"¿Te encuentras mal? ¿Te hago una sopita?". Llevamos toda la vida atribuyendo propiedades casi mágicas a un plato de sopa, la primera opción que se nos viene a la cabeza cuando buscamos un alimento que nos ayude a recomponernos cuando, por ejemplo, estamos sufriendo los síntomas de un buen resfriado. Sin embargo, esta especie de brebaje ancestral reconstituyente que lidera los recetarios en España podría no ser tan saludable como hemos creído siempre y conviene subrayar aquellas cuestiones que le restan propiedades.
En primer lugar, debemos recordar a qué nos referimos cuando hablamos de sopa. Se trata de una preparación que consta de un caldo elaborado con vegetales y/o productos cárnicos o pescado, cociéndolos a fuego lento en un recipiente con agua y opcionalmente con un poco de sal y aceite. Se le añaden después cereales o derivados, como pasta, arroz o incluso pan, ingrediente estrella de algunas elaboraciones tradicionales de nuestro país, como la sopa castellana o de ajo. Se trata de un plato de cuchara con fama de saludable, que suele ser económico y de aprovechamiento, y que se sirve al inicio del menú.
No obstante, basta con analizar algunos aspectos para darse cuenta de que hay ingredientes que no son tan sanos aunque llevemos años consumiéndolos. Los fideos, por ejemplo, que suelen ser industriales y blancos, elaborados por lo tanto con harina refinada, azúcares y grasas de mala calidad como es el aceite de palma. Suponen un añadido extra de calorías al plato y disparan los niveles de glucemia e insulina por sus carbohidratos simples, por lo que es más probable que sintamos sensación de hambre más rápido. Además, tal y como ha explicado la nutricionista especializada en diabetes, Noelia García, a EL ESPAÑOL, al hincharse la pasta no se deja hueco para alimentos que sí pueden aportar vitaminas o minerales al organismo.
Otro de los ingredientes a tener en cuenta son los caldos que compramos en el supermercado. Se trata de preparados que contienen una gran cantidad de sal y, recordemos, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no recomienda sobrepasar los 5 gramos diarios. Aunque los haya bajos en calorías y en grasa, con una ración podríamos estar consumiendo el 35% de la cantidad recomendada por el organismo. En todo caso, la alternativa pasa por fijarse en que sean bajos en sal. Pero esto no es lo único que conviene mirar con lupa: hay que escoger aquellos que identifiquen claramente con qué están elaborados.
[Cuatro alimentos con muy mala fama en España que debes incorporar a tu dieta]
Así, por ejemplo, en los caldos de pescado muchos de ellos no enumeran qué especies se han empleado en su preparación, de modo que lo más seguro es que lleven una cantidad muy escasa de producto y que hayan compensado con almidón, por ejemplo con fécula de maíz. De esta forma se consigue un caldo consistente, pero con un perfil nutricional muy bajo. Tampoco hay que dejar de mirar la lista de aditivos y potenciadores de sabor que pueden estar añadiendo, con especial atención al glutamato monosódico, que es común en los procesados y tiene muy mala fama a ojos de los organismos internacionales aunque las investigaciones no han podido determinar un riesgo elevado para la salud.
El peligro de la sopa de sobre
¿Y si tomamos sopa de sobre? Pues a estas alturas, después de desgranar aquellos elementos más insanos de la sopa en su versión más casera, parece evidente que la de sobre va a salir todavía peor parada. De hecho, en este caso, incluso los investigadores de la Harvard School of Public Health han relacionado su consumo con un incremento del 65% del riesgo de desarrollar síndrome metabólico para las mujeres. Comer este tipo de alimentos al menos dos veces por semana, sobre todo siendo una mujer posmenopáusicas, es arriesgado por la mayor sensibilidad a los carbohidratos, el sodio y las grasas saturadas que abundan en estas sopas.
[Cáncer: el ingrediente común con fama de saludable que se vincula con tumores en el hígado]
Opciones para una sopa saludable
Nadie en su sano juicio querría renunciar a tomarse una sopa, sobre todo ahora que empezamos a sentir los coletazos del otoño, y decantarse por opciones más saludables no es una quimera. En primer lugar, debemos escoger cereales integrales en los ingredientes sólidos, como arroz o fideos integrales: conservan las tres partes del grano, tienen menos calorías, disponen de carbohidratos complejos de absorción lenta, tienen más fibra y proteína, además de minerales como el magnesio, el hierro o el zinc que brillan por su ausencia en sus versiones refinadas.
En cuanto al caldo, debemos desterrar los del supermercado en favor de los caldos caseros. Sí, sabemos que nos lleva mucho más tiempo que abrir un envase, pero la diferencia de sabor y nutrientes es abismal y es más fácil de lo que crees. Un buen caldo se hace en una olla grande para que puedas también congelar y ahorrar tiempo el día que te apetezca otra sopa, llevando siempre una buena base de verduras que puede hacerse con puerro, cebolla, zanahoria, apio, ajo y tomate.
Con esto podríamos obtener un rico consomé de por sí, pero si queremos algo más de sustancia nos podemos ir a los pescados o las carnes. Cabezas, espinas y huesos son los reyes en este caso, teniendo en cuenta que si nos pasamos con las grasas siempre hay trucos para rebajarlas, como dejar enfriar después en la nevera para retirar la capa de la superficie. En definitiva, volver a sacar las cazuelas al estilo de nuestras abuelas, aunque sea una vez al mes, se traduce en una dieta más saludable y seguramente más asequible.
[Tres yogures con fama de saludables del supermercado que, en realidad, no son yogures]