La angustia había podido con Giulia. El veneno que tenía entre sus manos acabaría con su vida, pero también con el horror que la perseguía desde hacía semanas. Exactamente, desde que se enteró que era portadora del VIH y el resto de la comunidad -incluido su marido- la había abocado al destierro. Su pulso temblaba cuando se llevó el vaso a la boca. John, su hijo de 4 años, debió de percibir la desesperación de su madre. "Se echó a llorar y me dijo que, si yo tomaba aquello, él también lo haría", recuerda la mujer. Aquel golpe la despertó de la pesadilla y arrojó el bebedizo al suelo: "Ahora soy feliz, todo se lo debo a mi niño".
Giulia Ngesi tiene 35 años, 12 más que cuando vivió aquel episodio. Ella es uno de los 300 vecinos que componen la comunidad de Maweni, una aldea rodeada de mar en el condado keniano de Lamu. Cuando recibió el diagnóstico, el estigma del VIH empujaba a sus portadores al ostracismo. El virus se propagaba con rapidez. Tanto, que empezaron a creer que se extendía con el contacto; otros aseguraban que se trataba de alguna especie de embrujo que escapaba a su entendimiento.
Hoy están infectados por el VIH casi 250 habitantes de Maweni , lo que representa el 80% de su población. "Es muy importante que no se sientan solos, hacerles ver que pueden y deben vivir en plenas condiciones", opinan Benson Juma y Duncan Odezo, fundadores del Tuungane Support Group. "Tuungane", en swahili, significa "Vamos juntos". Ese es el propósito de esta organización local: "Ofrecemos consejo y apoyo - señalan-. A veces, basta con estar en el lugar y en el momento oportunos".
"Hacemos talleres para contar a la gente lo que deben hacer para evitar el VIH", explican Juma y Odexo. Entre las recomendaciones que ofrecen, además de usar medidas de protección, está la de no ingerir bebidas alcohólicas en exceso. "La gente hace cosas sin pensar cuando bebe", detallan. Además, explican los pasos que un paciente debe seguir en caso de ser portador del virus. "Pero, sobre todo, se trata de estar ahí -aseguran-. De que nadie se quede sin ser escuchado, que puedan vaciar sus preocupaciones con alguien que comprenda de lo que hablan".
Giulia Ngesi agradece la presencia de esta organización en la isla. Cuando su marido la abandonó, no tenía a quien explicar sus inquietudes. Y eso, asegura, es lo que estuvo a punto de empujarla a la muerte. "Nadie quería estar cerca de mí, no hay nada peor que leer el miedo en los ojos de la gente con la que hablas", afirma la mujer. "Hasta mi esposo me dejó -prosigue-. Se negó a hacerse un análisis y pocos meses después murió". La vida de Giulia es ahora "completamente normal y plena": "Viajo a Lamu -capital del condado, a quince minutos a bordo de una lancha motora- y allí cojo mi tratamiento". La ONG española ANIDAN colabora en la labor de la distribución de los antirretrovirales.
El problema del VIH en Kenia
El escenario que se dibuja en Maweni dispara las estadísticas en uno de los países en los que hay más gente portadora del VIH en el mundo: de los 44 millones de habitantes de Kenia, 1,4 vive esta situación. Según las cifras que maneja la Organización Mundial de la Salud, la cifra sólo es superada en otros tres lugares: Sudáfrica (6,3 millones), Nigeria (3,2) e India (2,1).
"Esta situación nos pone contra las cuerdas", apuntan los coordinadores de Tuungane Support Group. Según sus explicaciones, la más mínima sacudida podría tirar abajo la economía de la isla, que se basa en la explotación de una mina de piedra. Con ella se construyen buena parte de los edificios de Lamu, la capital del condado y uno de los principales focos turísticos de la región.
En el camino abierto entre la vegetación circulan carros tirados por burros. En la mayoría de los casos, son niños los que los conducen. Transportan piedras de la cantera al puerto para después llevarlas a otras localidades próximas. "¿No lo ve?", pregunta Benson. "Cualquiera que tenga buena salud intenta trabajar, no importa la edad que tenga -relata-. Lo importante es que las familias tengan algo que llevarse a la boca".
"¿Y hay lugar para la esperanza?", pregunto. "¿Qué crees, Giulia?", cuestionan Benson y Duncan a la mujer que en su día casi acaba con su vida. Esta, con su hijo entre los brazos, levanta la cabeza. Sonríe y vuelve a poner los ojos en su niño: "Siempre".