"Esta noche no bebo, estoy tomando antibióticos." Es una frase recurrente para las personas que sufren una infección de origen bacteriano. Y es que hay una creencia popular muy arraigada en el imaginario colectivo de que la ingesta de bebidas alcohólicas combinada con antibióticos es contraproducente.
Sin embargo, esto no es así, aunque con algunas excepciones. Ambos componentes son absorbidos en el interior del cuerpo humano en el hígado, un órgano que por sus características y su ubicación -al lado del estómago- lleva a cabo la asimilación de numerosos nutrientes que deben ser descompuestos.
Este proceso, llamado ruta metabólica, se encarga de transformar una sustancia en otra mediante procesos químicos. Esto ocurre en el hígado con la glucosa, las proteínas, el alcohol y los antibióticos.
Sin embargo, en contra de lo que piensan la mayoría de los bebedores, unos procesos no tienen por qué afectar a otros cuando se realizan de forma simultánea. Esto ocurre con el alcohol y la mayoría de los antibióticos cuando se toman juntos.
Es cierto que el alcohol puede afectar en cierta forma al procesado del antibiótico, ya que al obligar al hígado a trabajar en dos cosas a la vez, ambos pueden absorberse algo más despacio, pero en ningún caso perder la efectividad.
Si bien tomar alcohol no es necesario, los médicos prefieren que se desmienta este bulo, ya que algunas personas dejan de tomar su dosis de antibiótico durante el tiempo que van a beber. Esto sí es verdaderamente peligroso, ya que en esos momentos en los que se le da una tregua a la infección, las bacterias pueden aprender a convivir con el antibiótico, lo que hace que la enfermedad se prolongue.
Algunos antibióticos son una excepción
Hay algunos casos en los que la ingesta conjunta de alcohol y antibióticos sí puede ser muy perjudicial. Esto solamente ocurre con algunos fármacos en concreto, como es el caso del metronidazol.
Este principio activo se utiliza para paliar infecciones dentales y ginecológicas y conlleva un alto riesgo su mezcla con alcohol. En concreto, puede provocar efecto antabus, que produce enrojecimiento de la cara, dolor de cabeza, sudoración profusa, taquicardia,náuseas, vómitos y en ocasiones vértigo, hipotensión arterial y síncope.
Esto ocurre solamente en los casos más graves, pero aún sin ser uno de los peores supuestos, al día siguiente provoca una resaca fatal, con vómitos, taquicardias y dolor de cabeza.
Otros principios activos que también pueden inducir el efecto antabus son el tinidazol, la linezolida y la eritromicina.
Enfermedades venéreas y antibióticos
Uno de los usos de la penicilina cuando la inventó Fleming en 1928 era tratar las enfermedades venéreas o de transmisión sexual. Cuando los médicos recetaban el fármaco a los pacientes por este motivo durante la II Guerra Mundial, les decían que tenían prohibido mezclarlo con alcohol.
Esto no es cierto, pero servía para que durante el tiempo que tomaban penicilina no sufrieran el efecto desinhibidor del alcohol, que hace que sea más probable mantener relaciones sexuales y contagiar la infección a otra persona.
Recuperar penicilina en la orina
Otra teoría que podría explicar la creencia de que el alcohol es peligroso cuando se toma un antibiótico también tiene su origen durante la II Guerra Mundial. Arrancó once años después de que se inventara el primer antibiótico de la historia, y en ese momento no era tan sencillo producirlo a gran escala como ahora.
Cuando los soldados estaban heridos y se les aplicaba la invención de Fleming, después era recogida su orina para reutilizar los restos de penicilina, que estaban presentes entre un 40 y un 90 por ciento.
Al estar heridos, se les permitía beber cerveza, pero esto hacía que el volumen de orina expulsada por día y por hombre aumentase, lo que complicaba la extracción posterior del antibiótico. Ante este problema, los médicos optaron por decirles a los combatientes que era peligroso beber alcohol, para poder reciclar la penicilina de una forma más sencilla.