Hace tres años, el director de la Unidad de Inmunopatología del Sida del Instituto de Salud Carlos III (ISCII), José Alcamí, recibió una llamada de teléfono temprano por la mañana de Antonio L. Andreu, entonces director del ISCIII. "Era mi jefe y era temprano, así que me preocupé", bromea. Sin embargo, la llamada no tenía nada que ver con asuntos administrativos, era una consulta "de colegas".
El neurocientífico había descubierto, junto a otros investigadores, la mutación genética detrás de una enfermedad rara, tan rara que afecta sólo a los miembros de una familia, ocho generaciones o unas 100 personas distribuidas entre el litoral mediterráneo e Italia, que sólo en 2010 supieron por fin cómo se llamaba su patología: distrofia muscular de cinturas LGMD-1F.
Lo que le pasaba a estos 100 pacientes es que les fallaba una proteína denominada transportina 3, que Alcamí define como el "microbús" que transporta las moléculas del citosol al núcleo de la célula, una puerta necesaria para que muchos microorganismos consigan infectar una célula.
¿Y por qué hizo la identificación de la mutación en la transportina 3 de los pacientes de LGMD-1F que Andreu y Alcamí hablaran por teléfono? "Me dijo que cuando se había puesto a buscar información sobre este gen, todo lo que le salía estaba relacionado con el VIH", recuerda para EL ESPAÑOL el experto en sida.
En efecto, la transportina 3 había tenido su momento en la investigación frente al VIH. En 2008, un interesante proyecto analizó los 35.000 genes humanos en busca de mutaciones que protegieran frente a la infección por VIH. Fueron tres trabajos independientes, donde se identificó a un centenar, pero sólo tres se repetían en todos ellos -cómo éste publicado en Science-: la transportina 3 era uno de ellos.
Pero, si hace nueve años ya se supo que una mutación en ese gen haría a cualquiera que la sufriera inmune a la infección por VIH, ¿por qué no se convirtió de inmediato en una diana farmacológica ni la ciencia se lanzó a investigar un fármaco que provocara dicho cambio genético y actuara a su vez como una suerte de vacuna contra el sida?
Lo explica Alcamí. "No se consideró una diana terapéutica porque se consideraba que transportaba muchas cosas necesarias al interior del núcleo y que bloquearla haría que la célula se muriera". Así, la transportina 3 quedó un poco en el olvido, como una suerte de cerradura interesante que, sin embargo, no podía ser manipulada. Hasta 2013.
Cuando el trabajo de Andreu se publicó en la revista Brain y éste se puso en contacto con Alcamí, el investigador asistió interesado a la noticia. "Si tienen esa mutación", le dijo a su jefe y colega, "apuesto lo que sea a que son inmunes al VIH".
Dicho y hecho. Los investigadores que habían hallado al fin la causa detrás de la enfermedad rara analizaron la sangre de los pacientes. En un laboratorio se intentó que el VIH entrara en sus células. El resultado: "Un nivel de protección altísimo, que en la vida real se traduciría casi seguro en la imposibilidad de contraer la infección".
Hablan los pacientes
A 400 kilómetros del laboratorio de Alcamí, Antonio Marín recibió la noticia. Él es el presidente de Conquistando escalones, una asociación de pacientes peculiar, ya que todos sus miembros son también familiares, aunque en distintos grados. La entidad se formó justo cuando supieron que la prevención del VIH y el tratamiento de su enfermedad podrían ir de la mano. "Lo vemos como una oportunidad, que hace que más investigadores se interesen por una enfermedad rara como la nuestra", comenta Marín, que reconoce que "flipó" con la noticia. "Yo bromeaba con mis amigos y les decía: 'Acabaré en una silla de ruedas, pero puedo hacer lo que quiera, que el sida no lo pillo ni de broma".
Marín es el bisnieto de Juana Reyes Marín, la primera mujer con la enfermedad a la que han podido rastrear. "Preguntamos en el pueblo y la gente recordaba que tenía problemas para andar", comenta a EL ESPAÑOL. En la actualidad son 100 afectados, en distintos grados y con distinta fecha de aparición de los síntomas. "Yo comencé a los seis años, pero tenemos un caso que los ha desarrollado a los 80", señala. "Lo que más nos preocupa es que las nuevas generaciones parece que lo desarrollan antes, tenemos cinco niños que están teniendo bastantes problemas", añade.
La asociación decidió, ante las noticias recibidas, ofrecerse a los científicos. "Nos dijeron que necesitaban dinero y decidimos hacer todo lo posible por conseguirlo", cuenta y nos remite a su página web para ver eventos y rifas que hacen para conseguir dinero.
¿Qué puede hacer la ciencia?
No son los únicos que buscan financiación. Alcamí, que califica este nuevo abordaje como una hipótesis "bonita, nueva y atractiva", acaba de lanzar un crowdfunding a través de la plataforma Precipita. El objetivo: que la ciencia pueda seguir trabajando y encontrar a la vez -gracias al defecto de la LGMD-1F- una solución para ellos y un freno para el VIH".
"Lo que pensábamos es que bloquear la transportina 3 sería inviable, pero con esta enfermedad vemos que da problemas musculares, pero no en los linfocitos. Así, si se mutara el gen sólo en los linfocitos y no en las células de los músculos podríamos lograr impedir la entrada del VIH sin provocar la enfermedad", señala Alcamí. Pero esa hipotética terapia génica, podría servir también de forma inversa: revertir la mutación en las células musculares y dejarla en las defensas, lo que beneficiaría también a los Marín enfermos.
Otra posible vía de actuación sería la farmacológica, encontrar o desarrollar un medicamento que cambiara la estructura normal de la transportina 3 haciéndola parecida a la mutada o que lograra introducir la transportina normal en los músculos de los afectados.
"Si somos realistas, yo creo que tendremos que esperar unos 15 años a que haya una solución", dice Marín, que confía también en el desarrollo de método de edición genética CRISPR/Cas.
Alcamí no se atreve a hacer predicciones. Su crowdfunding es modesto. No pide más de 25.000 euros, los necesarios para financiar a una investigadora postdoctoral de su equipo que acaba contrato el próximo 31 de enero. Espera conseguir más fondos con las convocatorias de ayudas públicas para el próximo verano.
"El problema no es sólo la escasez general en inversión de la ciencia, sino que este proyecto es límite entre dos campos; a mí me puede costar menos conseguir ayudas para investigaciones relacionadas con el VIH, pero me ven como un extraño si las pido en convocatorias sobre enfermedades raras", reconoce Alcamí, que ha grabado hasta un video para que quede claro lo que se pretende hacer.