Un lamento recorre las redes sociales desde el pasado noviembre: ¿dónde ha ido a parar la pizza congelada de atún y cebolla caramelizada marca Hacendado que vendía Mercadona? Día tras día, los responsables de la cuenta de Twitter de la cadena de alimentación de Juan Roig tienen que comunicar la triste noticia: los clientes pueden dejar de buscarla, este producto ha sido descatalogado.
Las pizzas congeladas de la marca blanca de los supermercados valencianos están elaboradas por Casa Taradellas: de hecho, es fácil encontrar impresa en el envase la imagen de la masía de la comarca de Osona, situada en Barcelona, que sirve de logotipo para la marca. Sin embargo, los productos que Taradellas comercializa envasados son los frescos, y entre su gama no se encuentra la de atún con cebolla caramelizada. Otro callejón sin salida para los cazadores de pizzas.
La etiqueta del producto revela, como era de esperar, que se trata de un producto procesado. Se trata, esencialmente, de harina de trigo, levadura y tomate, con un 15% de queso mozzarella, un 9% de atún, un 7% de cebolla caramelizada y un 1% de ajo tierno; pero añadiento aceites de nabina y girasol, dos aditivos (E330 o ácido cítrico, y el E471 o los mono-y diglicéridos de ácidos grasos) y azúcar y sal. Intentar reproducir la receta en casa, por tanto, puede no dar un resultado idéntico, pero seguramente elevará el perfil nutricional de la pizza.
Es importante subrayar que hablamos de un alimento hipercalórico, que supone 245 kcal por cada 100 gramos. Si ingerimos la pizza completa de 400 gramos -algo que no es descabellado: puede pasar por una 'cena ligera' para uno, visto que es comercializada como de 'masa fina'- habremos consumido prácticamente la mitad de las calorías que se recomiendan por día para un adulto. Openfoodfacts, la web de análisis nutricional independiente, le otorgaba una calificación de 'D' (naranja) dentro del semáforo nutricional, Nutriscore, que va de la 'A' (verde) a la 'E' (rojo). Eso implica que el alimento solo es recomendable para el consumo ocasional.
El principal problema no son solo las calorías, sino su calidad. La harina de trigo que se emplea en la gran mayoría de pizzas ya preparadas se elabora con carbohidratos refinados, de elevado índice glucémico: su azúcar se metaboliza más rápidamente y en mayor cantidad que con los cereales integrales. Por otro lado, los aceites vegetales que incorpora son de menor calidad que el de oliva. El atún, por otra parte, es un alimento saludable por su aporte en ácidos grasos omega-3, siempre que sea fresco o conservado al natural.
En este caso, Openfoodfacts penalizó el contenido en grasas saturadas (11,2 g) de la pizza completa, así como el azúcar (24 g) y la sal (5,6 g) que bordean peligrosamente los límites recomendados para un adulto. La organización admite que el contenido en fibra podría haber contribuido a mejorar la nota, pero la información nutricional del producto no la especifica, por lo que no han podido contabilizarla. En cualquier caso, es el nutriente que se pierde en mayor cantidad al refinar el grano, ya se eliminan las partes más ricas en fibra alimentaria como la cáscara y el mucílago.
Todo sumado, la solución al problema de la pizza desaparecida parece clara: arremangarse, ponerse -literalmente- manos a la masa y preparar nuestra pizza de atún y cebolla casera. La harina no tiene por qué ser blanca: hay opciones de harina integral de espelta, de quinoa, de legumbres... Mezclamos el producto elegido con agua, sal, orégano y otras especias, y con aceite de oliva virgen. La salsa, de tomate triturado natural; el queso y el atún, también naturales; y la cebolla, fresca o pochada mejor que caramelizada.