El pollo es una de las principales fuentes de proteína animal consumidas en España: cada español consume unos 14 kilos al año, según fuentes del sector. Esto, en principio, es positivo: se trata de una carne magra o 'blanca', desprovista de las grasas saturadas de la carne 'roja' que conviene no tomar con frecuencia. Sin embargo, la sostenibilidad del modelo de producción avícola está en revisión desde hace años. No solo por el impacto sobre el planeta, sino por los problemas éticos que implica la cría industrial intensiva de aves para el consumo.
La categoría de pollo 'ecológico' o 'campero' ha venido a suplir esta problemática: han sido criados al aire libre, con mejor alimentación (piensos ecológicos en el primer caso) y mejores condiciones de vida, lo que también redunda en un menor impacto ambiental. Su carne es más cara, pero el consumidor puede esperar como contrapartida unos mejores valores nutricionales y sabor. En el imaginario popular, esto lo representa el color amarillento de las pechugas, muslos y filetes de un ave criada "en corral". En realidad, esto puede ser simple mercadotecnia: un pollo enjaulado alimentado con maíz o zanahoria dará una carne del mismo color, teñida con carotenoides.
El color de la carne del pollo, en cualquier caso, importa, porque determinará la predisposición del consumidor para optar por un medio de producción y otro. Y de esto depende otro eslabón crucial para garantizar la sostenibilidad de la crianza. Frente al cereal, costoso en agua y terreno, la posibilidad de fabricar sus piensos a partir de algas es cada vez más cercana. No solo secuestran dióxido de carbono en lugar de producirlo al cultivarlas, sino que podrían reducir indirectamente las emisiones. Unas vacas así alimentadas, según estudios, tienen menos gases y emiten menos metano.
En el caso de los pollos, investigadores de las Universidades de Gotinga (Alemania) y de Alberta (Canadá) se plantearon medir la aceptación entre los consumidores de la carne de ave alimentada con piensos alternativos. En los primeros paquetes ya preparados para ser comercializados en supermercado, se mostraron pechugas de pollo alimentado con insectos, algo que permite desde hace poco la legislación europea. En los segundos se encontraron carne de pollo alimentado con espirulina, uno de los 'súper alimentos' de moda por su concentración de vitaminas y minerales.
A resultas de la alimentación con espirulina, el pollo adquiría un color más oscuro y encarnado, frente a la coloración más convencional del alimentado con insectos. De los 1.000 participantes en el ensayo, la mayoría se inclinó en un primer momento por el segundo tipo de carne. Sin embargo, cuando a la etiqueta con la información de precio y fecha de caducidad se añadía información sobre el método de cría y el pienso, la tendencia cambiaba. Solo los consumidores más concienciados con la sostenibilidad seguían prefiriendo los insectos, mientras que el resto se inclinaba por el enriquecimiento nutricional aportado por la espirulina.
Sin embargo, según advierte la investigadora principal Brianne Altmann, los piensos a base de insectos son a día de hoy una alternativa más barata a la espirulina, que todavía es más costosa de producir que, por ejemplo, la soja. "Por tanto, la incorporación de insectos a la alimentación de las aves debe realizarse de forma completamente transparente de cara al consumidor final, y los productos deben etiquetarse en consecuencia, para evitar la desconfianza y los fenómenos de rechazo", valora.
Además, se requiere una nueva legislación en aspectos concretos, como la alimentación que van a recibir los propios insectos que van a servir de pienso y que, en estos momentos, están "compitiendo" con las propias aves a las que deberían alimentar según Altmann. "Creemos que el incremento de la exposición a partir de la mayor disponibilidad de estos alimentos en el mercado terminará aumentando su aceptación entre el público", concluye. Los resultados de su ensayo han sido publicados en la revista Food Policy.