En los noventa llegó a España un anuncio que rompió estereotipos y quedó en la memoria de varias generaciones. Por primera vez, una marca no utilizaba una mujer como reclamo, sino un hombre: un fornido albañil sin camiseta bebiendo una 'cola light' cada día a las 11.30h para disfrute de las empleadas de la oficina de enfrente.
Al tratarse de una versión con menos calorías y sin azúcar, el mensaje logró darle la vuelta a la idea de que lo 'light' era femenino: el físico magro, saludable y musculoso del protagonista se asociaba a que precisamente no tomaba la versión tradicional azucarada. Las tácticas publicitarias para consumir refrescos y bebidas energéticas son de todo tipo, desde utilizar la estevia como reclamo, hasta prometer todo tipo de efectos y beneficios.
España es un gran consumidor de este tipo de bebidas. Según datos de Statista, en el año 2018 se bebieron más de 1.818 millones de litros de refrescos. En particular, los menores de edad españoles por debajo de los nueve años ingieren bebidas azucaradas de forma regular. En concreto, el 58% lo hace de uno a tres días por semana, el 16% casi todos los días y el 7% las toma a diario.
En junio de este mismo año, el jugador de fútbol Cristiano Ronaldo rechazó beber un refresco durante una rueda de prensa y señaló que consumiría agua, sin más. Este movimiento se relacionó con la pérdida en bolsa 4.000 millones de euros a la compañía. ¿Tenía Ronaldo razón al rechazarla?
Dañinas para los huesos y los músculos
No es que Cristiano juegue con información privilegiada, es que existen varios estudios que vinculan la ingesta habitual y excesiva de bebidas carbonatadas endulzadas -frecuentemente con fructosa- con la diuresis osmótica (un aumento de la micción provocado por ciertas sustancias en el líquido filtrado por los riñones, que provocan que llegue agua adicional a la orina) y una pérdida de potasio inadecuada.
Teniendo en cuenta que normalmente las bebidas azucaradas llegan a tener una gran carga glucémica, puede desencadenar hiperinsulinemia (una cantidad de insulina mayor de la considerada normal en sangre), que a su vez puede derivar en una pérdida renal de potasio.
Además, la glucosa se almacena en forma de glucógeno en pequeños depósitos tanto en los músculos como en algunos órganos como el hígado. Por otro lado, su contenido en ácido fosfórico dificulta la absorción del calcio y puede provocar una desmineralización de los huesos.
Dañinas para el corazón
Varios estudios realizados en animales sugieren que el consumo crónico de azúcares refinados puede contribuir a la desregulación metabólica y cardiovascular. Por ejemplo, científicos de la Escuela de Medicina de Ponce, Puerto Rico, relacionan su ingesta con el síndrome metabólico, que consiste en un grupo de patologías comunes, como obesidad abdominal ligada a un exceso de grasa visceral, hígado graso, resistencia a la insulina, hiperinsulinemia, dislipidemia e hipertensión.
Afirman que las tendencias en todas estas alteraciones están relacionadas con el consumo de fructosa en la dieta y la introducción del jarabe de maíz, con alto contenido de fructosa, como edulcorante en refresco. Este monosacárido ha atraído cada vez más atención como el componente de azúcar más dañino en términos de aumento de peso y alteraciones metabólicas.
También hay evidencia considerable de que la fructosa, en lugar de la glucosa, es el componente de azúcar más dañino en términos de riesgo cardiovascular. Algo que ha constatado un estudio llevado a cabo por un grupo de investigación, liderado por el profesor titular de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Farmacia de la Universidad CEU San Pablo, Carlos Bocos.
La investigación demuestra que la ingesta de fructosa en animales de experimentación afecta la producción de sulfuro de hidrógeno, H2S, una molécula que ejerce en el organismo un papel protector contra el desarrollo de enfermedades cardiovasculares. En particular se han centrado en si la ingesta materna de fructosa produce cambios posteriores en el metabolismo del colesterol de sus descendientes.
Diabetes de tipo 2
Que el consumo de azúcar está vinculado a la aparición de diabetes tipo 2 es algo constatado. Estudios como el llevado a cabo en la Escuela de Salud Pública TH Chan de la Universidad de Harvard sugieren que ingerir bebidas con azúcar como refrescos y zumos de fruta puede aumentar el riesgo de padecer este tipo de diabetes.
Durante la investigación, analizaron los datos de 192.000 personas de 22 a 26 y concluyeron que aumentar la ingesta de bebidas edulcoradas en más de 113,4 gramos diarios, durante un año, se asocia con un 16% más probabilidades de padecer diabetes en los siguientes cuatro años.
