Como las sesiones intensivas de gimnasio, las dietas suelen formar parte de esa agenda de actividades previas al verano destinadas a conseguir un cuerpo, si no de diez, al menos sí de ocho. O de un cinco raspado al que, al menos, le quede bien el bañador.
El problema viene cuando la trabajada operación bikini no da los resultados esperados y se transforma en operación pareo o toalla, cuyo objetivo no es otro que tapar esa barriguita de la que no hemos conseguido desprendernos. Aunque la frustración y las acumulaciones de grasa no van a desaparecer al conocer su existencia, lo cierto es que hay una serie de factores que podrían estar influyendo en que tus esfuerzos con la comida y el ejercicio no sean suficientes.
Cuidado con los aromas
Tienes delante un plato con los ingredientes idóneos para que encaje en tu dieta: pocas grasas, abundantes proteínas y nada de azúcares. Desgraciadamente, si lo has olido antes de hincarle el diente, va a hacerte engordar. Un equipo de investigadores de la Universidad de California ha demostrado que aspirar el aroma de los alimentos antes de ingerirlos puede aumentar la cantidad de peso que ganaremos, independientemente de las calorías que tengan. Los expertos lo achacan a la existencia de una relación entre el sentido del olfato y el metabolismo. Según sus conclusiones, si un animal no puede oler su comida, quemará más grasas de las que almacena.
Los edulcorantes no son la panacea
A la larga lista de perjuicios que se han asociado a los edulcorantes artificiales, como la sacarina y el aspartamo, se suma un nuevo punto: tomar bebidas, como las denominadas light, endulzadas con este tipo de productos puede aumentar el riesgo de ganar peso y padecer obesidad, diabetes o problemas cardíacos. Es lo que sugiere un trabajo publicado en Canadian Medical Association Journal para el que se han tenido en cuenta otras 37 investigaciones previas. Sus autores admiten que no puede asegurarse que los edulcorantes en sí engorden, sino que podría ser algún otro hábito alimenticio. Lo que está claro para estos expertos es que no contribuyen demasiado a adelgazar.
Valores nutricionales inexactos
Analizar y casi aprenderte de memoria las tablas de valores nutricionales de los productos en el supermercado no va a ayudarte en tu dieta. Las cantidades de calorías indicadas en las etiquetas no son valores precisos. Por ejemplo, la FDA considera las cifras adecuadas siempre que el verdadero contenido calórico del alimento no supere en un 20 % al de la etiqueta. Así es que, por mucho que te esfuerces en hacer cuentas, los resultados no van a ser nunca los correctos porque no tienes los números reales.
El engaño de las calorías
Las calorías que entran por las calorías que salen. Aunque esta afirmación ha acompañado a las dietas durante mucho tiempo, lo cierto es que ceñirse a la diferencia entre las calorías que consumimos –con un número impreciso, como ya hemos visto– y las que quemamos –las cifras que nos dan las máquinas del gimnasio son estimadas– no garantiza una pérdida de peso.
El metabolismo es un proceso bastante más complejo y varía según el tipo de alimento: "Los alimentos se metabolizan y absorben de diferente manera, se convierten en grasa o energía y aumentan o disminuyen el riesgo de padecer alguna enfermedad de distinto modo", advierte Robert Lustig, director del Programa para el Control de Peso de Niños y Adolescentes de la Universidad de California.
Grasas sí, por favor
¿Tu operación bikini incluye una dieta hipocalórica? Por si todavía no te ha quedado claro, las calorías no deberían ser el pilar central de ningún régimen. Cada vez son más los expertos que aseguran que excluir las grasas de las comidas no resulta efectivo para adelgazar. Sin ir más lejos, la dieta mediterránea es rica en grasas, como las contenidas en el aceite de oliva o los frutos secos, y está considerada como una de las más saludables del mundo.
Las moléculas que controlan los michelines
Si bien las grasas (siempre que no vengan de alimentos procesados) no son un obstáculo a la hora de perder peso, otros productos, como los cereales y el pan blanco, pueden contribuir a que tu cuerpo guarde alguna que otra reserva de más. Estas comidas contienen gran cantidad de carbohidratos refinados que aumentan los niveles de insulina en la sangre, una hormona encargada no solo de regular la glucosa, sino también de avisar al cuerpo de que necesita almacenar grasa. Además, transitan tan rápido por el sistema digestivo que no proporcionan una sensación permanente de saciedad.
Hasta el polvo engorda
Los disruptores endocrinos son compuestos químicos sintéticos o de origen natural que pueden interferir o simular la función de las hormonas humanas. Además de tener efectos en la fertilidad y en el sistema inmunitario, recientes estudios han demostrado que la exposición a algunos de estos compuestos durante la niñez puede causar obesidad en la edad adulta.
Y, según han comprobado investigadores estadounidenses, estas moléculas están presentes incluso en la suciedad. Las conclusiones de su estudio revelan que algunos compuestos presentes en el polvo de las casas pueden activar las células de grasa para que acumulen más triglicéridos.
Cuando el gimnasio no ayuda
A pesar de que la actividad física es beneficiosa para la salud, el ejercicio no es el principal responsable de la pérdida o ganancia de peso, según las conclusiones de un estudio de la Universidad Loyola de Chicago. Practicar deporte sirve para quemar calorías, pero también aumenta el apetito, así que podría terminar siendo contraproducente si luego llegas hambriento a la nevera o decides pasar el resto del día sin mover un dedo.