"Es como un cáncer; puedes acabar con él, pero a veces no llegas al núcleo". Con esta metáfora resume César Mansilla, psicólogo del Centro Penitenciario Sevilla II, en Morón de la Frontera, la actuación que se lleva a cabo en las prisiones españolas para intentar que un delincuente sexual no vuelva a cometer el mismo delito cuando termine su condena, como acaba de suceder con el llamado violador del ascensor.
Instituciones Penitenciarias desarrolló un completo protocolo para tratar a este tipo de presos. Con el título El control de la agresión sexual: Programa de intervención en el medio penitenciario, existe un manual del terapéuta que define lo que se hace con estas personas que, aunque entran en la cárcel con el objetivo de que se rehabiliten, no tienen ninguna obligación de participar en dicho programa.
Así, su carácter voluntario es una de las características básicas de la terapia porque, como señala Mansilla, si se le obligara a hacerla en contra de su voluntad "no sería eficaz". Pero el psicólogo reconoce también que hay personas que se apuntan por "deseabilidad social" y que no se sabe si lo hacen porque son conscientes de su problema o porque sabe que es la vía para conseguir beneficios en prisión.
Participar en este programa puede suponer la diferencia entre obtener o no un permiso o que se rebaje el grado de la condena y los presos suelen aceptarlo en parte por eso, aunque lo ideal es que haya una "asunción de responsabilidad". Es algo que nunca se va a saber del todo, aunque se puede sospechar. Mansilla comenta que algunos participantes que empiezan el programa abandonan a lo largo de sus dos años de duración. Pero, ¿en qué consiste esta terapia?
Composición de los grupos
A todos los presos detenidos por delitos sexuales se les ofrece participar en las sesiones que pueden ayudarles a conseguir no recaer a su salida. Estas son semanales, en grupos de entre ocho y diez personas y dirigidas por un psicólogo, que a veces cuenta con un coterapéuta, que puede ser un educador. "No es bueno que sean grupos más grandes, porque se cuentan cosas muy íntimas".
La composición del grupo es importante. Mansilla explica que el programa no hace distinción entre delincuentes con un alto índice de recaída y otros que es más difícil que vuelvan a cometer ese tipo de delito en cuestión. Esto puede ser un problema porque, señala el terapéuta, ellos mismos no se sienten cómodos con personas que, habiendo cometido también delitos sexuales, lo hagan en distinto grado.
El ejemplo más concreto es la separación entre delincuentes sexuales de adultos y agresores de menores. Aunque en la prisión sevillana donde ejerce este experto están separados, la normativa no obliga a hacerlo.
Las terapias se llevan con discreción. Como reconoce Mansilla y se ha retratado innumerables veces en el cine, ser delincuente sexual no está bien visto en la cárcel. Así, no sería operativo llamar a estas sesiones por su nombre y se utilizan otras denominaciones como "programa de habilidades sociales" o de "control de la ansiedad".
Pasos de un programa
La terapia -Mansilla explica que no se puede hablar de tratamiento porque lo que hacen los delincuentes de este tipo no se considera una enfermedad, sino un problema de control de impulsos- comienza con una serie de test psicológicos donde se mide "la línea base". Se repetirán al concluir el programa.
A continuación, se llevan a cabo los distintos módulos, que abarcan diversos aspectos del tratamiento, desde un análisis de la historia personal, que consiste en un resumen de su vida en busca de las desviaciones que pueda haber detrás de las agresiones -como abuso sexual en la infancia o una deficiencia intelectual- hasta abordar las distorsiones cognitivas.
"Muchos de ellos distorsionan la realidad para ajustarla a sus intereses, ahí se ve que imperan expresiones como "iba bebido", "ella me provocó" o "fue consentido", comenta Mansilla. También se abordan las emociones, como la empatía y se les enseña "una sexualidad saludable". Hay un módulo de educación sexual, que incluye la proyección de imágenes de los órganos sexuales. "Muchos de ellos no saben ni cómo son", reconoce el experto.
Éxito rela
Pero, ¿es eficaz este programa? Mansilla tiene claro que no se puede dar una respuesta global. Lo es mucho, a su juicio, en pacientes que cometen delitos sexuales fruto de otros condicionantes, como la adición a las drogas. "En estos casos se trata el otro problema en paralelo y se consigue un éxito rotundo", resume el experto.
Las cosas cambian y mucho, para quienes Mansilla define como "psicópatas sexuales". Es el concepto de violador clásico, el que no se droga, ni es violento; el registrado magistralmente por Antonio Muñoz Molina en su novela Plenilunio. "Estos pueden tener una vida controlada durante algún tiempo, pero si se activa el interruptor vuelve a ser un depravador sexual", resume.
La mala noticia es que para estos delincuentes -grupo al que pertenece el violador detenido este jueves- hay pocas opciones. Mansilla señala que la castración química -prohibida en España y permitida en algunos países europeos como Francia bajo petición voluntaria- inhibe la erección, pero no "está tan claro que el deseo".
La buena, que servirá de poco consuelo para sus víctimas, es que son muy pocos los violadores de este tipo en España. "En diez años de experiencia profesional no me he encontrado con ninguno; hay muchos menos de los que cree la gente".