es "por 100 gramos". Pero éste dista de ser el peso de la palmera, que es cuatro veces más. Así, alguien que cree que puede cometer un exceso de 540 kilocalorías -que ya es un buen exceso- lo comeerá de más de 2.000 si se come el bollo entero.
¿Está mal la etiqueta? No, es perfectamente legal y correcta. ¿Serviría de algo mirarla con prisas? Tampoco. Así que cuidado con las etiquetas y, sobre todo, cuidado con lo que se consume. Tanto si se quiere adelgazar como si nos preocupa nuestra salud.