A Cecilia Borràs la vida se le llenó de porqués el día que Miquel, su hijo de 19 años, se quitó la vida arrojándose a las vías del tren. "Por qué ha hecho eso. Por qué se ha matado. Por qué ha llegado a ese punto". Por qué, por qué y por qué. Ocho años y medio después, esta catalana, que preside la asociación de supervivientes Después del Suicidio, asegura que no ha encontrado la respuesta. Que no la hay, de hecho. Y que eso es lo peor de todo: convivir con el silencio, la ausencia y la culpa. Sin una explicación.
Aquel viernes de marzo de 2009 Cecilia se encontraba trabajando cuando una llamada de su marido la alertó. "¿Sabes algo de Miquel?". Su novia le había dicho que no lo localizaba, que habían discutido y que el móvil estaba apagado desde entonces. Fue entonces cuando recordó el pitido que a media mañana había emitido su móvil. En él había un mensaje: "T’estimo molt, a tu i al papa, ho sento pel que faré". El peor de los presagios nubló entonces la mente de Cecilia. Cogió el coche y se dirigió lo más rápido que pudo hacia la estación de Metro en la que su compañera lo había visto por última vez. Esperaba encontrarlo sentado, llorando, o magullado después de haberse peleado con alguien. Pero no fue así.
- ¿Cómo fue aquel día?
¡Normal! Es que fue normal. No había habido ningún indicio previo, ningún aviso, ninguna sospecha… Nada.
- Entonces… ¿qué pudo pasar?
No lo sabemos con exactitud. A estas edades, sobre los 18, 19 y 20 años, se dan las primeras rupturas emocionales y amorosas más fuertes. Puede ser un factor de riesgo. La doctora Carmen Tejedor, psiquiatra del Hospital Sant Pau, nos dijo algo: "Muchas de las personas que siguen muriendo por suicidio mueren por amor".
Un 10% de casos sin señales previas
Cecilia, sentada en la sala de conferencias de un hotel de Mallorca en la que impartirá una charla dentro del seminario 'Dale una vuelta a la depresión', organizado por Lundbeck, cierra los ojos cada vez que intenta poner palabras a la devastación. El suicidio de su hijo Miquel forma parte del 10% de los casos en los que no existen señales previas. "Miquel era un chaval normal, con un montón de amigos, muy vitalista. No había ningún rasgo de depresión ni de trastorno mental. Nada de nada", rememora.
Los meses después de que un familiar acabe con su vida son meses de oscuridad y de silencio. De ausencia. De culpa. "La vida después del suicidio es tremendamente dura. Al principio, casi inaguantable. Hay momentos que piensas que no vas a poder continuar. La soledad lo ocupa todo y hay un sentimiento de abandono terrible. Aparecen un montón de preguntas que te martillean de forma recurrente, día tras día: ¿Por qué me ha hecho esto? ¿Qué pensarán de mí los demás? ¿Soy una mala madre? Además, el suicidio te expone a un juicio social que provoca un sentimiento de vergüenza y que te lleva a pensar que no has sido un buen padre. Que te convierte en sospechoso".
Pero es que, tal y como señala Cecilia, el suicidio, a veces, ocurre dentro de la normalidad. "Es precisamente esto lo que te rompe los esquemas. Se trata de algo que no es exclusivo dentro de un imaginario colectivo, de una marginalidad, o de una convivencia desestructurada. El suicidio, desgraciadamente, pasa dentro de la normalidad y por eso es tan difícil de digerir". ¿Qué es lo que ocurre entonces? Los psiquiatras aún no han conseguido descifrar qué pasa en la mente de una persona sana para que una situación normal se perciba como un drama irresoluble.
"Hay factores que pueden conllevar decisiones tremendamente impulsivas", explica Cecilia, psicóloga de formación. "La percepción se altera y estas personas perciben un hecho estresante como algo extraordinario. Cuántas veces hemos discutido con nuestra pareja, hemos vivido broncas o hemos tenido que cambiar el trabajo. Ellos, en un momento puntual, no saben cómo manejar ese dolor y buscan una salida desesperada que lo calme".
"Supervivientes" y no "víctimas"
El proceso de duelo que siguió a la muerte de Miquel fue agónico. De hecho, en sus charlas, Cecilia lo ejemplifica con una imagen que ilustra la más absoluta desolación: el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York tras el atentado del 11-S, con la Zona Cero llena de escombros. "Aun así creo que mi marido y yo tuvimos mucha suerte por nuestra familia. Entendieron y respetaron nuestro dolor. No nos obligaron a nada. Nos acompañaron incluso con el silencio. Y esto nos ayudó muchísimo".
La Asociación Americana de Psiquiatría establece que el nivel de estrés que experimentan los afectados por una muerte por suicidio es similar al que se sufre en un campo de concentración. De ahí que Cecilia eligiese el término "supervivientes" en lugar de "víctimas" para lanzar en 2012 la primera asociación en España de familiares que han sobrevivido a este drama. "No queremos ser víctimas. El victimismo no ayuda en nada. Para reconstruir nuestra vida hemos de alejarnos de ese sentimiento. Experimentamos una sensación de supervivencia a un hecho muy duro. La pérdida de un familiar en un accidente de tráfico o un atentado terrorista son hechos también muy traumáticos. Sin embargo, en nuestro caso, nunca obtendremos respuesta al porqué. Somos supervivientes".
En sus cinco años de andadura, la asociación que preside Cecilia ha escuchado el relato de cerca de 1.000 personas, ha colaborado con los Mossos para elaborar un procedimiento de actuación con el que ayudar a los familiares en situaciones de suicidio, han conseguido que exista un plan de atención al superviviente, con psiquiatras y psicólogos especializados, y ahora, un trabajo de esta organización, en el que se habla de este tipo de muerte, aparecerá en un libro de segundo de Bachillerato.
Cecilia habla con orgullo de ello, sabiendo que enfrentarse a su pasado y a la muerte de su hijo cada día le ha permitido ayudar a otras personas que ahora están pasando por la situación. "Uno nunca llega a superar algo así, pero sí que puedes aprender a vivir con ello", admite. "¿Y qué has aprendido en todo este tiempo, desde que falleció Miquel hasta el día de hoy?", pregunto. Cecilia piensa unos segundos, cierra los ojos de nuevo y responde. "Que el mundo es tremendamente impredecible. Que, aunque creamos que todo se hunde, tenemos una capacidad enorme para sobreponernos. Y que la vida puede seguir siendo bonita. Desde otra perspectiva, pero bonita. Y tanto que sí".