Dañinas para el cerebro
En primer lugar, no hay evidencias suficientes como para tipificar una adicción a los refrescos. Sin embargo, muchas personas la sienten, vinculadas probablemente a la ingesta del azúcar o de la cafeína que contienen muchas marcas. Es el caso de César, un madrileño de 31 años, que ingiere al día dos vasos o más de refresco, más una o dos latas de bebida energética. "En mi casa, cuando tengo sed, voy al frigorífico y me sirvo un vaso de refresco. Rara vez bebo agua, la verdad, ni siquiera durante las comidas", explica a EL ESPAÑOL.
El joven afirma tener estas rutinas desde que era niño, excepto el añadido de las energéticas, que comenzó hace diez años. "En mi casa compramos varias botellas de litro y medio de refresco cada dos días, aquí lo bebemos todos desde siempre”, destaca César. Es conocedor de los problemas que pueden acarrear la ingesta de bebidas carbonatadas de forma habitual, de hecho, ya experimenta algunos de ellos, como la desmineralización dental, pero no tiene previsto cambiar de hábitos.
Investigaciones como la llevada a cabo por Paula Moreira, de la Universidad de Coimbra, Coimbra, Portugal, sugieren que las dietas ricas en azúcar pueden conducir a un deterioro cognitivo, que predisponga a trastornos neurodegenerativos como la enfermedad de Alzheimer. Esto se debe a que la diabetes tipo 2 es un factor de riesgo para esta enfermedad y ambos trastornos comparten perfiles demográficos, factores de riesgo y características clínicas y bioquímicas similares.
Pero esta no es la única repercusión que pueden tener estas bebidas en el cerebro. Un equipo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston, EEUU, halló indicios que indican una asociación entre la mayor ingesta de bebidas azucaradas y la atrofia cerebral, incluyendo menor volumen cerebral y memoria más pobre. Además, la hipertensión, vinculada a la ingesta habitual de bebidas azucaradas, es uno de los principales factores de riesgo de los accidentes cerebrovasculares como ictus.
Dañinas para los dientes
“Yo soy anti-bebidas carbonatadas, tanto por el gas como por los edulcorantes artificiales, que provocan un daño a la microbiota intestinal con repercusiones descocidas a largo plazo” afirma Yago Pérez, dietista especializado en el Tratamiento de Enfermedades -alergias, intolerancias, hipertensión y diabetes.
Una realidad constatada por Investigadores de la Universidad Tecnológica de Nanyang, Singapur, y de la Universidad Ben-Gurión del Negev, Israel, que han analizado el efecto que producen las bebidas sin azúcar, pero con edulcorantes artificiales, sobre las bacterias digestivas.
En concreto, analizaron la influencia de seis edulcorantes artificiales permitidos por la Administración de Medicamentos y Alimentos de EEUU: aspartamo, sucralosa, sacarina, neotame, advantame y acesulfamo. Observaron que los edulcorantes dañan a las bacterias de una u otra manera. Además, dado que estas sustancias son resistentes a los procesos de tratamiento de aguas residuales, se han identificado como contaminantes ambientales emergentes.
En cuanto a la repercusión sobre la dentadura, las bebidas carbonatadas tienen un impacto directo sobre la salud bucodental. Sus ácidos, ácidos cítrico y fosfórico, provocan la desmineralización de los dientes y fomenta la aparición de caries, según revela un estudio llevado a cabo por investigadores del Instituto Dental UCL Eastman de Londres, Reino Unido. La investigación reúne análisis realizados en países como Japón, EEUU y Reino Unido que vinculan una mayor erosión dental en las personas que consumen bebidas carbonatadas diariamente.
Cuando los dientes se exponen al ácido, se vuelven más blandos a medida que este se solubiliza, por lo que además se hacen más vulnerables al desgaste mecánico de masticar. En cuanto a la vinculación de la ingesta de refrescos con la proliferación de la caries, esta es provocada por la interacción de bacterias, principalmente Streptococcus mutans y el azúcar depositado sobre el esmalte dental. Las bacterias descomponen carbohidratos fermentables como glucosa, sacarosa y fructosa, provocando un ambiente ácido que conduce a la desmineralización y las lesiones resultantes.
Hay que tener en cuenta que la Asociación Americana del Corazón recomienda tomar al día menos de seis cucharadas de azúcar añadido para las mujeres y nueve para los hombres. Una dosis que se supera con la ingesta de bebidas azucaradas. Para frenar su consumo, el Gobierno de España, siguiendo el ejemplo de otros países europeos, aumentó desde el pasado enero el IVA de las bebidas azucaradas y edulcoradas del 10% a un 21%. Medidas como estas, más la responsabilidad individual, son clave para evitar problemas de salud a largo plazo en una parte importante de la población.