Los antihistamínicos, junto a los analgésicos como el paracetamol o los antiinflamatorios como el ibuprofeno destacan por ser uno de los grupos de medicamentos más usados, con o sin receta médica. Su uso y necesidad se reduce a las reacciones alérgicas, ya sean las típicas alergias primaverales, como la del polen, las anuales (polvo) o incluso reacciones contra medicamentos.
Su característica principal es parar la acción de una sustancia llamada histamina, cuya misión es colaborar en procesos fisiológicos tales como la producción del ácido estomacal, colaborar en el buen funcionamiento del sistema nervioso e incluso regular el hambre o el ciclo del sueño. Asimismo, también colabora en la producción de reacciones alérgicas, y en ocasiones de forma extrema, por lo que los antihistamínicos pueden ayudar a reducir los síntomas de dichas reacciones.
Tipos de antihistamínicos
A pesar de que muchos de estos medicamentos pueden conseguirse sin necesidad de receta médica, es importante saber cuándo y cómo usarlos, y seleccionar correctamente el tipo de antihistamínico.
Por una parte es importante saber reconocer los síntomas de una reacción alérgica: rinitis (inflamación y goteo nasal), urticarias agudas o crónicas, picor localizado o generalizado o picor de ojos. Además, los antihistamínicos también se usan en ciertos casos de mareo y vértigo, e incluso en tratamientos iniciales de insomnio o migraña. En muchas ocasiones es común, frente a una reacción de urticaria aguda urgente, tomar antihistamínicos junto a corticoides.
Por otro lado, ¿qué clases de antihistamínicos existen? ¿es cierto que provocan sueño?
Aunque hay muchas clasificaciones, lo más común es dividir los antihistamínicos en primera generación o clásicos, segunda generación o no sedantes y de última generación, donde la somnolencia es casi inexistente.
Los primeros -uno de los más conocidos es la dexclorfeniramina maleato, comercializado como Polaramine- destacan precisamente por provocar somnolencia, además de aumento del apetito y otros efectos colaterales (sequedad de boca, visión borrosa e incluso estreñimiento); sin embargo, se ha demostrado que son muy eficaces en los casos de mareo y náuseas o vómitos y en los casos de reacciones alérgicas y urticarias agudas.
Los segundos -como la ebastina- son más selectivos, y por ello tienen menos efectos secundarios y se consideran más seguros. Su consumo no impide la conducción, ya que no provocan somnolencia, y suelen presentar pocas interacciones con otros medicamentos. Asimismo, son más cómodos de tomar, pues con una sola dosis diaria es suficiente, en comparación a los antihistamínicos clásicos, que necesitan tres o cuatro dosis por día.
Este tipo de antihistamínicos de segunda generación son los que más se emplean en rinoconjuntivitis alérgica o en urticarias agudas y crónicas, pero sólo para tratamientos a largo plazo. En casos de reacciones alérgicas agudas, donde sea necesario inyectar el medicamento, se usarán en primera instancia los antihistamínicos clásicos por poder usarse en forma intramuscular o intravenosa.
Los antihistamínicos de última generación -como la levocetirizina- prometen reducir aún más los efectos secundarios, sobre todo los cardiovasculares y la somnolencia, aunque hay dudas sobre si la eficacia es mayor.
Cuándo se deben tomar
Como sucede en otras situaciones, como el dolor, los antihistamínicos son un "tratamiento sintomático", es decir, se usan en caso de sufrir síntomas de alergia tales como picor o enrojecimiento de la piel, picor nasal o de ojos, lagrimeo, estornudos, etc. No son fármacos curativos, sino que solo controlan los síntomas de la alergia en particular.
En los casos de reacciones de urticaria aguda, en muchas ocasiones en apenas unos días de tratamiento, previamente consultado con un profesional médico, es posible que los fármacos solucionen el problema y no sea necesario tomarlos de nuevo.
En otros casos, donde los síntomas alérgicos perduran en el tiempo, como ocurre en la rinitis alérgica, es posible que sea necesario seguir un tratamiento a largo plazo de incluso meses de duración, el cual debe ser controlado por un profesional médico, ya que en ocasiones es necesario subir dosis del fármaco, o saber reconocer cuándo hay que dejar de tomar el tratamiento.
Efectos secundarios
Uno de los efectos secundarios más típicos de los antihistamínicos -sobre todo en los de primera generación- es la somnolencia, ya que la histamina tiene como una de sus funciones mantener despierto al organismo, por lo que parar sus acciones tiene como efecto colateral el sueño, en mayor o menor grado, según el antihistamínico usado.
En este sentido, cabe recordar la anécdota relativa a uno de los fármacos para el sueño más consumidos, la doxilamina, comercializada como Dormidina, que es originalmente un antihistamínico.
Por otro lado, el aumento de apetito y de peso también se ha relacionado con estos fármacos, ya que la histamina controla la sensación de saciedad en el cerebro, y si se para se produce una estimulación del apetito. De nuevo, este efecto es más común en los antihistamínicos clásicos.
Por otro lado, algunos antihistamínicos son capaces de afectar a otros receptores a parte de los usados por la histamina, desencadenando efectos tales como sequedad de boca, estreñimiento, visión borrosa o retención de orina. Asimismo, si se usan antihistamínicos sobre la piel, se han descrito casos de alergia por contacto, reacciones solares o fotosensibilidad.
Finalmente, se han llegado a detectar casos puntuales de arritmias cardíacas en algunos pacientes en situaciones de sobredosis o al juntar el uso de antihistamínicos con otros fármacos, aunque hoy en día los antihistamínicos que demostraron producir estos efectos ya no están a la venta. Aún así, si se sufre algún tipo de problema cardíaco y se va a tomar un antihistamínico, es importante consultarlo previamente con un profesional médico.
Otras formas de combatir las alergias
Si se sufre alergia tan solo en la época primaveral, existen otros factores no relacionados con los medicamentos a tener en cuenta con el fin de evitar que los síntomas empiecen o empeoren.
En el caso del polen, por ejemplo, es importante cerrar puertas y ventanas de casa, ducharse cada noche o revisar los filtros del aire acondicionado previamente a la llegada de la primavera, pues el polen es capaz de penetrar por cualquier parte.
Asimismo, es importante aumentar más si cabe la limpieza del vehículo que se use diariamente para acudir al trabajo, con el fin de que el polen no viaje también en este.
Por otro lado, a la hora de hacer deporte en primavera, es recomendable entrenar por las tardes (ya que el polen alcanza sus picos máximos por la mañana), usar ropa de algodón (atrae menos el polen, a pesar de ser más incómoda respecto al uso de otros tejidos más transpirables) y lavarse bien los ojos tras cesar el ejercicio físico.
Finalmente, diversos estudios han llegado a la conclusión de que hay cuatro alimentos capaces de ayudar a combatir las alergias: Los yogures, las alcaparras, el té verde y las ortigas.