Se han escrito auténticas barbaridades sobre las propiedades beneficiosas de los alimentos. Sin ir más lejos, a frutas y verduras les han atribuido supuestos efectos anticancerígenos, antidiabéticos y muchos otros. Esta información, además de ser errónea, eclipsa la verdadera relación de frutas y verduras con la salud.
No es de extrañar, porque las noticias falsas tienen un 70% más de probabilidades de ser compartidas en las redes sociales que las correctas. Así lo demuestra el estudio de más de 126.000 mensajes publicados en Twitter durante un lapso de 11 años. Además, la información falsa se difunde más rápido y llega más lejos.
A esto hay que sumarle que los mensajes de salud centrados en información falsa y difundidos a través de redes sociales tienden a ser más agresivos.
Una vieja historia
En febrero de 2020, a las puertas de la gran pandemia, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró: "No solo estamos luchando contra una pandemia, estamos luchando contra una infodemia". Aunque parezca un término nuevo, en realidad es un viejo conocido para quienes nos dedicamos a la nutrición.
Según la propia OMS, una "infodemia consiste en una sobreabundancia de información (…) e incluye los intentos deliberados por difundir información errónea para socavar la respuesta de salud pública y promover otros intereses de determinados grupos o personas".
[El efecto devastador de las 'fake news': llegan más lejos y más rápido que la verdad]
La información incorrecta, los bulos y mitos en nutrición han circulado de boca en boca mucho antes de la aparición de internet. Sin embargo, es cierto que internet es el medio que ha lanzado al estrellato las fake news, la información errónea, los bulos y similares. Ha cambiado cómo nos relacionamos y cómo obtenemos y utilizamos el conocimiento. Justo por eso, tanta supuesta verdad exige un profundo ejercicio de escepticismo.
Información correcta, ¿dónde?
Hemos hablado de las redes sociales, pero las páginas web y blogs son también fuentes habituales de información errónea en nutrición. Un trabajo reciente realizado en España analizó 114 páginas web con información en esta materia. En una escala del 0 al 10, la calidad media de la información contenida en esas páginas web fue de 3.
Ante esta perspectiva, encontrar información correcta supone todo un reto. De hecho, un equipo de investigación en el Reino Unido pidió a un grupo de personas que buscaran información relacionada con temas de salud habituales. El 96,3% de ellas acudió a información no fiable para responder al menos a una de las preguntas formuladas.
La cantidad y variedad de información disponible online es tal que se puede encontrar respaldo para cualquier hipótesis. De hecho, uno de los principales peligros es el denominado sesgo de confirmación. Este es la tendencia de las personas a buscar información que confirme sus propias creencias.
En este sentido, hace unos años, un estudio realizado en Estados Unidos analizó la búsqueda de información de 20 participantes sobre un tema de salud. Concluyeron que el conocimiento previo incorrecto o impreciso llevó a las personas a buscar información en sitios irrelevantes, a menudo buscando datos para confirmar sus hipótesis iniciales incorrectas.
Es indiscutible que los ciudadanos necesitamos información en materia de salud y nutrición. También lo es que internet es una herramienta que, bien utilizada, puede satisfacer con creces esa necesidad.
Sin embargo, encontrar información fiable en la Red sobre nutrición para quien no es experto es un reto. Navegar entre algoritmos intrincados, influencers y publicidad más o menos oculta es un desafío. Y no hay manual.
Estos son algunos consejos para diferenciar las buenas fuentes de la información no fiable:
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Lo primero es tener paciencia, porque la información fiable puede estar un tanto escondida.
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Debemos huir de páginas que atribuyen a los alimentos propiedades milagrosas o los tratan de superalimentos.
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Tampoco debemos confiar en testimonios personales, ni en páginas donde se vendan los mismos alimentos de los que hablan. Artículos anónimos o de autores muy interesados en nutrición, pero sin formación adecuada tampoco son fiables.
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Cada vez más páginas citan estudios de investigación. Sin embargo, en muchos malinterpretan los resultados. Por lo tanto, tampoco debemos fiarnos de conclusiones del tipo: tal alimento causa, previene o cura tal enfermedad.
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Las páginas web de instituciones públicas y de sociedades científicas son, sin duda, las fuentes de información más apropiadas para la población general. Entre ellas la Organización Mundial de la Salud, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Organización Panamericana de la Salud y el Consejo Europeo de Información sobre la Alimentación (EUFIC). Los ministerios de salud de los diferentes países, así como las agencias y organismos dependientes de estos, suelen ser también fuentes fiables.
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Las universidades son fuente de información fiable a través de proyectos como Nutrimedia o BADALI. No hay que dejar de reconocer lo bien que lo están haciendo, a título individual, muchos divulgadores en nutrición, como José María Capitán en Tres manzanas para ti y Miguel Ángel Lurueña en Gominolas de petróleo.
Internet y las redes sociales suponen una oportunidad de adquirir conocimiento con la que ni tan siquiera podíamos soñar hace unos años. Pero, a la vez, son un gran caballo de Troya que esconde bulos. Por eso, cuando se trata de nutrición, debemos prestar especial atención a las fuentes de donde obtenemos la información.
*Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
**Ana Belén Ropero es profesora titular de Nutrición y Bromatología de la Universidad Miguel Hernández.