Hay un dicho muy popular en España que dice que "hecha la ley, hecha la trampa". Y tal vez una de las industrias que mejor ha sabido exprimirlo es la de la alimentación. Así lo asegura la farmacéutica y dietista-nutricionista Marián García ('Boticaria García') en su libro El jamón de York no existe (Destino, 2018), donde apunta que la industria "estira la legislación como un chicle para poner en el mercado alimentos que son lobos con piel de cordero". O lo que es lo mismo: cada vez que acudimos al supermercado acabamos comprando alimentos que no son lo que parecen.
No nos referimos única y exclusivamente a esos alimentos en cuyos envases se destacan términos como "jugoso", "fitness", "digestive", "bajo en grasas", "light" o "casero", sino a salsas de guacamole sin guacamole, a cremas de champiñones sin champiñones o ensaladillas de marisco sin marisco. En teoría, la legislación europea establece que la información alimentaria no debe inducir a error al consumidor "en lo referido a la naturaleza, identidad, cualidades o composición", pero no establece qué cantidad de garbanzos debe llevar, por ejemplo, un hummus para poder ser denominado como tal.
De ahí que existan lo que algunos divulgadores como la farmacéutica y especialista en I+D Gemma del Caño o el dietista-nutricionista Juan Revenga han venido a denominar con mucha sorna como "alimentos homeopáticos". O lo que es lo mismo: alimentos que no contienen lo que dice su envase (o se encuentra en cantidades ínfimas).