Martin Shkreli, de 34 años, es oficialmente la persona más odiada por algunas de las personas más odiadas de Estados Unidos. El Congreso, una institución cuya labor sólo aprueba el 16% de los estadounidenses, odia a Shkreli. La industria farmacéutica odia mucho a Shkreli. Incluso Donald Trump odia a Shkreli.
Su único delito -a falta de lo que diga la Comisión Federal de Comercio, que lo está investigando- fue amar demasiado, concretamente, el dinero y prescindir de la hipocresía que según él rodea a la industria farmacéutica.
Shkreli, nacido en Brooklyn de un inmigrante albanés y una croata, era un gestor de fondos de alto riesgo que fundó una empresa llamada Retrophin y compró las patentes de tres medicamentos de uso compasivo, es decir, para enfermedades raras. En 2015 fundó Turing Pharmaceuticals y, ese mismo año, adquirió los derechos de distribución en EEUU del Daraprim, un fármaco antiparásitos usado a menudo contra la toxoplasmosis, una infección que suele ser fatal para los enfermos de sida. Subió el precio del Daraprim de 13,50$ a 750$ la píldora, un subida del 5.555% que le hizo ascender como la espuma en la lista mundial de supervillanos.
Expertos en la industria farmacéutica dijeron que esa subida de precios era injustificable, pero Shkreli respondió con la misma excusa que esta industria lleva años usando para defender sus precios: el dinero obtenido por las ventas del Daraprim sería invertido en I+D para crear nuevos fármacos contra enfermedades raras. ¡Ouch!
"El hecho de que Turing no haya estado haciendo nada de I+D parece haberse perdido en mitad de todo este ruido, porque sonaban justo como cualquier otra farmacéutica cuando decían eso", reflexionaba Derek Lowe, investigador de fármacos contra la esquizofrenia, en las páginas de Science Translational Medicine.
Por ese motivo el Congreso le obligó a declarar. ¿Qué dijo él después de la vista? "Es difícil aceptar que estos imbéciles representen a la gente en nuestro Gobierno", tuiteó el 4 de febrero de 2016. Ese tuit no está ya disponible porque, a principios de enero, Twitter le cerró la cuenta por acosar a una periodista llamada Lauren Duca. Shkreli llegó a fabricar con Photoshop fotos de Duca junto a él y decoró así su avatar o su fondo de pantalla. En su bio decía "estoy un poco enamorado de @laurenduca, espero que ella no se entere".
En cuanto a los negocios, Shkreli seguía defendiendo su decisión de tasar el Daraprim a 750$. En realidad, durante la Healthcare Summit organizada por Forbes en 2015 se arrepintió un poco de su decisión: dijo que tenía que haber puesto el fármaco incluso más caro.
La opinión pública se inflamaba cada vez que aparecía en los medios. Un día compró por dos millones de dólares Once Upon a Time in Shaolin, un disco único de Wu Tang-Clan y prometió filtrarlo a internet si Donald Trump ganaba las elecciones. Y así lo hizo el 9 de noviembre de 2016.
Así ha pasado Shkreli los últimos dos años, troleando a cualquiera que se le pusiera delante. Cuando Bernie Sanders, el aspirante demócrata a la nominación, le llamó "paradigma de la avaricia" el CEO de Turing respondió donando 2.700$ a su campaña, que Sanders rechazó.
La última víctima de Shkreli -y da la impresión que la favorita- es la industria farmacéutica, que se avergüenza de él. El otro día Stephen Ubl, CEO de la patronal PhRMA, dijo: "La imagen del sector ha sido secuestrada por algunos malos actores, tenemos que hacer un mejor trabajo para contar nuestra historia".
La respuesta del chico malo de las farmacéuticas llegó en forma de página web, una que le llevó montar una media hora, llamada Pharma Skeletons y que empieza así:
Stephen Ubl,
No te atrevas a señalarme con el dedo por los problemas de la industria farmacéutica. Resulta que todos hemos hechos movimientos impopulares.
Y así, Shkreli empieza a hacer un glosario, de la A de Abbott a la S de Sanofi, detallando subidas de precios escandalosas y otros recuerdos dolorosos para gigantes como Johnson & Johnson, Merck o Pfizer. "Abbott continúa subiendo el precio de Humira cada año pese a ser el medicamento más vendido del planeta". De Bayer: "Subimos el precio de los medicamentos en más del 100% pero nadie se entera. ¿Recordáis el Baycol? Oh, yo me acuerdo". De Eli Lilly: "No hay incrementos de precios de los que hablar. Ciudadano modelo. Excepto el Cialis, que misteriosamente tiene los mismos cambios de precio que la Viagra".
El díscolo hombre de negocios ha amenazado con seguir actualizando la página.
En un mundo de hombres blandos encorbatados repitiendo consignas corporativas, Shkreli se ha hecho el amo. Una parte de la industria farmacéutica se queja amargamente de la reputación que les da, pero la otra ha descubierto que puede seguir subiendo los precios de los fármacos mientras Shkreli les sirve de pararrayos.
Fuera de ese mundo empresarial donde nadie puede decir realmente lo que piensa de él, Shkreli es lo que parece: un pringado. Siempre que ha cambiado su tono bilioso para mostrar admiración por alguien, éste se ha cachondeado de él. Cuando presumió de haber comprado el disco de Wu Tang Clan, uno de los miembros de este grupo de rap, Ghostface Killah, definió a Shkreli como "el niño bizco de la nariz de Michael Jackson".
Y qué decir de Donald Trump. Shkreli le apoyó como candidato, va por ahí con chapas de la rana Pepe (símbolo que llevan supremacistas blancos y partidarios de la derecha alternativa) y recientemente dijo que el recién elegido presidente haría a la industria farmacéutica grande de nuevo, imitando su famoso eslógan Make America Great Again. Pero a Trump el chico no le gusta nada, para empezar, porque -por alguna razón- el republicano odia los hedge funds de los que Shkreli procede y ha declarado que va a ser el único colectivo al que suba los impuestos.
"Apareció como si fuera lo más", dijo Trump de Shkreli en septiembre de 2015, tras la polémica del Daraprim. "Ese chico no es nada. Es cero. Es nada. Debería estar avergonzado de sí mismo". También le llamó spoiled brat, en español, "mocoso mimado".
Sin embargo -quizá porque los enemigos de nuestros enemigos acaban pareciendo nuestros amigos- una pequeña minoría de los odiadores de Shkreli cree que su irrupción en escena puede acabar siendo positiva. Un germen que irrumpe en el sistema farmacéutico y que empieza a provocar una reacción en cadena. Sí, Shkreli multiplicó el precio del Daraprim, pero ¿por qué lo permitió la administración encargada (FDA) si la patente del principio activo caducó en los años cincuenta? Sí, Shkreli operó una empresa farmacéutica como si fuera un fondo de inversión, comprando medicamentos sin competencia para inflar sus precios y usando lagunas legales para impedir que otras empresas entren en su jardín, todo ello sin haber inventado nada.
Es el más descarado, pero no el único.