La búsqueda del elixir de la eterna juventud es casi inherente a la historia de la humanidad. No nos gusta envejecer, y menos aún por los síntomas que acompañan el aumento de la edad. Algunos son muy claros -empeora la vista, el oído, se cae el pelo en el caso de los varones y se engorda con más facilidad- y otros más difusos.
Así, la medicina ha intentado paliar estos problemas con el desarrollo de procedimientos y medicamentos específicos para cada uno de ellos. Pero algunos han venido acompañados de más polémica que otros. Y la administración artificial de testosterona -la principal hormona masculina- pertenece sin duda a este primer grupo.
Un estudio publicado este miércoles en una de las biblias de las revistas médicas -The New England Journal of Medicine (NEJM)- da nuevos datos sobre un asunto ya muy estudiado pero, de nuevo, las conclusiones distan de ser definitivas.
He aquí la hipótesis. La administración de testosterona a mayores de 65 años que han experimentado una bajada importante de esta hormona -inherente a la edad- podría mejorar su función sexual, al incrementar su deseo y la capacidad de erección, su capacidad física, al lograr que puedan caminar más sin cansarse y aumentar también su vitalidad y su estado de ánimo.
Pero esta posibilidad viene acompañada de polémica, que además tiene dos patas. Por una parte, se plantea su seguridad y el grupo ideal de pacientes a los que se debería administrar. Por otra, los críticos señalan el tratamiento del déficit de testosterona como un claro ejemplo de la tendencia denominada medicalización de la vida cotidiana, una corriente que consiste en tratar como enfermedades -y, por tanto, desarrollar fármacos para ellas- situaciones perfectamente normales según la edad de los pacientes.
¿Qué hace la testosterona?
Para responder a la primera de las cuestiones es especialmente interesante el trabajo publicado ahora en NEJM. El mismo, explican los autores, de varias universidades y hospitales espadounidenses, viene motivado por un suceso que se remonta a 2003, cuando el Instituto de Medicina de EEUU reunió a un panel de expertos para pedirles que se pronunciaran sobre la administración de testosterona a pacientes mayores con déficit de esta hormona. Su veredicto fue claro y demoledor para los defensores de la hormona: la evidencia relativa a este asunto era insuficiente y había que llevar a cabo más ensayos clínicos al respecto.
Así comenzaron los llamados Ensayos de la testosterona, un conjunto de siete estudios destinados a evaluar la eficacia de la hormona en distintos aspectos en personas mayores. Participaron 790 personas, cada una en al menos uno de los trabajos y todos con la característica común de presentar una concentración en suero de testosterona menor de 275 nanogramos por decilitro y síntomas de hipoandrogenismo. Lo publicado en la revista estadounidense es el resultado de tres de ellos y los resultados son desiguales en cuanto a eficacia e insuficientes en lo que respecta a seguridad.
Pero ¿y la eficacia? El medicamento cumplió con la hipótesis en algunos de los aspectos, pero no en todos. Así, el incremento artificial de los niveles de testosterona hizo que mejorara la función sexual, pero una media de 0,6 según una escala que va del 0 al 12, como resalta a EL ESPAÑOL el médico de familia Enrique Gavilán, que ha publicado varios trabajos sobre la medicalización del déficit de testosterona. "Los resultados distan de ser espectaculares", comenta este experto, que los define como "significativos desde el punto de vista estadístico, pero no clínico".
Gavilán subraya, además, que los efectos van disminuyendo según pasa el tiempo y que, al año de iniciar el tratamiento, la función sexual en ambos grupos es prácticamente similar.
De hecho, los propios autores reconocen que el efecto en la mejora de la disfunción eréctil fue "menor que el conseguido con los inhibidores de la fosfodiesterasa 5", la familia de medicamentos a la que pertenece la popular Viagra.
Sin embargo, el investigador de la Universidad de Yale y firmante del trabajo Thomas Gill aclara a EL ESPAÑOL que el principal parámetro para medir la función sexual no fue la disfunción eréctil sino el incremento en la actividad sexual. "Tanto éste como el deseo sexual mejoraron moderadamente en el grupo que se trató con testosterona", comenta.
Otro parámetro que se midió fue la movilidad y, de nuevo, pocas alegrías para los defensores del fármaco. Para evaluar el efecto en este aspecto, se estudió si los que tomaban el medicamento eran capaces de andar al menos 50 metros más en seis minutos que el resto. El porcentaje no difería en el principal ensayo de los siete diseñado para medirlo, pero sí al incluir a participantes de los tres trabajos. De nuevo, las diferencias no eran muy significativas. Eso sí, los participantes en el grupo del tratamiento sí declararon sentirse más hábiles para caminar. "Esto sugiere que el efecto, aunque de magnitud pequeña, puede ser clínicamente relevante", escriben los autores del trabajo.
Por último, se quiso saber si la testosterona daba más vitalidad y, de nuevo, el fármaco no cumplió con las expectativas, aunque sí lo hizo en un parámetro secundario: la testosterona se asoció con beneficios pequeños "pero clínicamente significativos" en el estado de ánimo y los síntomas depresivos.
Gill resume para este diario su opinión sobre los resultados del trabajo: "Las testosterona es beneficiosa para la función sexual, pero mucho menos para la física o para mejorar la vitalidad o la energía".
Efectos en la práctica clínica
Para el presidente de la Asociación Española de Andrología, Medicina Sexual y Reproductiva (ASESA), Rafael Prieto, los resultados del trabajo sí son positivos y responden a la pregunta de si es seguro administrar testosterona a los mayores con déficit de testosterona.
Los autores coinciden en este diagnóstico al subrayar que no se vieron diferencias en efectos adversos entre los que se aplicaron y no el fármaco pero lo refutan al afirmar que el número de participantes no es suficiente para alcanzar un veredicto y cuando escriben, en la conclusión del estudio, lo siguiente: "Para tomar decisiones sobre la aplicación de este tratamiento en mayores de 65 años se tendrá que saber más sobre los riesgos del mismo, para lo que se necesitarán ensayos más largos y multitudinarios".
Prieto señala que la vía de administración de la hormona escogida por los investigadores no es la idónea, ya que existe una forma en inyección intramuscular más cómoda para el paciente que la aplicación diaria de un gel. El especialista aprovecha para denunciar que en España este fármaco de administración intramuscular, llamado undecanoato, "se sacó del reembolso" por lo que, para utilizarlo, los pacientes han de pagar de su bolsillo 120 euros al trimestre.
Para este andrólogo la buena noticia del estudio es que "los pacientes mejoran" y no presentan alteraciones, lo que es importante dada la elevada prevalencia del déficit de testosterona en la población española.
Medicalización de la vida cotidiana
El otro aspecto polémico relativo a este asunto se refiere a si es un ejemplo de la llamada medicalización de la vida cotidiana. Gavilán, partidario de esta idea, se ciñe a los datos. En la intervención evaluada en el estudio del NEJM se prescribe testosterona para equiparar los niveles de la hormona a los que presentan los hombres de entre 19 y 40 años.
"No estamos hablando de curar una patología, sino de tratar de equiparar a una persona mayor al modelo de un hombre joven. Esta sería la gran crítica desde el punto de vista sociológico", comenta el médico que se pregunta: "¿Por qué hay que ir en contra de la fisiología?".
Prieto, por su parte, ofrece un punto de vista distinto. Para él, este tipo de intervención es equiparable a la de ofrecer gafas o audífonos a la población mayor que pierde vista y oído con la edad. "Hay muchos prejuicios con estos tratamientos", concluye.