Dentro de la enorme gama de pescados que nos ofrecen nuestros mares, el pargo es un gran desconocido para el público. Forma parte de los espáridos, la familia del besugo, el dentón, el sargo o la urta. También conocido como bocinegro, es un pescado azul de agua salada, morfológicamente muy similar a la dorada aunque con una coloración más rosada.
Este animal se puede encontrar en diversas latitudes, como en el océano Atlántico y el mar Cantábrico, pero también en el mar Mediterráneo, sobre todo cerca de la costa africana. Su vida se desenvuelve, sobre todo, en fondos arenosos y pedregosos, especialmente entre los 20 y los 40 metros de profundidad. Los de mayor tamaño, que pueden llegar a los 15 kilogramos, se encuentran en zonas más profundas.
Su dieta se basa fundamentalmente en crustáceos, como gambas, percebes o pequeños cangrejos, gracias a su fuerte dentición, a la que debe tanto su tono rojizo como su agradable sabor. Como curiosidad, el pargo es un hermafrodita proterogínico, es decir, que puede cambiar de sexo en función de las circunstancias.
Se trata de una especie muy valorada en la pesca de recreo y deportiva. Se puede pescar con caña desde la orilla cuando se acerca para alimentarse. Desde el punto de vista comercial también es muy apreciado en mercados del ámbito mediterráneo, aunque cada vez más proceden de piscifactorías que han proliferado por ser una especie de fácil mantenimiento y reproducción.
Además de su buen sabor, el pargo destaca por sus valores nutricionales, ya que es rico en algunos nutrientes muy importantes. Entre ellos, destacan el fósforo, el selenio, las vitaminas B6, B12, D y el ácido pantoténico. También contiene omega-3, aunque en menor medida que otras especies como el salmón. Como contrapartida, es de destacar que es un pescado magro con pocas calorías.
En la cocina, destaca por poseer una carne fina que se deshace con facilidad. Por eso, es frecuente cocinarlo entero al horno el pescado entero, usualmente acompañado por patatas, zanahorias o verduras.
Los beneficios del omega-3
El pargo contiene ácido eicosapentaenoico (EPA) y ácido docosahexaenoico (DHA), dos ácidos grasos de la familia omega-3. Como es bien sabido, estos ácidos grasos actúan como precursores de mensajeros químicos promoviendo el correcto funcionamiento de los sistemas inmunológico, circulatorio y hormonal.
En esta línea, varios estudios epidemiológicos y clínicos han demostrado que el consumo de ácidos grasos omega-3, principalmente de pescado azul, como es el pargo, que, tiene efectos favorables sobre la salud cardiovascular, reduciendo la presión arterial, los triglicéridos en sangre y la formación de coágulos sanguíneos. De esta forma, ayudaría a reducir los riesgos de sufrir accidentes cardiovasculares.
Además, los estudios han demostrado que los ácidos grasos omega-3 pueden desempeñar un papel en la regulación del estado de ánimo y la prevención de la depresión. Finalmente, estos ácidos grasos ejercen efectos antiinflamatorios, lo que podría ser útil en el tratamiento de determinadas patologías como el asma, la artritis reumatoide, la enfermedad inflamatoria intestinal y la psoriasis.
Una fuente rica en proteínas
En general, el pescado es una excelente fuente de proteínas completas ya que contiene los nueve aminoácidos esenciales, es decir, aquellos que no son producidos por nuestro cuerpo y que deben provenir de nuestra dieta. Y el pargo no es una excepción, al contrario, junto con su bajo contenido en grasa, es una de sus principales características.
Por tanto, introducir este pescado en nuestra dieta es una buena forma de ayudar a nuestro organismo a construir, reparar y mantener los tejidos, como la piel, los músculos y los huesos, y para la formación de enzimas digestivas y hormonas.
Poco riesgo por mercurio
Como ya hemos contado en EL ESPAÑOL en algunas ocasiones, uno de los problemas del pescado es que algunas especies tienden a contener metales pesados. Los ejemplos más conocidos son el atún o el pez espada, que en ocasiones pueden estar contaminados por plomo o mercurio.
En relación con ello, se considera que el consumo de pargo tiene un bajo riesgo de intoxicación por mercurio. En ese sentido, se ha observado que su capacidad de acumular mercurio (alrededor de 0,133 ppm) es inferior a la de otros animales, como por ejemplo, el pez espada (0,995 ppm) o los tiburones (0,979 ppm).
Uno de los principales riesgos de consumir este metal pesado se relaciona con el embarazo. Se sabe que es capaz de atravesar la placenta y penetrar en el feto, lo cual puede ocasionar un envenenamiento prematuro. Por eso, aunque de forma esporádica, no más de una vez por semana, se considera un pescado más adecuado para las mujeres embarazadas.