Aunque se acaba de hacer público, hace apenas un mes las alarmas de radiación nuclear saltaron en Noruega y Rusia por la detección de pequeñas cantidades de yodo-131 en el ambiente. Los niveles de radiación eran muy bajos y no planteaban ningún peligro para la salud, pero la preocupación al respecto aumentó al comprobar que la mancha nuclear comenzaba a extenderse por otras zonas de Europa, llegando a alcanzar países como Finlandia, Polonia, República Checa, Francia, Alemania e incluso una pequeña zona del norte de España.
Varias de estas naciones han lanzado comunicados al respecto, como el de las Autoridades de Seguridad Nuclear Francesas o la Autoridad Noruega para la protección contra la Radiación, todos ellos llamando a la calma por la ausencia de riesgo de estas emisiones; pero aún así es importante detectar su origen para evitar futuros accidentes con peores consecuencias. Para ello ya se han iniciado varios protocolos de búsqueda, incluyendo la ayuda del WC-135 Constant Phoenix, un avión de propósitos especiales usado por las fuerzas aéreas de EEUU para recoger muestras de la atmósfera con el fin de de detectar el origen de posibles explosiones nucleares.
Búsqueda del origen
Las primeras teorías sobre el origen de esta mancha nuclear se han dirigido a posibles pruebas nucleares realizadas por Rusia de forma clandestina en el Ártico, pero lo cierto es que se trata de una hipótesis bastante pobre, puesto que sólo se han encontrado trazas de yodo-131 y en ese caso lo lógico habría sido encontrar otros muchos isótopos radiactivos.
Por eso, el nuevo punto de atención se centra en las empresas farmacéuticas, ya que el yodo-131 es muy utilizado en algunos tratamientos médicos basados en radiactividad dirigidos especialmente al cáncer y las enfermedades tiroideas.
Y no sería algo extraño, pues ya en 2011 se dio un caso muy similar, en el que una mancha radiactiva de condiciones muy similares cubrió Europa después de que, según un reciente estudio de PLOS One, hubiese un problema con los filtros anti radiación utilizados en el Instituto de Isótopos Ltd, de Budapest, que utilizaba este tipo de compuestos para la investigación con fines médicos.
Como entonces, en este nuevo caso es complicado detectar el origen de las emisiones, pues el yodo-131 tiene una vida media de poco más de 8 días, por lo que ya no se encuentra en la atmósfera y es muy difícil seguirle la pista.
Sea como sea, la búsqueda sigue y más allá de todas las teorías de la conspiración que inevitablemente han surgido y seguirán surgiendo al respecto es realmente importante encontrar la fuente del problema cuanto antes. Quizás así la próxima vez se puede solucionar a tiempo, antes de que gran parte del mapa se manche con la temible radiactividad.