A pesar del llamado impuesto del azúcar o de las regulaciones propuestas para limitar el consumo de productos con alto contenido calórico, la obesidad continúa aumentando en todo el mundo. El profesor de la Universidad de Cambridge Wolfram Schultz propone una forma original de reducir la ingesta de este tipo de alimentos: presentarlos en envases blancos o, al menos, que no estén impresos en los llamativos colores en los que se comercializan en la actualidad.
Schultz es uno de los ganadores de este año del Brain Prize, considerado como el Nobel de las Neurociencias por premiar cada año los mejores trabajos realizados en este área. Ha sido en la rueda de prensa de anuncio de galardón cuando el investigador británico ha formulado su propuesta, que actuaría frontalmente contra el campo de investigación por el que precisamente ha sido premiado -junto a Peter Dayan, de la Unidad de Neurociencias y Ciencias Computacionales de la UCL, y Ray Dolan, del centro Max Planck de Psiquiatría Computacional y Envejecimiento- : el sistema de recompensas del cerebro.
Gracias precisamente al conocimiento de este sistema, en los últimos años ha crecido mucho el uso del neuromarketing, una disciplina de la publicidad. Desde el olor a limón de los casinos, que activa las regiones del cerebro asociadas al riesgo e invita a sus clientes a ser más impulsivos a la hora de apostar, hasta la música comercial en las tiendas de ropa, que lleva a los compradores a buscar el modelito adecuado para correr a la discoteca más cercana, son muchas las maniobras que algunas empresas utilizan para atraer la atención del público a través de sus mecanismos cerebrales.
Esto es algo que también saben muy bien las marcas productoras de comidas muy calóricas, pues normalmente sus envases presentan colores muy vivos que llaman la atención del comprador, que termina llevándoselas a casa y comiendo cantidades normalmente excesivas para su salud.
Un largo camino
El trabajo reconocido en el Brain Prize empezó hace 30 años, cuando Shultz comenzó a estudiar los mecanismos de recompensa cerebrales en animales de laboratorio. En un principio observó que si éstos tomaban zumo de frutas sus neuronas disparaban la liberación de dopamina, produciendo una sensación de placer que llevaba a que quisieran seguir tomando.
Además, la cosa no quedaba ahí, pues también se les podía entrenar para que asociaran imágenes concretas a respuestas placenteras, de modo que si sólo veían la botella de zumo su cerebro procedía del mismo modo que cuando lo probaban, aunque las señales emitidas iban desapareciendo progresivamente si finalmente no tomaban la bebida.
Según declaraciones del propio Shultz publicadas en The Guardian, estos mecanismos son una respuesta de la evolución para que los animales sientan interés por la comida, la bebida y el sexo, todas ellas funciones esenciales para su supervivencia.
Según los investigadores premiados, la imagen llamativa que se usa en los envases de comida calórica genera sensaciones similares a las que provocó aquella botella de zumo en los animales de laboratorio hace 30 años. La diferencia en este caso es que éstos sólo tomaban la bebida si se la daban los investigadores, pero los consumidores no tienen ningún problema para acceder a estos productos, cuyo consumo descontrolado puede hacer tanto daño.
Por eso, aunque sólo ha sido un ejemplo más de todo el estudio de estos investigadores, su consejo en torno al diseño de envases menos llamativos en los estantes de los supermercados podría ser una buena arma en la lucha contra la obesidad. Faltaría que las marcas de estos productos estuviesen dispuestas a ello.
La otra cara de la dopamina
Hasta ahora todo parece muy positivo. ¿Dónde está entonces la cara negativa de la dopamina? Un claro ejemplo para entenderlo es el de los pacientes de Parkinson, una enfermedad neurodegenerativa que provoca la pérdida de las neuronas responsables de la secreción de esta sustancia.
Como consecuencia, se producen una serie de síntomas que pueden llegar a ser muy graves con el tiempo, por lo que se les suele administrar dopamina de forma exógena, logrando que los signos tempranos de la enfermedad remitan en parte, aunque no se curen del todo.
Sin embargo, se han dado muchos casos de personas a las que este tipo de tratamientos les han provocado todo tipo de adicciones, desde el juego hasta las compras compulsivas.
Es lógico, teniendo en cuenta que, si no se controla, el placer busca más placer, por lo que tienden a explorar cada vez más fuentes de dopamina que les generen esa maravillosa sensación.
Dopamina y recompensa
Junto a la serotonina, la dopamina es conocida por su función positiva sobre el estado de ánimo de las personas, ya que es uno de los intermediarios cerebrales en la expresión de las emociones.
Esto la convierte en una sustancia esencial, pues su carencia puede tener consecuencias muy negativas sobre la salud, pero su papel en los mecanismos de recompensa cerebrales la convierten en un arma de doble filo, cuyos niveles deben mantenerse dentro de unos rangos concretos.