Todos en algún momento hemos cometido el error de beber en ayunas, un despiste que se convierte en borrachera más rápido de lo que uno pudiera pensar. Cuando se bebe alcohol, este se absorbe en el intestino delgado y penetra en la sangre. Si no hay comida en el estómago, el alcohol llega antes al intestino delgado, acelerando todo el proceso. "Alrededor del 80% de la absorción de esta sustancia se produce en el intestino delgado, de forma bastante rápida además", explica José Gallardo, nutricionista especializado en obesidad y sobrepeso.
El experto señala que cuánto más vacío esté el estómago, más rápido es este proceso, produciéndose un pico elevado de concentración en sangre. Así lo demuestra una investigación llevada a cabo en Suecia, y publicada en el Journal of Forensic Sciences. En el estudio, diez hombres bebieron dosis moderadas de etanol, en una concentración de 0.80 g/kh en ayunas e inmediatamente después un desayuno que consistió en zumo de naranja, yogur de frutas, dos sándwiches de queso, un huevo cocido y una taza de café con leche y azúcar.
Todos los sujetos se sintieron menos intoxicados cuando ingirieron alcohol después del desayuno en comparación con beber con el estómago vacío. El tiempo requerido para metabolizar la dosis de etanol fue dos horas más corto después de que los participantes en el estudio desayunaran. Estos resultados sugieren que la comida en el estómago antes de beber no solo conduce a una disminución de la sensación de intoxicación, sino que además influye en el tiempo que tarda el cuerpo en metabolizar el etanol.
Si se bebe con el estómago lleno, el alcohol se absorbe lentamente porque el vaciado gástrico tarda más en producirse, por lo que el pico de concentración en sangre es más moderado, resultando menos tóxico para el organismo. La clave, por supuesto, reside en no beber. Aunque en España esto es poco común según la última Encuesta Domiciliaria sobre Alcohol y otras Drogas, que revela que el 77,2% de los españoles ha bebido alcohol en los últimos 12 meses.
Bebidas destiladas e irritación
Además de haber comido o no antes de beber, también influye el tipo de bebida alcohólica. Las bebidas destiladas como la ginebra, el vodka o el ron producen un pico más agudo que las bebidas fermentadas como la cerveza o el vino, según revela una investigación. Además de la intoxicación, que afecta directamente al cerebro, hay otro inconveniente más de beber en ayunas, la irritación de la mucosa gástrica, vital para proteger las paredes del estómago de los propios jugos gástricos. De hecho, la gastritis o inflamación de las paredes del estómago es un problema derivado de beber alcohol en exceso, que provoca molestias, náuseas y vómitos.
En raras ocasiones, beber mucho alcohol en ayunas puede provocar cetoacidosis alcohólica, un problema grave por el que el metabolismo se altera y provoca náuseas, vómitos y un fuerte dolor abdominal. Este diagnóstico requiere hospitalización y puede llegar a ocasionar la muerte. Algunos de los síntomas que preceden a esta patología son: calor, desinhibición, alteración de los reflejos, mareo, habla rápida y distorsionada, además de descoordinación de movimientos.
La primera señal de alarma es sentir un calor desbordante, aunque no corresponda con el exterior, ya que el alcohol produce una vasodilatación periférica que lleva la sangre a las zonas más distales del cuerpo. A la vez, en el organismo, disminuye el riego en los órganos internos, aumentando la sensación térmica cutánea. Lo paradójico es que aunque se sienta calor, lo que está ocurriendo al cuerpo es que ese se está perdiendo a causa de la vasodilatación, siendo más fácil entrar en hipotermia. Aumentado así el riesgo de congelación en entornos por debajo de los 0 grados.
Cuando el alcohol llega al cerebro no es más benevolente o menos dañino. En primer lugar afecta a la corteza cerebral, una zona en la que se gestionan la memoria y los pensamientos, por eso comienza el proceso de desinhibición en la fase que se considera eufórica. Si se sigue bebiendo, otras zonas del cerebro comenzarán a deprimirse, como el cerebelo límbico, provocando somnolencia, sopor y descoordinación motora. Así hasta que el alcohol comience a afectar a la zona que controla los órganos, apareciendo así el coma etílico.
Al rescate del cerebro y las funciones cognitivas aparecerá el hígado, que con un ejército de enzimas, oxidará el alcohol para convertirlo en acetaldehído. Este seguirá descomponiéndose hasta transformarse en acetato, una sustancia no tóxica que se excreta a través de la orina. Para acelerar todo este proceso y salir lo más indemne posible lo mejor es hidratarse mucho, ya que, al aumentar la dilución del alcohol, menos es su concentración en sangre. También comer antes de beber, retrasando así el momento en el que el alcohol pase al intestino delgado y a la vez aportando sustancias como la grasa, que ralentiza la digestión de las proteínas.