En España el coco todavía es una fruta que se considera exótica, tanto por su origen tropical como por su escasa accesibilidad en la mayoría de supermercados. Aunque ha crecido el consumo de frutas importadas y ya ocupan el segundo lugar por detrás de los cítricos, con algo más de 17 kilos consumidos de media por cada español, en este caso estamos hablando de un alimento básico para la dieta de un tercio del planeta.
Desde que la nutriología ha empezado a estudiar sus beneficios, uno de sus subproductos está considerado como un refresco natural lleno de propiedades: el agua de coco. Esta bebida está cargada de electrolitos, minerales muy adecuados para la rehidratación y sales que hacen de ella un trago isotónico muy recomendable para la recuperación de los deportistas.
El coco está rodeado de un mesocarpo fibroso incomible, el famoso coco verde que vemos colgando de las palmeras Arecaceae, y lo que comemos es únicamente el interior de la semilla, de lo que forma parte este líquido. El agua es, por lo tanto, lo que se va transformando en la pulpa a medida que madura, de modo que hay que extraerlo entre los cinco y los seis meses de maduración para obtenerla.
[Agua de coco: propiedades nutricionales y beneficios para la salud de este refresco natural]
El agua de coco se perfila como una alternativa saludable a las bebidas e infusiones azucaradas. Es transparente, tiene un sabor dulce y es una importante fuente de nutrientes, especialmente valorada en países como Indonesia, Filipinas o Brasil, donde el jugo se utiliza desde la antigüedad. De hecho, hay constancia de que ya lo usaban para contrarrestar el efecto de las altas temperaturas en esas regiones por sus propiedades hidratantes, pero también la empleaban dentro de la medicina natural para combatir, por ejemplo, ciertos problemas estomacales.
Es importante en este punto no confundirse el agua de coco con otros de los famosos subproductos de la fruta, la leche de coco. Esta se obtiene al calentar y licuar la pulpa, usándose como sustituto de la leche de origen animal y en la elaboración de recetas tan famosas como el curry, pero aporta un gran número de calorías. De hecho, el coco es una de las rutas más calóricas: la Fundación Española de Nutrición (FEN) cifra su aporte en 373 calorías por cada 100 gramos de producto.
No obstante, en el caso del agua de coco, estamos hablando de algo menos de 30 calorías por 100 gramos, según la clínica Mayo. Se trata de una concentración mucho menor de la que tienen los zumos de frutas, con muchos azúcares libres. A mayores, entre las propiedades más relevantes de este alimento están las antioxidantes y las cardioprotectoras, destacando en esta cualidad su alto contenido en potasio, más incluso que los plátanos.
Los datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos hablan de una concentración de 420 miligramos de este mineral por una taza, mientras que el plátano cuenta con 350 miligramos en cifras de la FEN.
Un alimento para no abusar
Sus niveles de magnesio, calcio, fósforo y sodio también son llamativos y refuerzan sus beneficios para recuperarse tras un ejercicio intenso, reponiendo nutrientes que se han perdido durante la práctica y recuperar los músculos del desgaste.
Que el agua de coco no sume muchas calorías y evite las molestias intestinales, además de rehidratar, suman un plus que se emplea también para recomponerse tras sufrir cuadros de diarreas. Le acompaña asimismo una propiedad diurética que facilita la eliminación de toxinas al estimular la función de los riñones, ayudándolos a producir y eliminar orina.
Con todo, los expertos señalan que un abuso del consumo de agua de coco implicaría niveles no recomendables de sodio y un riesgo por exceso de potasio en sangre. Además, advierten que su sabor naturalmente salado provoca que algunos fabricantes que la comercializan añadan azúcares para dulcificarla, empeorando su valor nutricional.
Parece que lo más recomendable será entonces prepararla en casa y Cocinillas nos recomienda congelar la fruta: esperar una noche entera a que se congele para abrirlo más fácilmente con golpes secos usando la parte no afilada de un cuchillo y rotándolo. Al agrietarse, será más sencillo separar las dos partes y nos quedamos con el agua congelada por un lado y la pulpa por el otro.