En 2015, el biólogo de la Universidad de Harvard, John Bohannon, publicó un estudio que, presuntamente, demostraba que el chocolate con alto contenido en cacao aceleraba la pérdida de peso. Su afirmación tuvo una gran repercusión mediática a pesar de que su investigación estaba repleta de información errónea. Ni su nombre era real -utilizó el seudónimo de Johannes Bohannon- ni tan siquiera el Institute of Diet and Health –centro al que decía pertenecer– existe.
Todo formaba parte de una prueba para un documental de los reporteros alemanes Peter Onneken y Diana Löbl sobre la industria de las dietas, como el mismo Bohannon contó posteriormente. Sin embargo, este experimento demostraba que algo no iba bien en el engranaje de las publicaciones científicas.
Cada vez que leemos un consejo sobre la salud o algún truco para adelgazar avalado por un estudio científico solemos creerlo a pies juntillas. Pensar que un grupo de investigadores ha ocupado su tiempo en probar lo que se afirma nos da confianza, aunque sea la primera vez que escuchamos el nombre de la universidad o el instituto que se ha llevado a cabo. En muchos casos, esa confianza ciega es aprovechada por algunos actores de la industria alimentaria para colar a su antojo información presuntamente acreditada por la ciencia.
El caso de Bohannon no es el único caso de la llamada 'ciencia basura' (conocida en inglés como junk science). Hace tiempo que los expertos se han dado cuenta de cómo influyen este tipo de estudios en el comportamiento de la gente respecto a la comida.
Cómo consiguen engañarnos
En la investigación de Bohannon todo parecía correcto a simple vista. Había una referencia a un científico que decía pertenecer a un instituto con un nombre que parecía prestigioso. Ahora bien, si se examinaba más detenidamente el estudio, podía advertirse que aquello no era muy científico.
Bohannon utilizó para su investigación una muestra de apenas 16 personas. Para contactar con ellas, recurrió a Facebook, donde se les ofreció 150 euros por realizar una dieta durante 3 semanas. Durante ese tiempo, se obtuvieron datos de 18 variables como peso, colesterol y calidad del sueño que pudieron seleccionarse según convenía para demostrar que el chocolate ayudaba a perder peso. Medidas tan sencillas como mirar el tamaño de la muestra o revisar el estudio completamente y no quedarse solo en el resumen hubieran servido para que esa investigación nunca hubiera visto la luz.
Pero Bohannon no era el primero en darse cuenta de lo fácil que resulta engañar en la industria alimentaria. En la década de los años 20, un publicista llamado Edward Bernays fue capaz de cambiar los hábitos de desayuno de los estadounidenses e introducir los famosos huevos con bacon.
Por entonces los fabricantes de bacon no estaban contentos con los resultados de sus ventas, por lo que acudieron a Bernays, sobrino de Sigmund Freud y hoy conocido como el padre de las relaciones públicas. Así, Bernays acudió a un famoso médico de Nueva York y le preguntó si un desayuno algo más abundante que el café y los cereales acostumbrados podría ser beneficioso para los estadounidenses.
El doctor le respondió que podría ser efectivo, ya que el cuerpo pierde una gran cantidad de calorías durante el sueño y un buen desayuno por la mañana podría ayudar a recuperar la energía. Tras conocer esto, Bernays escribió a más de 5.000 médicos para que avalaran la misma información y así poder afirmar que un desayuno con huevos y bacon era lo más adecuado para la salud de cualquier persona.
Unos 4.500 expertos le contestaron y, a los pocos días, todos los titulares de la prensa reflejaban que "4.500 médicos recomiendan a los estadounidenses tomar desayunos más abundantes para mejorar su salud". Los anuncios publicitarios de empresas como Beech-Nut Packing Company harían que pronto los hogares estadounidenses se inundaran de un olor matutino a bacon y huevos, una tradición que ha perdurado a través de generaciones.
Las malas prácticas salpican a todos
En la actualidad, el rey de la psicología de los alimentos es Brian Wansink, profesor de la Universidad de Cornell (Estados Unidos), donde dirige el prestigioso laboratorio Food and Brand. Reconocido por sus múltiples investigaciones sobre nuestra relación con la comida, Wansink cree que es posible adelgazar sin hacer una dieta.
Para él, la clave está en entrenar nuestra mente para ser capaces de elegir los alimentos más adecuados como frutas y verduras sin darnos apenas cuenta. Incluso defiende que si cambiamos hábitos tan triviales como masticar chicle mientras hacemos la compra podremos perder cerca de un kilo a la semana. Y, por supuesto, como buen republicano, está en contra de la intervención gubernamental para impulsar la alimentación saludable.
Aunque sus declaraciones siempre han causado revuelo, recientemente Wansink se ha visto envuelto en varias polémicas sobre sus estudios. En enero de este año, se revisaron cuatro publicaciones del Food and Brand Lab de Cornell sobre el comportamiento de los comensales en un buffet italiano y se encontraron 150 errores. Entre ellos se incluían fallos en las divisiones de las muestras o errores de cálculo para la obtención de datos estadísticos.
En marzo, otro investigador encontró incongruencias en un total de 45 publicaciones de Wansink, las mismas que habían sido citadas más de 4000 veces en más de 25 revistas y 8 libros diferentes. Y en junio se realizaron correcciones en un estudio de 2005 sobre cómo influyen los nombres de los alimentos en los restaurantes que llevaron a cambiar la metodología, por lo que los valores de su primera publicación dejaron de ser válidos.
Muchos de los estudios de Wansink han sido replicados por otros laboratorios, lo que demuestra que, a pesar de sus fallos, muchos de sus hallazgos son correctos. Aún así, la 'ciencia chatarra' acecha a la industria alimentaria, por lo que la próxima vez que leas un consejo para tu salud o un truco para adelgazar "avalado por un estudio científico" pregúntate qué intereses puede haber detrás.