En nuestro intestino habita una gran cantidad de bacterias que tienen un efecto beneficioso y que, por tanto, deberíamos cuidar de ellas. En este sentido, lo que les viene bien a ellas, nos viene bien a nosotros, y viceversa: la fibra de las legumbres, las verduras y los cereales hace que su población aumente y los ultraprocesados, en cambio, las arrasan. La dieta mediterránea de España contribuye a que esta microbiota se mantenga fuerte y saludable porque, además, incluye el consumo de yogur natural.
El yogur es un alimento en el que hay bacterias presentes que, cuando soportan la digestión, se emplazan en el intestino. Es decir, que las bacterias que tenemos en este órgano pueden llegar del exterior y los lácteos fermentados son uno de los principales lugares de origen en nuestro caso. Sin embargo, no son los únicos. Una reciente investigación de la Universidad de Michigan sostiene que algunas de las bacterias de nuestros intestinos provienen de seres vivos que habitan el océano.
El océano es una de las reservas más grandes de carbono del planeta y una gran parte de él está encerrado en el interior de las algas. Las bacterias marinas juegan un papel crítico en el ciclo del carbono rompiendo las algas. Hace poco más de una década, los investigadores descubrieron genes que permiten a las bacterias del océano degradar un carbohidrato complejo conocido como el porfirano —que se encuentra en algas de agua fría— en una muestra de microbioma de un hombre japonés adulto.
Transferencia desde el océano
Ahora, un nuevo estudio de la Escuela de Medicina de la Universidad de Michigan ha descubierto que estos genes que proceden del océano son más comunes de lo que se creía. Estos genes se encuentran en el microbioma intestinal de los humanos y se piensa que entraron en él a través de un proceso conocido como transferencia genética horizontal. El estudio ha estado liderado por tres investigadores: Nicolas Pudlo, Gabriel Vasconcelos Pereira y Eric Martens.
Las bacterias del intestino de los humanos rompen la fibra dietética, que son polisacáridos, que se encuentran en las frutas, las verduras y los cereales. Sin embargo, los polisacáridos que se encuentran en las algas tienen diferentes estructuras químicas que los que se observan en los alimentos cultivados en la tierra. De alguna manera, los genes de los Bacteroidetes que habitan el océano —un género de bacterias que juega un papel clave en el microbioma— se abrieron paso en la microbiota humana.
Eric Martens, que es profesor de Microbiología e Inmunología de la Universidad de Michigan, ha explicado que la vía por la cual estos genes han llegado a la microbiota humana es un misterio "tanto si provienen directamente de una bacteria oceánica que comemos o si es a través de alguna vía más compleja". Por tanto, el equipo quiso investigar cómo de extendidos estaban esos genes en nuestros intestinos y, para ello, el equipo recurrió a una fuente inusual: muestras de heces de los propios estudiantes de la universidad.
Polisacáridos marinos
Recibieron múltiples muestras que se sometieron a un cultivo en una cámara anaeróbica y se analizó la habilidad de las bacterias de las heces para degradar varios tipos de polisacáridos procedentes de algas —porfirano, laminarina, alginato y carrageninas—. En este sentido, el equipo de investigación descubrió que los genes que permiten procesar la laminarina estaban altamente representados en las muestras, y están posiblemente relacionados con la capacidad de procesar beta-glucanos —polisacáridos presentes en la avena y otros cereales integrales—.
Sin embargo, los otros polisacáridos de algas marinas fueron utilizados por menos especies bacterianas y presentes en menos muestras. "Los genes que permiten procesar la agarosa y el porfirano, dos de las algas más consumidas en el sudeste asiáticos, tendían a estar más enriquecidos en las personas que viven ahí", comentó Martens. Al fijarse en la distribución geográfica de los grupos de genes, el equipo hizo referencia a encuestas genómicas tomadas de más de 2.000 personas de Asia, África, el Norte y el Sur de América y Europa.
Los genes que permiten procesar el porfirano estaban enriquecidos en las muestras de China y Japón. Los que procesan la carragenina —consumida desde el año 400 a. C. en China y ampliamente usada como aditivo alimentario en productos como la leche de avena o las leches de sustitución en Estados Unidos— también estaban enriquecidos en las muestras de China, Japón y Norteamérica.
Adaptación del intestino
Aportando más intriga a la evolución de la digestión de las algas marinas, el equipo descubrió por casualidad que la bacteria Firmicutes —otro tipo de bacterias que están incluso más presentes en el intestino que las Bacteroidetes— también ha adquirido la capacidad genética de crecer en polisacáridos de algas marinas. "Estos Firmicutes son conocidos por vivir en el intestino de los peces y son los ancestros más cercanos de los genes que parecen haber saltado al intestino de los humanos", dijo Martens.
Este estudio abre nuevas cuestiones sobre un fenómeno que ya se había observado: cómo la dieta puede cambiar el microbioma para adaptarlo mejor en las poblaciones de alrededor del mundo. Es decir, que comer algas y pescado puede preparar a nuestros intestinos para consumir de una manera más eficiente comidas que contienen polisacáridos presentes en este tipo de alimentos, como el sushi.