En las películas americanas sobre cárceles, son los tipos que se sientan en los escalones superiores de la grada del patio. Son los líderes, los dominantes, los que mandan sobre los demás y no reciben órdenes de nadie. Están, en este ejemplo también físicamente, en la cima de la pirámide social.
No hay grupo humano que se libre de las jerarquías, pero no, el del jefe en una empresa no es necesariamente el mismo caso; éste puede haber ascendido gracias a su inteligencia y sus méritos. Eso que llamamos machos alfa, un término importado del comportamiento animal al lenguaje común, es otra cosa: son rudos y descorteses, se imponen por su agresividad y sus bravatas, gritan más alto que nadie, se pelean más que nadie y tienen más cojones que nadie. No es una cuestión de inteligencia, ni siquiera de fuerza, sino de testosterona, en el sentido más coloquial de la palabra.
Pero el macho alfa, ¿nace o se hace? Un equipo de investigadores chinos ha demostrado que, como mínimo, puede hacerse. Al menos, en el laboratorio y con ratones. La clave está en una especie de interruptor cerebral, un grupo de neuronas cuya activación es capaz de convertir al más mindundi de la pequeña sociedad ratonil en todo un triunfador valentón capaz de llevárselas de calle. Y todo con un simple empujoncito eléctrico en la parte adecuada del cerebro.
El 'ring' de los ratones
Los científicos, de la Academia China de Ciencias, la Universidad de Zhejiang y otras instituciones, han trabajado sobre la idea previa de que la dominancia social depende de una región cerebral llamada corteza prefrontal dorsomedial (dmPFC, por sus siglas en inglés), una zona en la superficie del cerebro que queda en la parte más alta de la frente, y que también es responsable de la conciencia que tenemos de nosotros mismos.
Sobre esta idea, los investigadores se propusieron estudiar más a fondo si hay un grupo concreto de neuronas en esta región que controle el comportamiento típico del macho alfa. Para ello, diseñaron una especie de ring de lucha para ratones, un tubo en el que los machos se enfrentan cara a cara para desplegar todo el repertorio de bravuconerías, empujones y amenazas, sin amilanarse por las del oponente, para decidir quién está por encima de quién en el orden social.
Y como ya se ha dicho, el macho alfa no es necesariamente el más fuerte; sí el más chulo. De hecho, hay un fenómeno ya conocido que es el efecto ganador: cuando un ratón vence uno de estos combates simulados, que no reales, aumenta su probabilidad de ganar el siguiente; de modo que su ego, si los ratones tuvieran tal cosa, va inflándose a medida que asciende por la escalera social.
En primer lugar, los científicos analizaron las neuronas individuales de la dmPFC de los ratones, descubriendo un pequeño grupo de células cerebrales que se activaba en mayor grado durante estas exhibiciones de poderío. Una vez identificadas estas neuronas, los investigadores ya tenían su objeto de estudio. El siguiente paso era separar a los machos alfa y aplicarles un procedimiento similar a la terapia génica para poder inhibir específicamente esas neuronas, introduciendo en ellas un mecanismo regulable mediante un fármaco. Luego, se trataba de devolver los ratones al tubo y ver qué pasaba.
A las pocas horas, los machos alfa así tratados habían dejado de serlo. Durante el tiempo que duraba el efecto transitorio de la droga, "los empujones y contraempujones eran significativamente menos y más breves", escriben los investigadores en su estudio, publicado en la revista Science. Una vez desaparecida la influencia del fármaco, los ratones volvían de nuevo a su conducta anterior.
Encender el interruptor, victoria instantánea
Para confirmar lo observado, los investigadores recurrieron a una sofisticada y reciente técnica llamada optogenética, que permite introducir en las neuronas una especie de interruptor molecular controlable por luz. De este modo, un láser conducido por fibra óptica permite encender o apagar neuronas concretas a voluntad, en este caso las de la dmPFC de los ratones. Cuando los científicos activaban así las neuronas de la dominancia en ratones de bajo rango durante los enfrentamientos, súbitamente triunfaban en el 90% de los casos, venciendo sobre los que antes eran los machos alfa. "La activación o inhibición de la dmPFC induce respectivamente victorias o derrotas instantáneas", escriben los investigadores.
Es más: esta estimulación artificial conseguía impulsar el efecto ganador. Al día siguiente y ya sin el estímulo, los ratones continuaban ganando a sus oponentes. Y si los animales recibían más de seis estimulaciones durante sus rifirrafes, su estatus de macho alfa se convertía en permanente. Pero los investigadores aclaran que, según lo mencionado más arriba, la activación de la dmPFC no convierte a los ratones en superratones; su fuerza o su capacidad no se ven mejoradas ni alteradas de ninguna manera. Simplemente, se vuelven más chulos.
Lo cual resulta complicado a la hora de explicar qué está ocurriendo en el cerebro de los ratones. ¿Acaso pierden el miedo a enfrentarse con los tipos más duros del barrio? "Hemos sospechado que podría tratarse del miedo, pero no hay constancia de que la activación de la dmPFC sea capaz de reducir el miedo", apunta a EL ESPAÑOL la directora del estudio, la neurocientífica Hailan Hu, de la Universidad Zhejiang. "Es algo que querríamos analizar con más detalle", añade.
Otra cuestión es si lo observado en ratones podría aplicarse también a los humanos. Pero no todos los científicos están de acuerdo en que el concepto de macho alfa sea válido para nuestra especie. "No se discute la existencia de los machos alfa, sino si los humanos pueden ser tal cosa", escribía el neurocientífico y divulgador Dean Burnett. Y sin embargo, hay un ejemplo muy actual de un hombre que ha sido descrito en los medios como el típico macho alfa, con sus bravuconerías, sus exhibiciones de poder, su desprecio a sus oponentes y a las mujeres, y un constante empeño en dejar claro que, incluso literalmente, él la tiene más grande. Anecdóticamente, hoy dirige la nación más poderosa de la Tierra.
Pero Hu piensa que probablemente el mecanismo cerebral de la chulería sea algo común de ratones y hombres. "En los humanos existe el mismo circuito neural y muchas funciones cerebrales están muy conservadas entre los mamíferos", señala. "No me sorprendería que el mismo mecanismo se aplique a los humanos". Sin embargo, la neurocientífica añade que es difícil confirmarlo, ya que procedimientos como los empleados en su estudio no pueden utilizarse en humanos. Tal vez debamos esperar a que alguien, algún lejano día, eche un vistazo al cerebro de Donald Trump.
Noticias relacionadas
- El sexo escaso acorta la vida: 'hablan' los telómeros
- Otros lugares donde el 'hijo' de Julio Iglesias podría encontrar su ADN
- Del trepa al apocalíptico: estos son los compañeros de trabajo que hacen de tu día a día un infierno
- Identifican el síndrome que provocó un crecimiento anormal de los dedos a nueve personas en España