Puede parecer que la humanidad ha vencido a muchas enfermedades pero, a la hora de la verdad, sólo ha conseguido derrotar a una, al menos del todo. La patología en cuestión suena ahora a ciencia ficción y a guerra biológica, pero durante siglos fue la responsable de una auténtica masacre. El historiador Thomas Macaulay la definió como "el más terrible de todos los ministros de la muerte".
Pero la medicina consiguió acabar con la viruela, primero arrinconándola a las zonas más desfavorecidas del planeta y, después, haciéndola desaparecer del todo. Y lo hizo sólo con una vacuna ideada a finales del siglo XXVIII por el médico escocés Edward Jenner y que es considerada como la primera inmunización, pionera también en ser administrada de forma masiva.
Según relataron en un artículo publicado en la revista Annals of Internal Medicine en 1997 Nicolau Barquet y Pere Domingo, investigadores del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona, el fin de la viruela significó el cumplimiento de una profecía: la que realizó el presidente de EEUU Thomas Jefferson en 1806.
La profecía
El político, que convenció al mismísimo jefe indio Pequeña Tortuga de que se vacunara tras explicarle que el Gran Espíritu había regalado al hombre blanco la forma de protegerles de la viruela, exhortó a Jenner: "Las generaciones futuras sabrán por la historia sólo que la repugnante viruela existió y que fue extirpada por ti".
España jugó un papel esencial en la erradicación de la viruela. Como explica a EL ESPAÑOL Javier Puerto, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y académico de la Real Academia de Historia, el país "que fue el responsable de llevar la enfermedad a América" en la conquista, lo fue también de que "se despidiera de ella, propiciando la vacunación".
La expedición del médico Xavier Balmis, que salió de A Coruña en 1803, permitió administrar la vacuna a numerosas poblaciones del nuevo mundo. En una época en la que no había formas mantener refrigerado el compuesto, el facultativo ideó una original, impensable hoy en día: la inmunización se transportaba inoculada en los brazos de 22 niños huérfanos, de los que fallecieron dos a lo largo del viaje.
Una de las características que hizo posible la erradicación de la viruela fue que una vez se sobrevivía a su paso, el organismo quedaba inmunizado de forma natural. Esa característica, juntos con los esfuerzos en las campañas de vacunación a nivel global, hicieron posible el milagro.
La colaboración
El presidente de la Fundación Ciencias de la Salud, Diego Gracia, declara a este diario que el hito fue "fruto de una colaboración impresionante". En España, donde el último caso se registró en 1961, la vacunación era obligatoria.
Gracia recuerda haber vivido con sobrevivientes de la patología que presentaban la poco políticamente correcta "cara de colador". "Presentaban como agujeritos, la picadura característica de la viruela", subraya.
Esa cara es la que presentó en 1975 Rahima Banu, una niña de dos años que residía en el pueblo de Kuralia, en la Isla Bhola de Bangladés. Como recuerda Gracia, en aquella época ya se sabía que la enfermedad podría llegar a su fin. "La Organización Mundial de la Salud (OMS) y los epidemiólogos sabían los focos en los que continuaba habiendo brotes y los tenían controlados", relata Gracia.
Sin embargo, no fue nadie de la poderosa OMS quien advirtió del caso de Rahima, sino otra niña -esta de 8 años -que alertó sobre los primeros síntomas de la menor, de apenas dos años de edad. Bilkisunnessa dió la voz de alarma y el caso llegó al equipo de erradicación de la viruela de la zona . La niña recibió "por su diligencia" una recompensa de 250 taka.
Rahima Banu sobrevivió a la enfermedad, aunque en una entrevista al diario Voices of America en 2009 declaró haber sufrido el estigma de la viruela durante toda su vida.
La última víctima mortal
Hubieron de pasar cinco años hasta que la OMS declarara oficialmente erradicada la enfermedad. Entre medias, un desgraciado accidente biológico hizo que Janet Parker, una fotógrafa médica que trabajaba en el departamento de anatomía de la Escuela de Medicina de la Universidad de Birmingham, se convirtiera en la última víctima mortal de la enfermedad, tras escaparse el virus del laboratorio.
Se podría decir que fue la última víctima directa, porque hubo una indirecta más: el jefe del departamento de microbiología médica del laboratorio, Henry Bedson, se suicidó tras el incidente.
El virus de la viruela sigue vivo en laboratorios de EEUU y Rusia, bajo estrictas medidas de seguridad y con la excusa de poder investigarlo si alguno de sus parientes se vuelve tan virulento como ella.
Cuarenta años después de haber acabado con la enfermedad, el ser humano no ha podido repetir este éxito, aunque parece que la enfermedad del gusano de Guinea será la siguiente en la lista. Pero ese hito aún no se ha producido.