Aunque a día de hoy el alzhéimer sigue siendo una enfermedad incurable, un diagnóstico temprano puede ayudar a iniciar los tratamientos existentes cuanto antes, ralentizando la aparición de los síntomas y alargando la esperanza de vida.
Lamentablemente, el síntoma más común que indica la presencia de la enfermedad es el deterioro de la memoria, pero a menudo éste no se exterioriza hasta 20 años después de su inicio.
Por otro lado, la búsqueda de ciertas proteínas asociadas a la enfermedad y presentes en el líquido espinal sí que resulta de utilidad para acelerar el diagnóstico. Sin embargo, tiene sus inconvenientes, ya que es necesario realizar una punción lumbar, una técnica demasiado invasiva como para utilizarla de forma rutinaria.
Por eso, un nuevo hallazgo publicado en la revista Neurology de la mano de investigadores de la Universidad McGill, en Quebec (Canadá), supone una revolución en la investigación del alzhéimer, ya que establece una clara correlación entre la pérdida de olfato y los episodios más tempranos de la enfermedad.
Una técnica no invasiva
Entre las primeras regiones cerebrales que se ven afectadas por la enfermedad de Alzheimer se encuentran el bulbo olfatorio y la corteza entorrinal. Dichas secciones del cerebro están involucradas en la percepción del sentido del olfato y la memoria de los olores y sus nombres, respectivamente.
Por ese motivo, hace años que se sospecha que el deterioro del sentido del olfato podría ser una forma sencilla de diagnosticar el trastorno.
Con el fin de comprobarlo, estos investigadores canadienses seleccionaron a 300 personas con riesgo genético de padecer alzhéimer, al haber tenido un progenitor enfermo. Todos ellos tuvieron que realizar una serie de pruebas olfativas, consistentes en reconocer olores, que iban desde el chicle hasta la gasolina.
Por otro lado, cien de ellos se sometieron a una punción lumbar, tras la que se pudo comprobar que, efectivamente, aquellos que tenían más proteínas asociadas a la enfermedad tenían más dificultad para discernir olores, a pesar de no mostrar aún ningún problema de memoria.
A pesar de todo, los investigadores responsables del estudio aseguran que existen otras enfermedades que pueden afectar al olfato de un modo similar, por lo que no deberían realizarse estas pruebas sin complementarlas con las ya habituales. Sin embargo, ha supuesto una prueba concluyente para una teoría que lleva más de 30 años investigándose. Son pasos pequeños, pero poco a poco podrán ayudar a que la ciencia le gane la partida al alzhéimer.