Subirse a la báscula un buen día y que la aguja nos diga que los kilos que habíamos logrado ahuyentar han vuelto misteriosamente a nuestro cuerpo. Si hemos abandonamos la dieta recientemente y estábamos satisfechos con los resultados, ¿por qué hemos vuelto a engordar? ¿Cuál es la solución al enigma?
Más allá de los lógicos excesos que nosotros mismos nos permitimos por nuestra cuenta y riesgo, nuestro organismo también influye para que, después de una dieta, recuperemos el peso perdido. De hecho, diferentes estudios apuntan a que nuestro cuerpo entra en una suerte de modo de ahorro para protegerse contra esos kilos de menos. Así, la reducción de calorías en nuestra dieta hace que el cuerpo reaccione de diferentes formas, provocando el temido efecto rebote.
Las hormonas, responsables del aumento del apetito
Aunque no nos guste saberlo, perder peso da hambre. El año pasado, un estudio publicado en la revista Obesity cuantificó cómo el apetito aumenta a medida que perdemos peso. Tras realizar un ensayo con 153 personas, los investigadores determinaron que, por cada kilo que perdían, consumían 100 kilocalorías al día extra, tres veces más de las necesarias para mantener ese peso bajo.
Las hormonas relacionadas con el apetito tienen mucho que ver con el nada divertido efecto yoyó. Hace unos años, un trabajo firmado por investigadores españoles y publicado en el Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism analizó las variaciones en los niveles de leptina (una hormona segregada por el tejido adiposo que inhibe el apetito) y grelina (una hormona sintetizada fundamentalmente en el estómago que estimula el apetito) en 104 personas con sobrepeso.
Un tiempo después de finalizar la dieta, descubrieron que los que habían recuperado más del 10 % de peso perdido eran los que tenía unos niveles más altos de leptina y más bajos de grelina, unos datos valiosos para los nutricionistas a la hora de planificar una dieta.
Otros estudios posteriores señalan, además, que los niveles de las hormonas relacionadas con el hambre sufren alteraciones después de la dieta, provocando el incremento del apetito. Para nuestro alivio, un trabajo reciente publicado en la European Journal of Endocrinology sugiere que, con el tiempo, el cuerpo aceptará su nueva situación.
Los investigadores demostraron que, después de un año manteniendo la pérdida de peso, se produce un incremento en los niveles de dos hormonas inhibidoras del apetito, mientras que los de grelina (la llamada hormona del hambre) aumentaban justo después de la dieta y volvía a niveles normales a lo largo del año.
Así, según los resultados de este estudio, mantener la dieta durante 12 meses ayuda a evitar la recuperación de peso: tras ese periodo, las hormonas se ajustan por fin a un nuevo nivel de referencia. "El estudio muestra que si una persona con sobrepeso es capaz de mantener la pérdida de peso inicial — en este caso por un año— el cuerpo acabará finalmente aceptando este nuevo peso y por lo tanto no luchará contra él", explicaba Signe Sorensen Torekov, una de las autoras del estudio.
El metabolismo pisa el freno
Otros estudios sugieren que, cuando perdemos peso, se produce una reducción de nuestra tasa metabólica en reposo, lo que también explicaría los nuevos kilos de más. El trabajo más reciente sobre ello, publicado en la revista Obesity, analizó los motivos por los que 14 personas que habían participado en el concurso televisivo The Biggest Loser (Adelgaza como puedas) habían recuperado buena parte de las decenas de kilos que lograron perder durante el programa.
Tras analizar diferentes factores tanto durante el concurso como seis años después, los investigadores descubrieron que sus metabolismos se habían ralentizado. Sus cuerpos quemaban menos calorías de las esperadas dado su peso e incluso su tasa metabólica en reposo continuaba siendo baja años después de finalizar el concurso. Así, esa ralentización era una de las razones que explicaba su aumento de peso, si bien no era la única.
"Cuando esa masa grasa disminuye (comiendo menos o haciendo más ejercicio), la mayoría de nosotros respondemos mediante cambios en los circuitos cerebrales que aumentan nuestra tendencia a comer y cambios en los sistemas neuronales y endocrinos, especialmente en los músculos, que nos hacen más eficientes desde el punto de vista metabólico", resumía tras conocer el estudio Michael Rosenbaum, investigador especializado en las pérdidas de peso y el metabolismo de la Universidad de Columbia.
Ahora bien, ¿en qué medida hacer ejercicio acelera el metabolismo? Nuestra cantidad de masa muscular afecta a nuestra tasa metabólica en reposo: cuanto más músculo, mayor debería ser nuestro índice metabólico de reposo. Sin embargo, aumentar la masa muscular también tiene otros efectos. "Si ganas músculo y efectivamente aceleras tu metabolismo, tienes que luchar contra la tendencia natural a querer comer más como resultado de tu metabolismo más rápido", ha señalado Michael Rosenbaum, el investigador de la Universidad de Columbia.
Además, como apuntan otros estudios, realizar ejercicio físico de forma aislada no nos ayuda a perder peso, ya que el organismo se adapta para quemar menos calorías.
No es solo tu cuerpo, son las neuronas (y hasta la flora intestinal)
Lógicamente, nuestro cerebro está implicado en los procesos que nos protegen ante la pérdida de peso. Un reciente estudio publicado en eLife Sciences ha identificado precisamente un mecanismo cerebral por el cual las neuronas limitarían las pérdidas de kilos.
En concreto, los investigadores estudiaron con ratones el comportamiento de un grupo de neuronas conocidas como AGPR que se encargan de regular el apetito. Para ello, aislaron a los roedores en cámaras especiales y les proporcionaron diferentes cantidades de comida. Los resultados permitieron averiguar que las neuronas AGPR regulaban la quema de calorías en función de la cantidad de alimentos: cuando se activaban, comían más. Sin embargo, cuando no había alimentos disponibles, limitaban la cantidad de calorías quemadas y dificultaban así la pérdida de peso.
Los investigadores destacan que, aunque este mecanismo nos habría ayudado a sobrellevar el hambre en el pasado, podría ayudar a explicar por qué las dietas por sí solas tienen poco efecto a lo largo del tiempo.
Un trabajo anterior, publicado en Nature, apuntaba a otra parte del cuerpo de los roedores para explicar el efecto yoyó: el intestino y, en concreto, los microbios que allí habitan. Los responsables de la investigación descubrieron que, tras perder peso, el microbioma conservaba una suerte de memoria de la obesidad anterior de los ratones que aceleraba su recuperación de peso cuando regresaban a una dieta alta en calorías o ingerían alimentos normales en cantidades excesivas.
¿Y el ADN?
Nuestros genes también influyen en nuestras ganancias y pérdidas de peso. Es más, una investigación presentada el año pasado en The Allied Genetics Conference destacó que las diferencias genéticas podrían explicar por qué algunas dietas funcionan a determinadas personas mientras que a otras no.
Un estudio publicado en el British Medical Journal ha investigado si un perfil genético ligado a la obesidad —en concreto, el relacionado con el gen FTO— es o no una barrera a la hora de perder peso.
Tomando los datos de casi 10.000 participantes en diferentes estudios, han descubierto que la dieta, la actividad física o los fármacos para perder peso son eficaces independientemente de nuestro gen FTO. "Estamos entusiasmados por descubrir que personas con la versión de riesgo del gen FTO responden a las intervenciones de pérdida de peso tan bien como cualquiera", destacaba el investigador John Mathers, líder del estudio. Pese a ello, como hemos visto, hay multitud de factores por los que puedes culpar a tu organismo si no consigues perder peso o si lo recuperas inmediatamente después de acabar tu dieta.
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