Cinco onzas de chocolate negro de una conocida marca suiza tienen 92 kilocalorías, mientras que un donuts de azúcar asciende a algo más de 200. Son cifras que pueden alejar al consumidor de meterse a la boca sendos manjares pero, al fin y al cabo, ¿qué son 100 o 200 calorías de una dieta recomendada de, digamos, 2.000? El ser humano es un maestro en el autoengaño, así que un razonamiento lógico sería: "Me como este [póngase cualquier elemento prohibido en una dieta] y me controlo el resto del día".
Si las etiquetas nutricionales sirvieran como elemento disuasorio, su generalización -que ya data de algunos años- habría conllevado una disminución del sobrepeso y la obesidad. Pero los datos se empeñan en demostrar que no es así: la sociedad engorda y la ciencia no sabe poner remedio al problema.
La directora ejecutiva de la Real Sociedad de Salud Pública de Reino Unido, Shirley Cramer, ha publicado en The BMJ una tribuna en la que aboga por otra forma de desincentivar el consumo de alimentos calóricos, que no es otra que incluir en el etiquetado el ejercicio necesario para gastar las calorías de un determinado alimento.
Para hacer esta propuesta, se apoya en datos. En primer lugar, afirma, existen "pocas evidencias" de que la información nutricional que hay actualmente en los alimentos -incluyendo algunas iniciativas novedosas, como el clasificarlos por colores como los de los semáforos según sus calorías-, sea útil para "cambiar comportamientos".
Información confusa
Pero, además, cita los resultados de una encuesta de la consultora Populus que afirma que casi la mitad de la gente encuentra "confusa" la información actual en las etiquetas de la comida. "Esa información necesita ser tan simple como sea posible de forma que el público pueda decidir fácilmente qué comprar y consumir en esos segundos de media que se pasa mirando a un alimento antes de comprarlo", escribe Cramer.
La experta considera que los símbolos son más fáciles de entender que la información numérica y que las etiquetas sobre gasto calórico son fáciles de entender "especialmente para los grupos socioeconómicos bajos, que a menudo carecen de conocimientos nutricionales y cultura de la salud".
Para la especialista en Salud Pública, ésta sería, además, una forma de transmitir un mensaje importante: que tanto la alimentación como la actividad física son importantes a la hora de controlar el peso y mejorar la salud.
También se trata de transmitir el mensaje de forma positiva: en vez de decir al consumidor "no tomes esto", se le está diciendo que "empiece algo" para equilibrar el efecto de la comida.
Puesto que el etiquetado nutricional está regulado por Ley, concluye la médica, esta posibilidad debería ser estudiada en una prueba piloto y, si funciona, implementada por los legisladores y la industria, todo con el fin de reducir la obesidad.
¿Y en España?
Pero ¿sería posible una iniciativa de este tipo en España? Gabriel Olveira, del área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), explica a EL ESPAÑOL que "podría ser una opción más para ayudar a las personas a entender mejor el contenido en calorías que aportan los alimentos y que les sirva para comparar y tomar decisiones individuales sobre alimentación".
Sin embargo, Olveira tiene sugerencias que mejorarían la propuesta británica. "Sería interesante comparar no sólo con ejercicios en la práctica deportiva, sino con actividades de la vida cotidiana para motivar a las personas a realizar actividad física". Y pone un ejemplo: incluir el equivalente a subir X tramos de escaleras o caminar X tiempo.
Pero el experto de la SEEN advierte: "Esta información debe ser complementaria a la de la calidad de la dieta, por ejemplo el tipo de grasas, el contenido en sal, en azúcares...".
Para Olveira sería viable hacer algo así en España, aunque aclara que la información sería "únicamente aproximada" ya que hay muchos factores que influyen en el gasto calórico, desde la intensidad del ejercicio hasta las características personales del individuo que ingiere el alimento.