¿Se pondría usted un corazón artificial?
Además de resolver la carencia de estos órganos y prolongar la vida, los corazones biomecánicos liberan a la gente de sentir que el que late no es suyo.
22 junio, 2016 04:31Noticias relacionadas
El corazón humano es una obra de arte, muy lentamente esculpida durante millones de años. Todo empezó con un vaso palpitante dentro de una rama de los trilobites, un corazón tubular que, por no tener, no tenía ni sangre que bombear, mucho menos válvulas o venas. Con la aparición de los vertebrados, aquella capa de células a las que les dio por contraerse fue tomando forma, funciones y una leyenda. Siglos más tarde Aristóteles lo nombró el órgano más importante del cuerpo, el primero en formarse dentro de los pollitos y a partir del cual nacía el resto de la carne y del alma. Luego vinieron Galeno, Leonardo da Vinci, William Harvey o una miríada de poetas para engrandecer el mito. Por fin, llega el siglo XXI y un médico francés consigue crear un sustituto artificial de ese corazón. Y cabe preguntarse por qué Alain Carpentier dio a su invento la misma forma que el corazón original. ¿Fue porque el diseño original de la naturaleza era inmejorable? ¿O porque sus pacientes nunca aceptarían introducirse en el pecho algo que no pareciera un corazón, aunque en realidad no lo fuera?
¿En qué momento de su carrera Carpentier decidió que reparar un corazón no era suficiente, que había que crear uno nuevo e implantarlo dentro del pecho? "Hace ya, me temo, 40 años de eso, 40. Cuatro. Cero", dice el cardiólogo a EL ESPAÑOL. La razón, que por mucho que mejorara el tratamiento de las válvulas o los ventrículos, muchos pacientes seguían muriendo del llamado fallo cardiaco inestable, para el que la única solución era un reemplazo total con injerto. Es decir, un trasplante.
Pero no hay tantos corazones disponibles, ni siquiera en España, líder mundial en trasplantes de todo tipo. "Las listas de espera son cada vez un poco mayores y sí, hay que dar una solución a esa gente", dice el cardiólogo Lorenzo Silva, secretario general de la Fundación Española del Corazón. En su unidad del Hospital Universitario Puerta de Hierro, el que más trasplantes de corazón hace en España, la lista de espera no llega al mes y medio. "Aparte, en un porcentaje importante los enfermos entran como urgencia 0, se solicita un órgano a nivel nacional y el primero compatible se le pone, varía pero suele tardar entre 40 minutos y cinco días hasta que aparece un corazón".
En España se injertan cada año unos 250 corazones, pero la demanda es mucho mayor. "Necesitaríamos, probablemente, el doble o el triple de donaciones", dice Silva.
La llegada de los corazones mecánicos
Aquí es donde entran en juego los corazones artificiales. El de Carpentier, bautizado CARMAT, ha sido ya implantado en cuatro pacientes en Francia, de los cuales tres han muerto. "Por supuesto, fueron seleccionados porque estaban casi muertos", explica este cardiólogo de 82 años. "Sobrevivieron, pero con limitaciones".
Muchos antes que él, otros han intentado este logro, considerado un Santo Grial para la medicina moderna. El primero fue el ruso Vladimir Demikhov, quien lo intentó con un perro en 1937. A partir de los años 40, muchos más lo intentaron, pero nadie lo logró del todo. "Salvaron algunas vidas, pero no eran plenamente satisfactorios", recuerda Carpentier, "tenían limitaciones, pero mi experiencia desarrollando válvulas mostraba que estaba en lo cierto para evitar esas complicaciones que limitaban la existencia de un corazón artificial: el rechazo inmunológico y la infección".
Después de haber inventado las primeras válvulas biológicas, Carpentier se dijo a sí mismo: "Ahora tengo que hacer el corazón", y eso es lo que hizo.
Para el francés, los resultados de su invento en los pacientes han sido lo suficientemente satisfactorios, principalmente porque el dispositivo no generó rechazo a sus portadores. "Uno tiene que comprender que cuando el corazón está enfermo, el resto de órganos también sufre", dice el veterano cardiólogo para explicar que uno de los sujetos murió por un fallo renal. "Un corazón nuevo puede ayudar a que el resto del cuerpo pueda progresar y no deteriorarse".
Los ensayos también han sido lo suficientemente satisfactorios como para autorizar una segunda fase, con otros 15 pacientes a los que implantarán el CARMAT. Éstos, además, no estarán tan al borde de la muerte, lo que permitirá evaluar el corazón artificial durante meses, o con suerte, años.
Explota, explota mi corazón
A veces aparecen en los medios historias como las de Stan Larkin, un estadounidense de 25 años que vivió más de un año sin corazón. La solución para él estuvo en un dispositivo llamado Syncardia, que llevaba en una mochila. Este tipo de dispositivos, aunque comercialmente se venden como corazones artificiales, son en realidad "una asistencia ventricular, indicada como puente hasta el trasplante", explica Silva, quien añade que hay pacientes que han llegado a vivir con estos aparatos transitorios hasta 11 años.
Otra opción prometedora para sustituir a los trasplantes tradicionales está en las terapias con células madres o con corazones descelularizados, prestos a ser customizados con células cardiacas del receptor, pero a día de hoy siguen en el ámbito experimental y no de la práctica clínica.
"En España aún no se ha instalado un corazón artificial completo, pero se podría poner en cualquier momento", advierte Silva, "contemplamos esa posibilidad, sabemos cómo hacer ese recorrido y hemos contactado ya con las casas comerciales". Además de CARMAT, ya existen otros equivalentes en Estados Unidos ya aprobados por la FDA. Ahora sólo falta que aparezca el paciente adecuado. "Sería fundamentalmente para un paciente que necesitara una asistencia biventricular, porque le hayan fallado los ventrículos o tenga hipertensión pulmonar", dice el cardiólogo.
Falta por resolver la última cuestión, la filosófica. Una vez que los corazones artificiales lleguen a funcionar como los reales, llegará un punto en el que quizá partir a alguien el corazón ya no sea como antes. También habrá que ver si, psicológicamente, hay alguna diferencia a la hora de prescindir de un órgano tan metafórico.
Sin embargo, Carpentier lo tiene claro. Por su breve experiencia, "los pacientes prefieren el corazón artificial, no les gusta la idea de vivir con el corazón de otro paciente".