La infidelidad es un comportamiento frecuente y la ciencia no es ajena a este fenómeno. La psicología lleva años explorando qué hace a una persona felizmente casada embarcarse en una actividad sexual con otra persona sin decírselo a su pareja. Tan habitual es este fenómeno que un grupo de investigadores israelíes ha decidido darle la vuelta y analizar qué es lo hace que una persona se resista a hacerlo. En un combo de dos estudios titulado "Juro que nunca te traicionaré": factores que los cónyuges declaran que les ayudan a resistir en una relación en relación al género, duración del matrimonio y religiosidad, psicólogos dirigidos por Sapir Asher llegan a distintas conclusiones interesantes; la principal, que la moral, ese concepto, es lo que más pesa a la hora de resistirse a unos cuernos.
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores -que han publicado sus hallazgos en The journal of sex research- llevaron a cabo dos experimentos. Para el primero seleccionaron a 110 trabajadores de una universidad -no profesores- que llevaran casados al menos dos años, tuvieran como mínimo un hijo, fueran heterosexuales y no estuvieran separados físicamente por razones laborales o de otro tipo. Para el segundo, ampliaron la muestra a 348 hombres y mujeres miembros de una comunidad online y con el mismo perfil en cuanto a matrimonio e hijos. A ambos les realizaron distintas encuestas, aunque el segundo trabajo pretendía confirmar y ahondar en las conclusiones obtenidas en el primero.
En ese estudio, se pasó a los participantes una encuesta con 34 ítems que corresponderían a razones que evitarían una hipotética infidelidad. Incluían frases como "mi cónyuge se separaría de mí", ""mis hijos se sentirán inseguros" o "dañaría el estatus social de mi pareja", entre otras. Tras recibir las respuestas, los autores las agruparon en cuatro factores que motivarían pensarse dos veces el engaño: tener elevados valores morales, preocuparse sobre los efectos de una infidelidad en los niños, el miedo a quedarse solos y la preocupación sobre el daño que se podría causar a otras personas, sobre todo al compañero extramatrimonial.
Tanto el primer trabajo como el segundo confirmaron que la moral es el factor que más motiva a una persona tentada a ser infiel a no serlo. El segundo fue el miedo a quedarse solo. El miedo a dañar a los niños era un factor importante en teoría pero, al analizar los resultados, se veía que el temor a la soledad pesaba más.
Sin embargo, este factor casaría con un interesante hallazgo demográfico del estudio: que las tasas de infidelidad en la mujer alcanzan su máximo cuando ésta tiene entre 40 y 45 años, relativamente poco tiempo antes de la menopausia. "Puede ser que, para las mujeres, la aproximación de la menopausia disturbe el equilibrio entre los impulsos que se han tenido mientras los niños eran jóvenes- es decir, entre el impulso evolutivo de producir más niños mientras se es fértil y el deseo de invertir en los ya existentes", escriben los autores.
De hecho, los datos indican que cuanto más tiempo ha pasado desde el matrimonio es más fácil que cualquiera de los dos cónyuges piense en ser infiel y que en la mujer es entre los seis y los diez años después de la boda cuando más se piensa en esta posibilidad. Esto coincidiría con la expresión inglesa the seven years itch -que da también título original a la película de Billy Wilder traducida al castellano como La tentación vive arriba-y que afirma que a los siete años de matrimonio es normal que se produzca una crisis de pareja.
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