"Quien viejo engorda, dos mocedades goza" - reza el antiguo refrán. Hoy en día sabemos que miente: envejecer con barriga no es sinónimo de opulencia sino de problemas de salud que empeoran y acortan la esperanza de vida. Llevar una vida activa, sin embargo, no es una garantía absoluta de mantenerse en forma: a medida que vamos sumando años, la misma tabla de ejercicios en el gimnasio o el deporte cotidiano se vuelven cada vez menos eficaces a la hora de librarnos de la grasa acumulada.
Por qué los mismos hábitos saludables van perdiendo efectividad con la edad y por qué la gordura acompaña a la vejez es algo que ha intrigado a la medicina desde tiempos remotos. "Se ven bastante veces a hombres atléticos llegar prematuramente a la decadencia, como si se hundiesen bajo el peso de su propia masa, mientras que otros delgados, flacos y pequeños están exentos de las enfermedades de la vejez y mueren antes de ser caducos", observaba Hipócrates citado por Francisco José Victor Broussai en su Tratado de Fisiología de 1827.
La respuesta la acaba de dar un equipo del departamento de Inmunología y Medicina de la Universidad de Yale en un trabajo que publica la revista Nature. Tiene que ver con la función que juega la combinación del sistema inmune y del sistema nervioso a la hora de regular nuestro metabolismo, y específicamente por un fallo que se manifiesta a nivel celular a medida que el cuerpo envejece. La buena noticia la adelantamos ya: puede tener arreglo.
La investigación del equipo de Vishwa Deep Dixit, con la asistencia del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Tennessee y de la Universidad de Bonn, se centró en las células macrófagas, especializadas en "comerse" las infecciones. Los investigadores encontraron una nueva variedad de macrófago que reside en las terminaciones nerviosas de la grasa abdominal. Con el tiempo, estas células se inflaman y los neurotransmisores que deben darles "órdenes" dejan de funcionar.
Así, el organismo en la edad madura procesa de forma ineficiente la instrucción de quemar la energía contenida en la grasa abdominal mientras se practica ejercicio. Y esa es una pésima noticia, porque esa es la función básica por el que el cuerpo la acumula. Si queda sin usar, contribuye a la cronificación de enfermedades.
El 'suero de los eternos abdominales'
El equipo de Dixit extrajo tejido graso de ratones jóvenes y viejos, aisló las células del sistema inmune que ahí residían y secuenció su genoma. "Descubrimos que los macrófagos avejentados rompen unos neurotransmisores denominados catecolaminas, impidiendo a las células de la grasa proporcionar el combustible cuando se presenta la necesidad" - explica el investigador.
La primera solución fue atacar el problema de la inflamación. El equipo de Dixit logró reducirla alterando un receptor concreto, el inflamasoma NLRP3. Las catecolaminas liberadas recuperaron su capacidad para descomponer la grasa en energía, y los ratones más provectos recuperaron la capacidad metabólica de un mozalbete.
A continuación probaron algo diferente. Los macrófagos añejos presentaban un incremento de una enzima, la monoamino oxidasa-A (MAOA); bloqueándola, los investigadores lograron restablecer sus funciones metabólicas. Este hallazgo es aún más relevante, señala Dixit, porque ya existen fármacos destinados a suprimir la MAOA que se prescriben en tratamientos contra la depresión.
"En teoría, los inhibidores de MAOA podrían reorientarse a mejorar el metabolismo de las personas envejecidas" - aventura el investigador de Yale, que adelanta sin embargo que faltan por hacer ensayos médicos específicos en humanos. De dar frutos el hallazgo, sin embargo, no habríamos dado simplemente con el 'suero de los eternos abdominales'. El hecho de conocer mejor la relación entre el sistema nervioso y el inmune a la hora de controlar nuestro metabolismo revolucionaría lo que sabemos del proceso de envejecimiento mismo.