La relación entre los hábitos alimentarios y la probabilidad de sufrir insuficiencia renal crónica no es todavía del todo conocida, pero investigadores de la Universidad de Kazanawa (Japón) han dado un paso importante para desentreñar esta mecánica. En ese sentido, saltarse el desayuno con frecuencia o cenar tarde por la noche, dos factores que ya se han vinculado con un mayor riesgo cardiovascular, también influyen en el desarollo de las enfermedades del riñón.
La insuficiencia renal crónica se define como una alteración, estructural o funcional, de los riñones, así como una reducción de la tasa de filtración glomerulal que garantiza que estos órganos cumplan su cometido. En caso de desarrollar la enfermedad, se considera un factor de riesgo para acabar sufriendo una patología terminal de tipo renal o cardiovascular, lo que supone unos de los principales motivos de mortalidad prematura en los países desarrollados.
Las principales causas de las enfermedades del riñón son la diabetes, la hipertensión y la obesidad, todo lo cual se puede relacionar con los malos hábitos de vida; notablemente, con la denominada como 'dieta occidental', rica en grasas, sal y azúcar. Aunque cada una de estas enfermedades se puede tratar farmacológicamente, cada vez se apoya más el tratamiento conductual que pasa por adquirir costumbres saludables de ejercicio y alimentación.
"La insuficiencia renal crónica está relacionada con una mayor incidencia de muerte por problemas cardiovasculares", explica uno de los autores del estudio, el profesor Takashi Wada. "Por tanto, es importante comprender cuáles son los comportamientos que pueden facilitar el desarrollo de esta enfermedad mortal. El objetivo de nuestro trabajo se centraba en la relación entre los hábitos alimentarios y el daño renal".
El marcador escogido fue la proteinuria, la presencia de proteínas en orina que frecuentemente sirve de pronóstico para el desarrollo de la insuficiencia renal, al tratarse de un síntoma temprano del fallo de los riñones. Partiendo de ese punto, los investigadores diseñaron un cuestionario específico para adjuntar a los chequeos médicos anuales que realizan los ciudadanos de Kanazawa.
De este modo, pudieron acceder a datos de más de 26.000 pacientes de más de 40 años que se habían sometido a estos chequeos entre 1998 y 2014, y sobre los cuáles pudieron realizar una investigación retrospectiva. Los hábitos alimentarios insanos se definieron como los siguientes: cenar tarde -menos de dos horas antes de acostarse-; saltarse el desayuno tres veces o más a la semana; comer más rápido que la media para el grupo de edad determinado; y 'picotear' después de haber cenado más de tres veces a la semana.
El más habitual de estos malos hábitos resultó ser el de comer demasiado rápido, que sufrían el 29% de los pacientes, seguido por el de cenar tarde (19%), el de 'picotear' después de cenar (16%) y, finalmente, el de saltarse el desayuno (9%).
Durante los tres años de media que duraron los seguimientos, un 10% de los participantes desarrolló proteinuria. Y de los hábitos alimentarios descritos, fueron los de saltarse el desayuno y los de cenar tarde los que se relacionaron de manera más determinante con la proteinuria. Sin embargo, les sorprendió descubrir que las malas costumbres no se relacionaban con alteraciones en el peso corporal.
"Estos resultados indican que los hábitos dietéticos inadecuados deben ser considerados como un riesgo para la enfermedad renal crónica independientemente de si suponen ganancia o pérdida de peso", insiste Wada. "También indican el tipo de terapia conductual y los cambios que se pueden adquirir para proteger los riñones, y pueden ayudarnos a desarrollar nuevos enfoques terapéuticos".